La hoja en blanco

En ese futuro utópico, el ser humano hace un uso muy diferente de las cosas. Byung-Chul Han.

FLORENCIO SALAZAR (SemMéxico. Guerrero). La hoja en blanco es el mayor desafío al que se enfrenta todo escribidor. Puede tener muchas ideas revoloteando en la cabeza, pero ninguna que aterrice. Igual pasa con quienes opinamos en los medios: el tema, siempre el huidizo tema. ¿Qué escribir que sea de interés para el lector? Los temas son duendes traviesos, saltan por aquí y por allá haciendo guiños para que uno se ocupe de ellos. Pero estos seres intangibles que proceden de hechos concretos, generalmente ya han sido analizados por arriba y abajo, por los lados, atrás y adelante. ¿Qué queda, entonces? Refritear otros puntos de vista o buscar algún aspecto que haya pasado inadvertido en hechos ampliamente difundidos.

De las declaraciones antológicas de algunas autoridades municipales, la defensa de actos violentos bajo el supuesto de la lucha social, el incremento acelerado del contagio del Ómicron por responsabilidad del pueblo sabio que rebasó a quienes tenían que evitarlo, el registro de las voces de quienes ayer clamaban por las fiestas multitudinarias para reactivar la economía y hoy aceptan el semáforo amarillo ¿de qué hablamos, pues?

A la hoja la tengo enfrente, quietecita, mustia, como si no me estuviera exigiendo que caigan las palabras, la posibilidad de hilvanar algunas ideas, que transmita algo que interese a la opinión pública y no sean ocurrencias, como decir que los bloqueos afectan la economía de Acapulco, friegan más a los que de por sí ya lo están y crea una imagen inhóspita. Sus promotores carecen de la mínima idea de lo que significa el turismo, el cual se promueve en todas partes del mundo por lo que representa de dispersión de recursos.

Hablar de gobernabilidad y gobernanza es cambiar el tono y puede parecer hasta pedante. Además, la gobernabilidad es suficientemente conocida e identificable; la gobernanza –a la que se confunde con la gobernabilidad– es el diseño de políticas públicas que, con su ejecución, fortalecen la legitimidad del gobierno y favorecen la gobernabilidad. Digamos que la gobernabilidad es la conducción de un tráiler y la gobernanza que este llegue a su destino.

Por cierto, hay algo que no logro dilucidar, aclarar, entender. Y habrán de disculpar que violente una de las reglas de la escritura: no decir con tres palabras lo que se pueda decir con una. Pero hay ciertos vicios reiterativos con la idea de enfatizar algo. En fin, lo que debería ser un simple comentario se puede volver un galimatías. El tráiler que arrasó las vallas de la Guardia Nacional, que a su vez, despejó la toma de una caseta de cobro tomada por estudiantes de Ayotzinapa, tiene características hasta ahora no leídas en parte alguna.

Reitero que para hablar de sucesos ampliamente comentados debe buscarse aquello que todavía no haya sido analizado. Se ha hablado del susodicho vehículo como un acto casi de terrorismo, pero esa es sólo una posibilidad. El mismo hecho visto por diferentes personas genera imágenes también distintas. Queda establecido que el tráiler se conducía solo y no hay responsable alguno sobre su puesta en movimiento, según declaración de autoridad competente. Y yo creo en lo competente de la autoridad.

Lo que al parecer nadie se ha puesto a pensar es que el tráiler sin conductor puede representar un avance extraordinario para los guerrerenses. No incurriré en la cantaleta de que somos el tercer estado más atrasado del país, marginado de las grandes obras de infraestructura y que en Guerrero –decía don Alberto Vázquez del Mercado en los años 50 del siglo pasado– “hay más armas que pitayas en el campo”. Nada de eso. No voy a oscurecer algo que puede ser tan luminoso como la posibilidad de que estemos parados en el primer mundo sin darnos cuenta.

Es probable que alguna corporación científica esté desarrollando tecnología de punta en nuestras surianas montañas y que el tráiler referido fuera manipulado a través de inteligencia artificial. Estaríamos ante el hecho extraordinario de un experimento que nos pondría en la mesa de los vecinos, los chinos, los franceses, los rusos, los hindús y de los coreanos del norte, que tienen lo suyo. Supongamos que existan laboratorios ocultos en nuestras abruptas serranías. Podría generarse riqueza con el uso masivo y extensivo de robots. Con la inteligencia artificial tropicalizada llegaría el futuro a cubrir todas las facturas del pasado.

Mientras el mundo avanza aceleradamente y entramos de lleno a la era digital en la cual el poderoso señor Zuckerberg, creador y propietario de Facebook, dispone el uso del metaverso para manipularnos en tercera dimensión y nos suministra la información programada por sus algoritmos, censurando también lo que puede importar a los ciudadanos; se coloca un súper telescopio sideral para conocer los rincones del espacio; se descubre que de los 86 mil millones de neuronas que tiene el cerebro humano sólo aprovechamos el 15 por ciento; que el número de neuronas representa más que todos los cuerpos celestes del universo; y que está en marcha la cuarta revolución industrial para modificar la estructura del ser humano desde la creación de seres amorfos hasta buscar la vida sin muerte. Todo eso y más sucede ahora mismo mientras nosotros estamos inmersos en bloqueos, disputas de callejón y la gala de la ignorancia. ¿Cómo no regocijarnos, pues, ante la posibilidad de disponer de inteligencia artificial?

El desafío de la hoja en blanco llama, es irresistible, como la imagen del tráiler sin conductor.

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