*Sobre la crueldad cotidiana y no tan nueva, permanece esa sutil y feroz violencia de las tradiciones, de los usos y costumbres que todos ven como si fuese un tabú imposible de desaparecer. El mercado de la venta de niñas en la zona de la montaña, y la complicidad etérea de las autoridades estatales, convierten ese flagelo en un dolor mayor
GREGORIO ORTEGA MOLINA. ¿Quién y cómo gobierna en buena parte del territorio nacional? ¿Tenemos alguna idea del origen u orígenes de esta violencia, e imaginamos sus consecuencias? ¿Hay responsabilidad del gobierno federal, de los gobiernos locales, de la ciudadanía? ¿Puede contenerse?
En algunas zonas se ha pasado del miedo al terror. ¿Por qué permitieron que los narcotraficantes sembraran minas en su territorio? ¿Por qué tardó tanto la autoridad federal en acudir a limpiar el área?
Evitemos personalizar el tema y señalar culpables. Las políticas públicas se construyen con los impuestos y la aprobación de la sociedad, y ésta es -en muy buena medida- corresponsable de lo que sucede en el ámbito de sus vidas. Están la Constitución y las leyes para pedir un cambio, y que queden atrás los abrazos, pero también los balazos, para que recuperemos esa paz pública que es necesaria para evitar todas las otras enfermedades sociales, empezando por la corrupción y el incumplimiento cabal del mandato constitucional.
Imposible conocer el verdadero saldo en vidas, puesto que no todas las fosas clandestinas han sido encontradas, y de los despojos aparecidos, muy pocos pueden identificarse. Las madres recorren los campos de México en busca de los cuerpos de sus hijos y otros seres queridos.
Es importante resaltar que los barones de la droga se adueñan, palmo a palmo, del poder político y negocian con el económico, porque hacen el trabajo sucio a muchos de los dueños del dinero, como supongo que ocurre con los incendios “por accidente” sucedidos en diversos mercados del territorio nacional. Buscan afanosamente una resiliencia urbana para que el suelo adquiera el valor que ellos necesitan imponer. Los políticos de antes, los “neoliberales”, fueron corruptos, pero no pendejos. Supieron dónde y por qué colocar los mercados, y allí deben permanecer.
Sobre la crueldad cotidiana y no tan nueva, permanece esa sutil y feroz violencia de las tradiciones, de los usos y costumbres que todos ven como si fuese un tabú imposible de desaparecer. El mercado de la venta de niñas en la zona de la montaña, y la complicidad etérea de las autoridades estatales, convierten ese flagelo en un dolor mayor.
Resulta imposible olvidar el planteamiento inicial: ¿quién o quiénes y cómo gobiernan buena parte de la república? No la autoridad legítima.
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