Las maquinitas y el señor Harfuch

RUBÉN MOREIRA VALDEZ*

Sinaloa ha traído a la discusión colectiva mucha información, alguna que raya en lo anecdótico y otra que puede ser útil para una reflexión social sobre lo que le sucede al país.

En el pasado escuché a sinaloenses decir que vivían en condiciones aceptables de paz. Que el grupo dominante impedía la llegada de otros de naturaleza violenta. No faltaba quien calificaba la situación como inevitable, natural y hasta buena.

Las “maquinitas” son dispositivos de apuesta. Tienen un mecanismo que les permite a los incautos ganar de vez en cuando unos pesos. La adicción y el ocio las hacen perfectas para generar ingresos al crimen. El “negocio” es sencillo y sin mucho riesgo: el grupo delictivo las distribuye en pequeños comercios y de manera periódica pasa por las ganancias. En Sinaloa abundan y son la expresión de autoridades indolentes. La red de aparatos genera ingresos millonarios.

La lucha contra el crimen tiene éxito cuando se realiza de manera multidimensional. Ayuda mucho un diagnóstico de la situación y las razones por las cuales se llegó a ella. El anterior gobierno se cansó de repetir que atendía a las causas. Pero, viendo los resultados, una de dos, o no eran las reales, o las atendió mal.

Dentro de la violencia que padece México, hay que entender varias cosas: 1.- en los territorios que llega a dominar un grupo delictivo, en ocasiones disminuyen los homicidios, pero esto no significa que sean seguros, 2.- la organización criminal más violenta o de mayor capacidad económica tiende a convertirse en hegemónica y a subordinar a las otras expresiones delictivas, 3.- el crimen busca siempre fuentes de ingreso y se siente cómodo en las actividades que se encuentran en los límites de la ilegalidad, como las maquinitas, casinos o giros negros, 4.- en la frontera y las rutas que llevan a ella, florece la delincuencia. Lo mismo en los sitios de alta capacidad económica. La droga requiere clientes con dinero, y 5.- un blanco para los criminales son las sociedades laxas, que tienen instituciones y gobiernos débiles.

Sinaloa se encuentra en una situación difícil. Muchos años de malas prácticas de gobierno abonaron al tema. Se les hizo fácil cohabitar con la delincuencia sin pensar que la delgada cuerda de los equilibrios perversos se iba a romper en cualquier instante.

En relación con la entidad, no podemos negar que el gobierno federal tiene una actitud muy distinta a la que promovió el anterior. Se acabaron las malas señales. Eso, en principio, es una buena señal.

Sin embargo, la paz solo será posible si los gobernadores participan activamente en el proceso. Estoy de acuerdo con los programas sociales, pero me molesto cuando se menciona que sirven para atender las “causas” de la inseguridad, eso es no entender el problema y pensar que los pobres son el motivo de la violencia.

*Coordinador del Grupo Parlamentario del PRI en la Cámara de Diputados LXVI Legislatura Federal

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