MARÍA MANUELA DE LA ROSA A.
A menudo nos vemos envueltos en la disyuntiva de colocarnos como liberales o conservadores, modernistas o tradicionales, o peor aún, obsoletos; progresistas o retrógrados; de izquierda o de derecha, cuando la connotación aceptable de izquierda es de ideas evolucionadas, de igualdad social, de la prevalencia de lo colectivo, de avanzada, señalando la derecha como la imposición capitalista, de interés individualista, de estructuras rígidas y jerarquizadas.
Sin embargo, podemos observar claramente que los adjetivos con los que se ha etiquetado esta dicotomía ideológica no corresponden a una realidad objetiva y la historia está ahí para testificarlo. Veamos los conceptos ideológicos desde su etimología y praxis.
Liberal, que obra con libertad, alejado de modelos estrictos o rigurosos, tolerante con las ideas y modos de vida distintos a los propios. Teóricamente el liberalismo defiende la libertad individual, la igualdad ante la Ley, promueve la iniciativa privada y el libre mercado. El liberalismo pondera la propiedad privada y la división de poderes, la limitación del poder del Estado y la participación ciudadana en la toma de decisiones, por lo que la libertad de pensamiento, de expresión y de prensa se hacen necesarias.
En México durante el S. XIX se dio la lucha entre liberales y conservadores, los primeros pugnaron por una República, en tanto que los otros defendían la Monarquía. Ambos planteaban los derechos individuales, lo mismo que la libertad de culto, la libertad de prensa, pero sólo los liberales la educación laica, pues para los conservadores la educación basada en una moral religiosa era primordial.
Y ganaron los liberales, encabezados por Benito Juárez, cuyas leyes de Reforma tuvieron como objetivo principal separar la Iglesia del Estado, decretando la expropiación de los bienes de la Iglesia, suprimió la Compañía de Jesús en México, expulsó al Delegado Apostólico, despojó a la Iglesia de los hospitales y establecimientos de beneficencia, pasándolos a ser propiedad del Estado, para abandonarlos; extinguió los conventos, exclaustrando a monjas y frailes de vida contemplativa, exponiéndolos a la indigencia. Y cabe recordar que la mayor parte de propiedades eclesiásticas fueron producto de la laboriosidad de las órdenes religiosas (que enseñaron artes y oficios a los indígenas) y de las cuantiosas donaciones de la nobleza mexicana. Muchas Iglesias y conventos quedaron en ruinas por el abandono y otros recintos religiosos pasaron a ser cuarteles y algunos misteriosamente propiedades privadas. La persecución religiosa a la Iglesia católica comenzó desde entonces so pretexto de un laicismo mal interpretado, no así a las muchas sectas protestantes que se introdujeron principalmente de los Estados Unidos, igualmente proliferaron los cultos chamánicos, no sólo originarios, sino importados del Caribe, y las sociedades ocultistas como la Masonería o los Rosa Cruces. Pero no sólo se expropiaron los bienes de la iglesia, sino que se suprimió la propiedad colectiva, despojando a muchas comunidades de sus bienes, por lo que fue una época de pobreza y hambruna en medio de continuas guerras civiles propiciadas por los grupos en pugna. Porfirio Diaz fue uno de los grandes colaboradores de Benito Juárez, quien le entregó la capital del país, pero una vez en el poder, Juárez prescindió de él. La lealtad no ha sido nunca una cualidad de los políticos. Y se impuso una ideología y un modo de gobierno, la libertad se convirtió en imposición. Juárez permaneció en el poder 21 años, que de no ser por su muerte, su mandato se hubiera prolongado de manera indefinida. Este dato se omite, resaltando que Porfirio Díaz estuvo en el poder por treinta años, cuando en realidad fueron 27. También se soslaya que la presidencia de Díaz fue una época en que México gozó de gran prosperidad y una seguridad que no se ha vuelto a tener. Claro, a los delincuentes reincidentes y peligrosos se les ahorcaba sin consideración alguna.
El liberalismo mexicano, como otros en el mundo, no hizo honor a sus planteamientos ideológicos, pues la libertad fue lo que menos defendió, aunque sí se instauró la república, y como se ve, ni la separación de poderes ni la propiedad privada fueron prioridad, aunque sí el fortalecimiento del poder del Estado con un Ejecutivo absolutista, ¿absolutista? ¿qué no se había superado la etapa de los monarcas absolutistas? Y a educación laica brilló por su ausencia, porque la pobreza se acentuó y aún hoy día, después de dos siglos hay analfabetismo y la pobreza e inseguridad crece cada día, irónicamente en un país inmensamente rico. La historia oficial diviniza a Juárez, pero no menciona que fue Maximiliano, un liberal, quien pretendía establecer en México la educación gratuita, organizar un sistema de salud pública y restituir la dignidad de la nobleza indígena. Claro, los liberales no lo toleraron y los conservadores nunca lo permitirían.
El liberalismo contra la monarquía, en pleno siglo XXI vemos como las monarquías no sólo subsisten, sino que gozan de gran prestigio, sobre todo las europeas, donde se encuentran los países más desarrollados y con mejor nivel de vida en el mundo y ahí está Japón, en el Lejano Oriente, un imperio de primer mundo. Y las monarquías absolutas que perviven en Medio Oriente, con regímenes totalitarios, pero gozando de la extrema riqueza y con los niveles más altos de ingresos per cápita.
Escuchamos a menudo sobre la modernidad y el modernismo. Todos podremos aceptar el concepto como la búsqueda de lo mejor, del uso del conocimiento y la tecnología a favor del hombre, de una vida mejor y más placentera. Si bien fue una idea que surgió a partir del arte, con la ruptura de todo lo anterior, en la búsqueda de ideas nuevas que se oponen a la pujante burguesía que surgió a partir de la industrialización. El modernismo busca romper con las reglas, pero en el plano del pensamiento, el postulado clave es la creencia de que la verdad es relativa y no existe una verdad absoluta. El modernismo conlleva una radical transformación del pensamiento hacia la relatividad de todo, donde la innovación es una práctica obligada y lo bueno se confunde con lo malo, el ateísmo con la religiosidad, la ciencia con la charlatanería, lo blanco con lo negro. De ahí la ideología de género, donde en realidad el género se diluye en la nada y la identidad se disuelve, donde los méritos propios podrían convertirse más que en aliciente, en desaliento, pues la equidad se destruye en aras de la anarquía, ya que da lo mismo que sea un médico que un curandero. No importa que en lugar de abogado un legislador sea cualquier limosnero. Da igual si es padre o hijo, las jerarquías no importan y menos las figuras de autoridad. El profesor aprende del alumno y por tanto no deben tenerse consideraciones de respeto. Y sin embargo, la realidad está ahí golpeándonos con su contundencia ante una sociedad cada vez más confundida.
Vemos también con simpatía el concepto de progresista, que nos lleva a pensar en un adelanto de la sociedad, de su bienestar por medio de los avances en el pensamiento y la tecnología. El progreso cuyo paradigma es el logro de la igualdad social y económica, la ruta hacia la ampliación de lo que denominan derechos, como si éstos fueran en beneficio de la humanidad, de su integridad y dignidad, como el derecho a la eutanasia, eufemismo de crimen o suicidio; la legalización del aborto, o interrupción del embarazo, una forma sutil de decir que se pone fin a una vida; y la despenalización del consumo de drogas, sea cual sea, un camino que irremediablemente lleva a la destrucción del individuo. La ideología progresista aboga por el llamado estado de bienestar, los derechos civiles, la participación ciudadana, la redistribución de la riqueza, la revolución sexual, el feminismo, el ecologismo y la diversidad sexual. En apariencia ideales que armonizan con la libertad humana, pero que de muchas maneras acaban con el orden social y económico, pero sobre todo, tienden a transgredir los derechos de terceros en aras de un supuesto derecho individual, en donde no se da el consenso, sino la confrontación. De ahí que cualquier reivindicación colectiva sea considerada con toda la licitud, aunque afecte los derechos y prerrogativas de otros. Aquí vemos la confrontación entre hombres y mujeres, entre los derechos de propiedad y los invasores, entre la práctica de un deporte y la imposición de negarlo, entre el abuso sexual y la protección de la población vulnerable. Vemos gente enardecida destruyendo propiedad ajena porque protestan por alguna causa; expropiación de tierras sin una indemnización justa, so pretexto del bien público; la pornografía, la inseguridad, la impunidad, con la absurda justificación de defender los derechos humanos de los delincuentes.
Y qué decir de la izquierda, cuyo máximo exponente es Karl Marx, cuya obra El Capital, no es más que un magistral tratado de manipulación, en donde la técnica de repetir una mentira miles de veces se convierte en verdad, inoculando el odio y la envidia sobre los que tienen, no importa si lo han obtenido de manera lícita, pues la premisa es que todo aquel que llegue a tener el capital se lo debe a la mano de obra de la clase trabajadora, omitiendo que por ello recibe un salario, pero éste, nunca será lo suficientemente justo, así que hay que hacer una revolución, destruir para construir una nueva sociedad, igualitaria, en donde todos sean poseedores de la riqueza y de los bienes, el sueño maravilloso del socialismo para llegar al ideal que para Marx es el comunismo. Y sí, se dieron las revoluciones en Rusia, China, Cuba y todavía se inocula ese odio en América Latina, el ideal del socialismo, porque la izquierda es lo mejor para la sociedad. Y gobiernos de izquierda fracasados también se han dado en Europa, generalmente caracterizados por la corrupción, el nepotismo y la ineptitud, orillando a los países a la quiebra.
Veamos que pasó en China, se impuso un régimen totalitario, carente de libertades, donde la religiosidad es un delito. Hoy por hoy este país socialista no es más que una organización dictatorial que impone el capitalismo más feroz y ha invadido el mercado mundial, hacia fuera una potencia económica, al interior una dictadura; pero ahí está la máxima exponente del socialismo: Rusia, un imperio destrozado, donde las libertades no existen, el ateísmo se impone y la igualdad significa pobreza generalizada que obliga además a rendir culto a sus gobernantes, los nuevos ricos que de manera ostentosa disfrutan de sus bienes, no del trabajo, sino producto de la corrupción y el saqueo.
La igualdad que debería ser de derechos, se ha convertido en la disolución de la identidad y los méritos. Pero la realidad está ahí, golpeándonos con su reflejo. No somos iguales y eso es lo que nos hace únicos e irrepetibles, porque cada quien tiene su color, su tamaño, su inteligencia y sus habilidades, todos y cada uno tenemos la posibilidad de hacernos a nosotros mismos, formarnos, crecer, tomar conciencia de nuestro ser, de nuestra dignidad, de nuestras capacidades para desarrollarlas, producir y tomar el camino que decidamos, porque esa es la verdadera libertad.