FLORENCIO SALAZAR ADAME
El Bien es la capacidad de ver claro. Platón
SemMéxico, Ciudad de México. La vida va pasando poco a poco, sin darnos cuenta. Como el agua del río con sus precipitaciones, embalses y angosturas. Pasamos de la infancia a la adultez, y entonces —en el último tramo- recordamos la adolescencia, la juventud, la madurez. Caen los recuerdos en cascada: unos aplastan, otros nos llevan a los límites de la imaginación.
Si observamos bien la memoria es caprichosa. Presenta ante los ojos vivencias olvidadas y remacha su verdad sobre lo erróneo de lo que pensamos. La memoria es veleidosa. Y si a esa condición agregamos la displicencia, entonces podemos creer que los hechos, que significan nuestra experiencia, pueden ser un sueño.
Hay varios factores que hacen posible asumir la certeza de nuestro pensamiento. El primero es el ego, pues resulta inaceptable que un asunto cualquiera pueda atreverse a afectar lo que se supone somos o representamos; el segundo es la confianza excesiva; el tercero, la argumentación en la disputa; y el cuarto, creer en la imposibilidad de los hechos.
Para efectos de corroborar el contexto de la existencia, nada mejor que sumergirse en las novelas históricas, o historias noveladas. ¿Cómo puede Santiago Posteguillo, por ejemplo, trasladar los dialogos de Escipión, Aníbal y Julio César e imaginar a los personajes, las escenas bélicas, las intrigas políticas?
Las novelas históricas son todo un lujo de erudición. Para abordar la vida de los personajes -gentes, costumbres, gobiernos- se debe penetrar a profundidad, en este caso, de la antigua Roma. A partir de los datos históricos, se pueden llenar los huecos, con un indispensable sentido lógico, sobre lo que necesariamente debió ocurrir. No hay que estar ahí para conocer los hechos.
La imaginación es solo un auxiliar de lo que la realidad enseña. Un hombre infiel, por ejemplo, si falta los fines de semana a su casa, llega con besos coloridos en la camisa y aliento alcohólico; aunque tenga una carta de buena conducta del Papa los hechos lo desmienten. Es el calibre de la lógica.
Así ocurre en nuestro acontecer. Lo que importa es que tengamos los elementos que dan sustancia a la vida, como factores sustantivos para tener claridad en el devenir. La mayoría de los filósofos coinciden en determinar que la vida es sufrimiento, dolor, tristeza. La llamada felicidad es un relámpago, una instantánea de las desaparecidas Polaroid.
No obstante, importa que el ser humano decida lo que quiere ser y conserve lo que asume como núcleo vital y se desprenda de todo aquello que es tóxico, de las constantes mentiras, de la simulación permanente. Pensemos en el mundo que vivimos; protestamos por la falta de agua y las olas de calor, pero somos sus causas.
Creímos que el siglo presente sería distinto. La globalización, la robótica y luego la inteligencia artificial serían alivios para la pobreza y la desigualdad. Nos hemos equivocado. Hoy miramos en videos mensajes sin rubor: desde el consumismo exacerbado hasta la migración sangrante y la pública convocatoria para romper el pacto de la pareja.
La sociedad está confusa. Al parecer los únicos que saben lo que quieren son las grandes corporaciones propietarias de las redes. Por si fuera poco, el populismo y demócratas enmascarados, nos dicen, una y otra vez, que el destino es el despeñadero. De ahí que decidir con responsabilidad, cuando aún podemos hacerlo, puede hacer la diferencia.
Ignorar es una cosa; reconocer los hechos, otra.