Lecciones desde Yucatán

DULCE MARÍA SAURI RIANCHO* (SemMéxico, Mérida, Yucatán). “Le voy a titular: Lecciones de Yucatán para México”. La respuesta de mi interlocutor fue inmediata: “¿Cómo se te ocurre que se pueda dar lecciones, de cosas locales ocurridas hace más de medio siglo y, mucho menos, al gobierno del presidente López Obrador que todo lo sabe?”

Desde semanas atrás venía rondando en mi cabeza la similitud de lo que está aconteciendo con el petróleo crudo y lo que sucedió a Yucatán con el henequén, 120 años atrás.

Y en Semana Santa, la polémica adquisición de las plantas eléctricas de Iberdrola me trajo a la memoria la compra de las cordelerías por el gobierno federal en diciembre de 1961, para conformar lo que después sería Cordemex, el complejo industrial de fibras duras más grande del mundo.

“Tenemos una gran historia con el henequén, que fue nuestro oro verde y era toda la fortaleza de Yucatán; el henequén nos puso en los ojos del mundo” (1), palabras expresadas durante la inauguración de la exposición elegida para la celebración de los 10 años del Gran Museo del Mundo Maya. Cual pieza de colección, las plantas que tejían la filosa alfombra verde del norte yucateco forman parte del pasado desconocido para la mayoría de las nuevas generaciones.

Cultivo de esclavos, para John K. Turner, (México bárbaro, 1909); prosperidad y riqueza, para los hacendados de la poderosa élite henequenera.

A principios del siglo XX parecía inagotable e insustituible su demanda para operar las máquinas cosechadoras de los grandes campos sembrados de trigo en Estados Unidos y Canadá. La geografía había colocado a Yucatán en un lugar privilegiado para proveer de ese insumo indispensable a la agricultura de gran escala, que permitía prescindir del trabajo humano en la cosecha de granos y trasladarla hacia los centros urbanos donde se desarrollaba incontenible la industria.

En la década de 1920 apareció la Baby Combine, la trilladora que segaba y desgranaba simultáneamente, haciendo inútil el hilo de engavillar. Años después hicieron acto de presencia las primeras fibras artificiales como el rayón y el nylon que, al paso del tiempo, desplazarían al henequén de numerosos usos.

Cuando se inició el lento declive en el consumo de la fibra industrializada, la elaboración de cordeles se trasladó predominantemente a suelo yucateco. Las cordelerías, una mayoría con instalaciones precarias, comenzaron a exportar el producto terminado al mercado estadounidense, donde tenían que enfrentarse a la dura competencia de otros países, como Brasil.

Este proceso de declinación de la demanda henequenera no fue afrontado con realismo ni por los productores ni por el gobierno, que desde 1937 había tomado control sobre la producción de la fibra.

Todavía más: cuando la situación de las cordelerías privadas también se deterioró por la competencia y la falta de innovación tecnológica, el gobierno federal las adquirió. Una parte fue incorporada al nuevo complejo Cordemex, pero otras simplemente fueron cerradas porque costaba más su rehabilitación.

La intervención federal en la industrialización del henequén estuvo justificada por la necesidad de brindar mercado seguro a la fibra producida por miles de ejidatarios henequeneros.

Sin embargo, por más esfuerzos y recursos de inversión, no fue posible remontar la obsolescencia del uso agrícola masivo del henequén y su sustitución por las fibras artificiales en otras actividades.

Hoy, la siembra de henequén conserva su lugar en la economía de Yucatán; nunca como en el pasado, que no volverá, pero sí en un presente que ha privilegiado las fibras naturales como parte de la preservación del medio ambiente.

Sigo con el petróleo crudo. Nadie mejor que López Velarde para dibujarlo en la poesía “Suave Patria”: “El Niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros del petróleo el diablo”.

Ya en 1921 México se enfrentaba a las presiones de sus vecinos estadounidenses y de la Europa británica por los recursos extraídos del subsuelo, en un mundo que comenzaba a descargar su transformación energética en los combustibles fósiles.

Al igual que el henequén, durante el resto del siglo XX, la riqueza petrolera de México apareció como segura e inagotable; bonanza que derivó en borrachera con el descubrimiento del pozo Cantarell en la Sonda de Campeche a mediados de la década de 1970.

Semejante a la irrupción de las fibras artificiales en los usos agrícolas y marinos, las nuevas fuentes de energía renovable empezaron a abrirse paso como alternativa de combustible barato para producir electricidad y mover al transporte.

Pero fue la realidad del cambio climático la responsable de impulsar de manera decidida a la energía producida a partir del aire, del sol, mareas y geotermia. En México, los pozos extractores de petróleo han disminuido su producción, en tierra y en el mar. Se redujeron la exploración y las reservas de crudo.

El empeño de la actual administración para lograr una “autonomía” en la refinación de gasolinas ha conllevado a la mayor producción de combustóleo, proscrito internacionalmente por su alto contenido de azufre.

Como la adquisición de las vetustas cordelerías en 1961, el gobierno del presidente López Obrador acaba de comprar a través de un fondo de inversión privado una serie de plantas generadoras de electricidad a la compañía española Iberdrola.

Buen negocio para la empresa transnacional por 6 mil millones de dólares; nada bueno para la infraestructura energética del país que se queda operando equipos casi obsoletos, en plantas ya amortizadas. Eso sí: el ego presidencial recibió una buena inyección de ánimo, aunque sea a costa del futuro energético.

El henequén de Yucatán, su auge y decadencia como producto agroindustrial debiera ser llamada de alerta a quienes continúan viendo al petróleo como combustible y no como insumo de la industria petroquímica.

La cerrazón a revisar la estrategia energética del país para enfatizar el desarrollo de las energías renovables se parece a la ceguera de nuestros ancestros frente a la irrupción de las fibras artificiales y sintéticas.

Hay una diferencia…todavía. En Yucatán se implantó una cultura henequenera que, al final del ciclo, ató a la sociedad y al estado a un pasado imposible de recrear. En México, hasta ahora, el “banquete” de los combustibles fósiles parece concentrarse en el gobierno federal que, por cierto, concluye sus funciones en 18 meses. Hay lecciones que Yucatán ofrece. Y también caminos para construir un futuro diferente cuando se enfrentan los problemas y se abre paso a nuevas soluciones. ¿Verdad?

1) Palabras de presentación de la “Nueva exposición sobre el henequén, en el Gran Museo del Mundo Maya”. Boletín, 16 de diciembre 2022.

*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán

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