LA COSTUMBRE DEL PODER/ Sociedad, diversidad, divergencia

*Es necesario detener las distorsiones que sobre el pasado inmediato y la lucha por la democracia se han empeñado en recetarnos cotidianamente. Que se vayan a su casa y nos permitan ser personas, individuos, mexicanos con conciencia, no borregos de las redes sociales ni de la 4T

GREGORIO ORTEGA MOLINA. Somos nuestros propios verdugos al someternos, con docilidad, a las exigencias de sumarnos y elegir identidad en cualesquiera de las minorías que se forman para -supuestamente- exigir y merecer derechos civiles y políticos, pero que terminan por agregarse a la masa. A paso redoblado perdemos la posibilidad de ser individuos con personalidad propia. Nos hemos dejado seducir por un colectivo vacío.

¿Nos favorece ese anonimato en medio de la grey? ¿No es bueno levantar la voz, al menos de vez en cuando, para hacernos oír y emitir opinión? ¿Corremos el riesgo de perder la vida?

Las preguntas anteriores encuentran respuesta en la filosofía, la siquiatría y la sicología. Distan mucho de ser nuevas, como tampoco lo es el refuerzo científico y tecnológico que acerca, cada día más, la posibilidad de vivir sin ser, pues eso son las redes sociales, los chats, las conversaciones a través del zoom. Verbalizar sin contacto afectivo ni físico equivale a esa inolvidable escena en que Jane Fonda, como encarnación de Barbarella, hace el amor con sólo el contacto de la palma de una mano.

Las inquietudes anteriores surgen de mi lectura de La rebelión de las masas, en la coedición de Alianza Editorial y Revista de Occidente, de 1979. En ese texto, José Ortega y Gasset nos ofrece lo siguiente: “Cuando se habla de <<minorías selectas>>, la habitual bellaquería suele tergiversar el sentido de esta expresión, fingiendo ignorar que el hombre selecto (¿fifí, intelectual, mafia del poder, prelado, ministro, juez, consejero del INE?) no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Y es indudable que la división más radical que cabe hacer en la humanidad es esta en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva”.

Quizá por ello el afán de desestructurar las instituciones, para definitivamente destruir esos centros de inteligencia que son el Conacyt y el Cide. Sólo a los ignorantes se les puede administrar políticamente como pretenden hacerlo.

En el prólogo para el lector francés de la obra citada, escrito en 1937, el propio Ortega y Gasset advierte del interés por desacreditar el pasado, destruirlo: “El hombre, en cambio, merced a su poder de recordar, acumula su propio pasado, lo posee y lo aprovecha. El hombre no es nunca un primer hombre: comienza desde luego a existir sobre cierta altitud de pretérito amontonado. Este es el tesoro único del hombre, su privilegio y su señal. Y la riqueza menor de ese tesoro consiste en lo que de él parezca acertado y digno de conservarse…”.

Es necesario detener las distorsiones que sobre el pasado inmediato y la lucha por la democracia se han empeñado en recetarnos cotidianamente. Que se vayan a su casa y nos permitan ser personas, individuos, mexicanos con conciencia, no borregos de las redes sociales ni de la 4T.

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