La primera necesidad de un pueblo
es la educación política y la participación
capacitada de todos los ciudadanos
en la política.
Alfonso Reyes.
FLORENCIO SALAZAR
SemMéxico, Chilpancingo, Guerrero. Siguiendo las tres conferencias de La formación política de Agustín Yáñez (1966), abordo ahora, en esta segunda colaboración, lo referente al realismo político, la imaginación política, diseñar el futuro, poder de emoción, fatuidad negativa, voluntad inquebrantable, política y administración y la genuina política. He comentado que el propósito de estas síntesis del pensamiento político del célebre novelista, es contribuir al debate de las ideas para la acción constructiva en el contexto de la sucesión presidencial del 24.
Realismo político. Con mucha frecuencia se dice que el político debe ser realista. Procuraremos aclarar ciertos conceptos, para mis falsos, acerca del realismo político como conocimiento solo circunstancial, regido solo por las circunstancias, cuando a mi juicio –y esto es muy importante para los dirigentes políticos– es el político el que tiene que regir la realidad, y modificarla. Esto es el aspecto falso de lo que malamente se ha llamado el realismo político: dejarse guiar habitualmente por circunstancias transitorias; y pero cuando se hace por inercia, por pereza, por conveniencia personal, por temor o por desconocimiento de la realidad, que hace imprevisibles las circunstancias. Conciencia activa de la realidad con un conocimiento profundo de esa realidad para superarla.
Imaginación política. Con mucha frecuencia, dentro del falso concepto del realismo político, se tacha a algunos políticos de que son imaginativos; el término más usado en nuestro medio es que son soñadores. Todos los grandes políticos de la historia han sido hombres de imaginación. Yo tengo muy arraigada la convicción de que, en México, una de las grandes fallas de nuestros políticos es la falta de imaginación. Claro que esta imaginación no debe ser una fantasía descarrilada, una imaginación descabellada que quiera imposibles; sino una imaginación que actúe dentro y orientada por los datos de la realidad.
Diseñar el futuro. El político debe regir la realidad, y no dejarse regir por ella. Ahora bien, para regir la realidad requiere diseñarla. ¿Qué hace un arquitecto o cualquier constructor antes de poner manos a la obra? Hace un diseño de lo que va a construir. Y dentro del ejercicio profesional de la arquitectura no se comienza una construcción si no se tienen los planos; los planos perfectamente estudiados, con todos los cálculos de pesos, resistencia de materiales, orientación, instalaciones, etcétera. ¡Qué cosa más importante que la edificación política de un pueblo! De antemano debe tener un diseño; imaginar qué se quiere hacer, a dónde se va.
Poder de la emoción. El político debe ser sinceramente emotivo; solo de ese modo tendrá magnetismo para convencer a las masas, trasmitirles su pensamiento y arrastrarlas a la acción. Sin esta, la política es una actividad fría, infecunda, que produce recelo. Adviertan que hablo de emoción ejecutiva; como en el caso de la imaginación creadora, no significa dejarse arrancar, arrebatarse, perderse dentro de la emoción ejecutiva, sino posesionarse de ella y saber comunicarla.
Fatuidad negativa. Debe venirse al Partido con el propósito de servir; debe desempeñarse el puesto público, y aún los más altos puestos de elección popular, con espíritu no de aprovechamiento personal, sino de servicio, para aprovechamiento del pueblo, seguido de un espíritu de humildad ante las necesidades del pueblo. Con mucha frecuencia el grado o el cargo de jefatura o de dirección, por humilde que sea, crea un espíritu de suficiencia y de superioridad. Es lo que vulgarmente decimos: “se le subió el puesto, se le subió el cargo”. Muchos de los errores de los políticos se deben a cierta jactancia, a cierta altanería; por esa suficiencia mal fundada el hombre pierde el sentido de las proporciones y va orillándose poco a poco al fracaso, y de cualquier modo a la infecundidad.
Voluntad inquebrantable. El político debe ejercitar su voluntad, pero también que ese ejercicio de la voluntad debe ser guiado por la inteligencia, por el pensamiento, por el saber político, aun cuando sólo sea un saber empírico, referido, cuando menos, a saber distinguir a las gentes. El político debe adquirir la capacidad de formarse juicios rápidos sobre las personas, con solo datos de la fisonomía y sus hábitos externos; cómo ven, cómo hablan, cómo caminan. Ese sentido de orientación, en el conocimiento de las gentes, es indispensable al político; ello lo lleva a intuir los caracteres y adivinar las intenciones de aquellos a quienes trata. El hombre de acción debe saber algo: desde luego saber con quién está tratando, conocer a su gente. La voluntad inquebrantable es uno de los principales atributos de la acción política.
Política y administración. Muchas veces por sus hábitos, por sus actividades, el hombre dedicado a tareas preferentes de pensamiento, poco adiestrado en la acción, pierde el sentido de la realidad cuando trata de actuar. Esta es la causa de frecuentes fracasos en el campo de la política. Le falta un sentido ejecutivo de la realidad. Comenzamos a considerar los atributos de la política dentro del ejercicio político; a distinguir a la política como ejercicio que accede al poder y participa en el desempeño del poder, de la administración, que es la técnica para la realización de este ejercicio.
La genuina política. Se opone a maniobras de simulación; afronta los problemas de la colectividad, enfocándolos desde diversos ángulos con sentido realista, con esa conciencia activa y con esa emoción ejecutiva, teniendo en cuenta las salvedades hechas a la idea del realismo como ciega sujeción a las circunstancias. Se requiere conocer las circunstancias de esa realidad para afirmarlas; para superarlas, sobre todo. Este es el sentido realista en que deben enfocarse políticamente los problemas. La genuina política no tiende a cubrir apariencias, el éxito no es la finalidad en sí.