GREGORIO ORTEGA MOLINA
*Al igual que Simone Weil y los teólogos o doctores de la Iglesia, considero que al cesar la respiración sólo sucede un tránsito espiritual. El cuerpo es una carcasa
Nada ni nadie nos enseña a vivir. Lo aprendemos por pasos, a través de lo escuchado en nuestros hogares y las aulas, pero también y sobre todo debido a lo visto en la calle, pues es en las aceras, los mercados, los lugares públicos, el transporte, donde nos confrontamos con lo diverso y lo diferente.
Todos nacemos de una mujer, y en ese instante todos empezamos nuestro recorrido a la estación terminal. Lo importante es el trayecto, pues éste queda determinado por la fortuna, naturalmente, pero más por el IQ, puesto que muchos millonarios resultan idiotas. La inteligencia perfila y redefine nuestro concepto de vida, que es personal, único… se comparte con unos cuantos, esos miembros de la familia elegidos por ti, los amigos, los hijos.
La vida es comunión, lo que no se comparte se pudre. Me refiero, sobre todo, a los sentimientos, la cultura, el conocimiento, las técnicas e instrumento de trabajo, a través del arte. Quien no puede apreciar un cuadro, una cantata, una escultura, un verso, una novela, no vive, vegeta.
El trayecto a la estación terminal puede recorrerse en condiciones precarias y terribles, a pesar de que se haya construido un Estado de Derecho y se hable de igualdad de oportunidades. La violencia que se ejerce en las condiciones de vida, no necesariamente es física. El hambre puede causar más daño que los balazos, o la trata que la violencia machista, o el cáncer que el consumo de estupefacientes.
Este alud de variaciones sobre la idea y las posibilidades de vivir, se desprende de mi tardía lectura de El cerebro de mi hermano, donde Rafael Pérez Gay nos pormenoriza la agonía de José María Pérez Gay. Dos citas para entendernos.
“El destino es una palabra enorme que desprecié durante mis años de juventud; en cambio, en mis años maduros, lo invoco a menudo, he entendido que el destino es el lugar donde está ocurriendo la vida”.
“Me tomó años entender que la muerte es un hecho cruel que define la vida: sin conciencia de ese acto sin retorno, nadie comprenderá la índole misma de la existencia; si no admitimos que los días felices están contados, no hay lugar para el placer y la diversidad de cosas magníficas que hay en el camino a la tumba”.
Disiento un poco. Al igual que Simone Weil y los teólogos o doctores de la Iglesia, considero que al cesar la respiración sólo sucede un tránsito espiritual. El cuerpo es una carcasa.
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