*El dilema es inexistente. Si la humanidad desea sobrevivirse a sus propias conductas, debe reorientar los procedimientos del desarrollo económico
GREGORIO ORTEGA MOLINA. Debemos dejar de actuar como aldeanos. Fuera sencillo resolver el problema si se trata nada más de Andrés Manuel López Obrador. La decadencia es globalizadora y afecta a todos. Rusos y chinos también se hacen cruces porque desconocen lo que ocurrirá mañana.
Leo con retraso Ética para inversores, novela en la que Petros Márkaris expone sus hipótesis acerca de las sinrazones de la pobreza y la responsabilidad de los gobiernos en que se profundice en lugar de atenuarse, porque miserables y precaristas siempre habrá, son parte inherente al egoísmo humano, a la codicia con la que muchos se conducen, pensando en que podrán cantar su palinodia cubiertos de oro como Tutankamón, y proferir una maldición en contra de los depredadores de los rendimientos acumulados, como si todavía su voluntad cotizara en el mercado de valores.
El fin del mundo no será por un cataclismo nuclear, sino por el comportamiento entre nosotros y el maltrato a la naturaleza. Actúan, los gobiernos, como si el cambio climático les valiera madres, cuando los efectos sobre la vida y el medio ambiente ya son tangibles y, además, tienen un costo social y económico terrible. ¿No es el Covid-19 una respuesta “inteligente” de todo aquello que intentamos destruir para defenderse? Las variables que aparecen con los cambios estacionales parecen confirmarlo.
Para acelerar el proceso de descomposición global y profundizar la inquietud en las sociedades, la desaceleración económica sí provocará recesión. Imposible determinar su alcance y duración, lo que distraerá la atención de los gobiernos del problema medular: el medio ambiente.
Imposible ocultar que pronto habrá disputas por el agua, que después se transformarán en guerras, primero entre connacionales y luego entre naciones. Es innegable la prolongación de las sequías, lo contaminado de ríos y mares, la ausente educación en los programas escolares para cuidar de la tierra, que es el hogar común de la humanidad, no nada más de unos cuantos.
La incuria de los gobernantes produce resultados desastrosos y prácticamente insolubles, porque se dejan las soluciones en manos del poder económico, incapaz de ver más allá de los estados de cuenta, de los resultados trimestrales y los cierres fiscales. Ellos siempre tendrán agua para beber y bañarse, y alimentos para saciar su hambre.
El dilema es inexistente. Si la humanidad desea sobrevivirse a sus propias conductas, debe reorientar los procedimientos del desarrollo económico.
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