*¿Cómo dispone de su propio y escaso tiempo el condenado a muerte, mientras espera la ejecución de la sentencia? ¿Estudia? ¿Se arrepiente y busca consuelo en alguna manifestación religiosa, o manda al diablo a las instituciones?
*Nunca se enfermó en Mérida, sino que recurrió a una inteligente estrategia de desinformación para llenar el espacio informativo y distraer sobre sus verdaderas intenciones
GREGORIO ORTEGA MOLINA. El tiempo es una percepción -incluso un producto- de consumo personal. Se ha modificado con la idea y uso de la comunicación instantánea. Pero no varía en su esencia: es un absoluto, puesto que el minuto llega a los 60 segundos, no antes ni después.
Otro hecho ineludible. El tiempo lo consumimos todos, hasta que la vida cesa; entonces es sustituido por el concepto de eternidad y resurrección, de acuerdo a las creencias y prácticas de cada uno. Insisto en la idea: nosotros somos sus consumidores, de ninguna manera es el segundero el que nos devora.
Es preciso no convertirlo en sinónimo de clima ni puntualidad, lo que usualmente hacemos en el lenguaje coloquial. Es un recurso renovable, aunque no siempre está limpio -de acuerdo a la situación y lugar en que se encuentran sus consumidores-, y, lo más sorprendente, lo convertimos en tema de festejo al sumarse años a la vida, a la situación civil, a la duración en el empleo, en los centenarios o sesquicentenarios.
Por ejemplo, en Ucrania y sus fronteras hoy se mide y consume de manera diferente. Es un tiempo sucio, con violencia, muerte sin preaviso. Dejó de ser rutinario para transformarse en artículo de lujo, suntuario. Lo vives y atesoras de acuerdo a las circunstancias impuestas por la guerra. Sin embargo y a pesar de las amenazas, su consumo continúa de manera individual, cada quien dispone de su propio tiempo y lo usa de acuerdo a las necesidades afectivas, a su cultura e inteligencia. La urgencia de vivirlo se manifiesta en las prácticas sexuales y en las exigencias de ternura o de consuelo espiritual.
¿Cómo lo consumen los reclusos? No de la misma manera a como lo hacemos los que pateamos las calles, mucho menos parecido a como disponen los niños de su propio espacio y tiempo. ¿Cómo se viven los afectos en los reclusorios, o se sustituye la ternura, o se espera la visita conyugal, o se cuidan más las propiedades personales que el tiempo del que disponen para consumirlas?
¿Cómo hace uso de su propio y escaso tiempo el condenado a muerte, mientras espera la ejecución de la sentencia? ¿Estudia? ¿Se arrepiente y busca consuelo en alguna manifestación religiosa, o manda al diablo a las instituciones?
La genial balmoreada palaciega de la 4T
Escuchado y leído todo lo escrito y dicho sobre la real o supuesta enfermedad presidencial, sólo queda abierta una hipótesis: nunca se enfermó en Mérida, sino que recurrió a una inteligente estrategia de desinformación para llenar el espacio informativo y distraer sobre sus verdaderas intenciones.
Hacerse con la voluntad total de diputados y senadores de Morena, para, de una buena vez, acelerar los cambios legales considerados indispensables, para escorar al gobierno a una supuesta izquierda que, en realidad sirve a la derecha, y desaparecer, de una buena vez, al INAI, para después seguir con el INE.
Puedo estar equivocado, pero -una vez más- se burló de los mexicanos en un gesto muy de él, de Andrés Manuel López Obrador: tengan para que aprendan.
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