LA COSTUMBRE DEL PODER/ Muñoz Ledo perdió el decoro

*¿Por qué, entonces, insistir en convertirse en embajador de México en Cuba? Porque anda a la cuarta pregunta, punto de referencia de su honradez y honestidad. Pero no aprende, perdió el pudor

GREGORIO ORTEGA MOLINA. La edad modifica conductas. Peor si es acompañada de carencias afectivas y/o económicas. El afecto y el respeto de los allegados a los mayores, puede trascender las dificultades del trato si hubo reciprocidad. Así es la condición humana.

Conocí a Porfirio Muñoz Ledo hace más de 50 años, en una mesa del Ambassadeurs durante una comida convocada por Rafael Corrales Ayala, a la que asistieron Emilio Uranga, Gregorio Ortega Hernández (quien me llevó) y el propio Porfirio.

El trato tuvo sus altas y bajas. Ofició como testigo en mi boda, y todavía conservamos en casa la tinta de Olachea, titulada los generales, que generosamente nos obsequió. Pero no fue sino hasta 1972 que me invitó a colaborar con él en la secretaría del Trabajo y Previsión Social, subordinación mía que duró hasta que debió renunciar a seguir con la enorme tarea que se había impuesto en la secretaría de Educación Pública.

No ha existido mejor y más completa propuesta de proyecto educativo para México que la presentada por el secretario Muñoz Ledo y su equipo durante varios días, en una explanada de Los Pinos. Debieron ver el rostro de José López Portillo. El flechador del cielo no resistió que una inteligencia brillara más que la suya. Entre septiembre y diciembre Rosa Luz Alegría y Benjamín Heding Galeana le tendieron la cama, de tal manera que a José López Portillo le resultara poco incómodo solicitarle la renuncia.

He de reconocer que el defenestrado Muñoz Ledo llamó al maestro José Campillo Sainz para que me cobijara en el INFONAVIT. Entre Porfirio y él contribuyeron a que completara mi formación cultural y profesional.

En más de 50 años de trato, dos conversaciones al margen de la subordinación, y ningún señalamiento de que hubiese una posibilidad de amistarse, aunque fui amigo de sus amigos. Únicamente comimos una vez solos, poco antes de que fuera diputado en la primera legislatura de la 4T.

A las pocas semanas de su defenestración, ya en enero o febrero de 1978, tuve oportunidad de decirle que, si Luis Echeverría pensó, en algún momento, en construirlo como sucesor, esa idea se diluyó como cayó el gobierno de Salvador Allende. Y le insistí que se dedicara a la academia, a ser lo que él en su momento deseó convertirse: la conciencia de la nación, para ocupar el lugar de Emilio Uranga. Escribir libros, señalar el rumbo, quizá recuperar el proyecto de la Revolución, ya preterido.

Su respuesta fue automática: “Eso es para los viejos”. Bueno, ya es de la tercera edad, y compite con Javier Wimer por llenar los libreros de sus amigos con sus obras completas. En cuanto a su trascendencia política hay hechos que la avalan: la escisión del PRI, el Frente Democrático Nacional, el PRD, la transición democrática y la siempre pospuesta reforma del Estado.

El 20 de enero se dio a conocer lo siguiente: “El expresidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, aclaró que su nombramiento como embajador de Cuba está en el limbo desde octubre, porque no lo ha resuelto la Cancillería”.

¿Por qué, entonces, insistir en convertirse en embajador de México en Cuba? Porque anda a la cuarta pregunta, punto de referencia de su honradez y honestidad. Pero no aprende, perdió el pudor.

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