DULCE MARÍA SAURI
SemMéxico, Mérida, Yucatán. La naturaleza genera fenómenos meteorológicos, cuyas manifestaciones más conocidas son los ciclones o huracanes, así como las sequías e inundaciones. Pero sus secuelas de destrucción y dolor pueden ser evitadas, en todo o en parte, gracias a la prevención.
A diferencia de los sismos, cuya detección sólo ofrece minutos para reaccionar, la detección oportuna de los huracanes (conocidos como tifones en Asia) desde su formación, trayectoria probable y posibles puntos de impacto, permite aplicar medidas preventivas, incluyendo la evacuación.
Algunos países, como los caribeños, especialmente Cuba, han desarrollado una cultura que les permite afrontar las visitas periódicas de estos meteoros, minimizando las pérdidas de vidas humanas. El cambio climático ha hecho más difícil la tarea de obtener información cierta y oportuna; sin embargo, la tecnología y, sobre todo, la organización, logran en la mayoría de los casos buenos resultados.
¿En qué consiste entonces la prevención? En primer lugar, disponer de un “mapa de riesgos”, elaborado científicamente, que permita conocer en cada estado de la república, de acuerdo a sus distintas regiones, sus principales vulnerabilidades y desarrollar las acciones institucionales para enfrentarlas. Por ejemplo, los reglamentos de construcción de la capital del país fueron revisados y reforzados a raíz de la tragedia del terremoto del 19 de septiembre de 1985.
De igual manera, esa trágica fecha motivó el surgimiento del Sistema Nacional de Protección Civil, replicado en cada entidad federativa, que agrupa a las distintas instituciones de gobierno, seguridad, salud, etc., de forma tal que cada una sabe qué hacer cuando se presenta la contingencia.
Avisos
En el caso de los huracanes, un factor fundamental es el aviso oportuno a la población más vulnerable, brindando información sobre la red de albergues y centros de acogida más próximos para pasar el meteoro. A la vez, en cada uno de estos sitios se realiza acopio de los elementos básicos para poder atender las necesidades de las familias ahí refugiadas. Así debería de ser, pero lamentablemente, no aconteció en Guerrero.
Fallaron los protocolos de protección civil, no hubo información oportuna a la población sobre la inminencia de la llegada de “Otis”, menos una estimación de su fuerza destructora.
Para escribir estas líneas acudí a las páginas institucionales del gobierno de Guerrero en internet, que tiene en su organigrama una “Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil”. Para comparar, abrí también la información de la Coordinación Estatal de Protección Civil de Yucatán. Lo que me encontré solamente confirma mis temores sobre el severo deterioro institucional que se registra en varias partes del país. Por ejemplo, a diferencia de la información ordenada sobre los albergues al alcance de la población yucateca, por municipios, con sus correspondientes direcciones, la página de Guerrero carece de algún dato sobre este fundamental tema. Es más: sus boletines meteorológicos “saltan” del 24 de octubre —con escueta información sobre “Otis”— al 27 del mismo mes, habiendo perdido las referencias de los días cruciales del 25 y 26.
La ligereza o la subestimación del riesgo inminente se reflejó en la XXXV Convención Internacional de Minería, que habría de concentrar alrededor de 10,000 convencionistas de distintas partes de México y del mundo. La inauguración —por cierto, sin la presencia de la gobernadora Salgado— se llevó al cabo momentos antes del azote del viento, en uno de los hoteles que fueron devastados por la fuerza del meteoro. Varios funcionarios del gobierno de Guerrero acudieron al acto protocolario, desconociendo totalmente la inminencia del ingreso de “Otis”.
La población no fue alertada por las autoridades; prueba es que no se registraron las compras que tradicionalmente se realizan en vísperas del arribo de un ciclón: agua, laterías, leche en polvo, velas, gasolina entre otros. Las y los acapulqueños no la vieron venir. Esta es una grave falla de seguridad que tendría que ser investigada y sancionada.
Peor fue la reacción después de vivir la fuerza devastadora del huracán. Entre el fallido intento del presidente López Obrador por llegar a Acapulco y las ausencias de las autoridades civiles locales, grupos de la población iniciaron asaltos sistemáticos a comercios de todo tipo, en una muestra de ruptura del orden social que se puede entender, más no justificar. La desaparición del Fonden en noviembre de 2020 dejó a estados y municipios a merced de la voluntad del presidente de la república para atender la emergencia y luego la reconstrucción.
El trabajo de muchos años para crear una estructura institucional y financiera que permitiera brindar respuestas oportunas a las contingencias fue desmantelado para dar paso al voluntarismo más ineficaz y dañino, como se ha podido observar estos días en Acapulco. Por si no fuera suficiente, las fuerzas armadas —Ejército y Marina— han estado sujetas a una presión extraordinaria, a pesar de la gran experiencia en la aplicación del Plan DN-III para atender a la población en caso de desastres. Extrañamos aquellas enormes plataformas con las cocinas que brindan miles de raciones a las personas damnificadas; las plantas de potabilización de agua que se enviaban en los aviones militares. Si lo están haciendo, no se sabe, pues la información ha sido escasa y muy contradictoria.
Prioridad
La reconstrucción de Acapulco es una prioridad nacional. No es solo por una cuestión simbólica, el primer destino que puso a México en el mapa turístico mundial, sino de atención a más de un millón de personas que viven primordialmente de los servicios turísticos.
No será una tarea fácil, pues una parte importante de la infraestructura dañada corresponde a hoteles construidos en las décadas de 1950 a 1970, en la época de esplendor del puerto. Y otro tanto, son “segundas viviendas” de capitalinos que tenían condominios o casas para vacacionar.
No entiendo ni acepto el rechazo presidencial a la presencia y ayuda de las organizaciones ciudadanas a la población damnificada. La solidaridad ha sido el sello distintivo de la sociedad mexicana frente a la tragedia. ¿A qué le teme el gobierno? ¿A que sea más eficaz y directa la ayuda que fluye directamente, sin condicionamientos políticos? Es momento de atención a la emergencia, pero tendrá que venir la etapa de rendición de cuentas.
Por ahora, Acapulco nos muestra que nunca hay que bajar la guardia; que la protección civil tiene que ser parte de la cultura ciudadana y mandato para los tres órdenes de gobierno.
El desastre consecuencia de los sismos y huracanes no es natural, lo causamos con el deterioro de las instituciones, la ineficacia de las políticas públicas y la mezquindad de las y los funcionarios que sólo les importa la elección próxima.
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán