GREGORIO ORTEGA MOLINA
*“Uno también construye lo que le ocurre. Lo construye, lo invoca, no deja escapar lo que le tiene que ocurrir. Así es el hombre. Obra así incluso sabiéndolo o sintiendo desde el principio, desde el primer instante, que lo que hace es algo fatal. Es como si se mantuviera unido a su destino, como si se llamaran y se crearan mutuamente. No es verdad que la fatalidad llegue ciega a nuestra vida, no. La fatalidad entra por la puerta que nosotros mismos hemos abierto, invitándola a pasar”
*Nosotros los mexicanos, todos, absolutamente todos, somos los responsables del aniquilamiento de la democracia, de ciertas libertades y de lo que nos suceda desde hoy
Ayer por la noche se celebró la ceremonia del grito de Independencia. La iluminación y la Plaza colmadas por el México bueno y sabio, como siempre; hoy se asiste al desfile de las Fuerzas Armadas. Ambos hechos todavía son motivo de festejo, aunque el resultado fue un ensueño intermitente, entre las traiciones, el caudillismo, los héroes que no fueron, y el sucedáneo de democracia que recetaron a los mexicanos.
La distancia entre lo conceptuado por los griegos, lo desarrollado por los políticos y pensadores a lo largo del surgimiento y desaparición de naciones e ideas para ofrecer un mundo mejor a las sociedades, y lo que hoy creemos democrático, es sideral.
Lo cierto es que los gobiernos no gobiernan, quienes determinan lo que ha de hacerse, son los administradores de esos poderes fácticos que hoy tienen a Occidente inmerso en un cambio civilizatorio. Es necesario incluir a los narcotraficantes en ese grupo, porque ellos, como los dueños del dinero, saben que la democracia facilita la rebelión en la granja, y es lo que rechazan, prefieren dictaduras al desorden.
Las confrontaciones bélicas geográficamente localizadas (Rusia-Ucrania, Israel-Palestina, narco disputas regionales en América Latina y enfrentamientos armados por el poder político en África) tienen alcances globales, sobre todo en comercio, finanzas, salud y orden o desorden social. Los identificados como poderes fácticos irrumpieron en el ámbito político desde los conglomerados económicos, porque saben que requieren, con urgencia, de un control absoluto de las supuestas inquietudes de participación en la toma de decisiones, pues la auténtica voz de esa mayoría debe ser silenciada, de lo contrario la exigencia de satisfacer sus necesidades implosionará todo proyecto de control.
Los gobernados deben guardar un absoluto y respetuoso silencio, ya que, para interpretar sus deseos y exigencias y necesidades, está la sapiencia de sus supuestos representantes, porque fue a través del voto no comprado, no vendido, no coercitivo, que los hicieron llegar como diputados y senadores al Congreso Federal, y así fueran los fieles intérpretes de su voluntad. Parten de lo considerado por ellos como una verdad incontrovertible: sólo los representantes populares saben lo que al México bueno y sabio le hace falta.
Guardadas las debidas distancias, lo que hoy sucede entre los gobernantes de la 4T y ese México bueno y sabio adormecido en los plásticos del bienestar, me recuerda un diálogo de El último encuentro, ese en el que Sándor Márai pone en voz de su personaje: “Uno también construye lo que le ocurre. Lo construye, lo invoca, no deja escapar lo que le tiene que ocurrir. Así es el hombre. Obra así incluso sabiéndolo o sintiendo desde el principio, desde el primer instante, que lo que hace es algo fatal. Es como si se mantuviera unido a su destino, como si se llamaran y se crearan mutuamente. No es verdad que la fatalidad llegue ciega a nuestra vida, no. La fatalidad entra por la puerta que nosotros mismos hemos abierto, invitándola a pasar”.
Nosotros los mexicanos, todos, absolutamente todos, somos los responsables del aniquilamiento de la democracia, de ciertas libertades y de lo que nos suceda desde hoy.
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