GREGORIO ORTEGA MOLINA
*Pemex es el monumento perfecto a la capacidad de manipulación política e ideológica de nuestros gobernantes, y al apacible asentimiento de los gobernados. No sirvió para que nos acostumbráramos a administrar la abundancia; mucho menos fue útil para fortalecer esa idea de patria independiente y autosuficiente
Las conversaciones con mi notario de cabecera y la lectura del texto de Vanessa Freije, De escándalo en escándalo, cómo las revelaciones periodísticas construyeron la opinión pública en México, me regresaron al sendero correcto de la reflexión, lejos del vituperio y los enfrentamientos.
El notario aporta sutil y puntual distancia ética y moral del comportamiento entre católicos y protestantes. La observancia de las leyes y el involucramiento cívico y social que atañen al bienestar de la comunidad. El concepto de patria y autoridad nos aclara quién es quién en la construcción del Estado.
La doctora en historia Freije es directa en su capítulo Lidiar con la Revolución. Ya antes José Manuel Cuéllar Moreno, en su trabajo sobre Uranga, nos puntualiza una observación del filósofo mexicano: la Revolución quedó inconclusa, está en agraz.
Nuestra manera de ser y estar en el mundo, propició que el proyecto de nación surgido de la Revolución fuese casi inmediatamente transformado, y la Constitución quedara conculcada por quienes debían ser ejemplo en su observancia. Cierto, hubo y hay mexicanos excepcionales que engrandecieron las instituciones y enriquecieron nuestra oportunidad de crear, en definitiva, nación y patria. José Vasconcelos pudo haber pecado a posteriori, pero lo que dejó en Educación Pública, las brigadas culturales, los libros verdes, lecturas clásicas para niños, los murales, hasta hoy nadie supera esa hazaña. Lo intentó Porfirio Muñoz Ledo, pero Rosa Luz Alegría y Benjamín Hedding Galeana le lavaron el cerebro a López Portillo para que lo defenestrara.
Sí, es cierto, construyeron el Estado, innovaron con instituciones, pero algunas de ellas deformes y deformantes, y con nuestra complicidad, como queda claro en la lectura de Paz, Uranga, Villoro, Portilla, Zea, Ramos, y el mismo Vasconcelos en sus memorias.
Pemex es el monumento perfecto a la capacidad de manipulación política e ideológica de nuestros gobernantes, y al apacible asentimiento de los gobernados. No sirvió para que nos acostumbráramos a administrar la abundancia, mucho menos fue útil para fortalecer esa idea de patria independiente y autosuficiente. Se optó por satisfacer la codicia, el latrocinio y la impunidad, en lugar de construir una empatía solidaria para impulsar el desarrollo menos desequilibrado, menos injusto, puesto que la justicia social demostró ser inexistente. Y ahora, para colmo, en lugar de tener una única boca que alimentar, nos salen con que tenemos que proveer para Dos bocas, y no a la inversa.
El PRI siempre en la oferta de un proyecto revolucionario que se quedó en el papel, pero proporcionó votos, poder y riqueza para algunos o muchos de sus líderes, como hoy lo hace su sucedáneo: MORENA. Algo tendríamos que aprender del comportamiento cívico y social de los protestantes.
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