LA COSTUMBRE DEL PODER: La capo mayor del Cártel de Sinaloa

*No dudemos, entonces, de la verdadera personalidad y de la auténtica función de María del Consuelo Loera Pérez. ¿Será lo que parece que no es? Quizá en comportarse como siempre reside su habilidad. Es una madre mexicana

GREGORIO ORTEGA MOLINA. Durante el segundo cuarto del siglo XX Badiraguato, en Sinaloa, no era lo que hoy significa y es. Sus casas y familias, como muchas de la provincia mexicana, afincadas en poblaciones pequeñas, diremos caseríos, vivían como actualmente lo hacen en esos hogares donde se conservan y respetan las tradiciones.

Una única mesa, dentro o muy cerca de la cocina. A ella se sientan los hijos juntos o por turnos -salvo los domingos en que se reúnen todos-, de acuerdo a las necesidades del trabajo. Allí la voz que decide y manda es la de la madre, quien primero atendió a sus vástagos y después a los nietos, regresados al fogón original después de vivir en las ciudades. Se requiere que asuman sus responsabilidades.

Entre plato y plato, ya sea durante el desayuno o la comida, unos y otros le comparten lo ocurrido en el día, y la madre o abuela escucha paciente, atenta, no se desespera ni precipita. Deja caer las recomendaciones que sólo se convierten en consejos cuando se los solicitan. ¿En qué medida es ella la que decide qué ha de hacerse, cómo proceder? ¿Cómo fue que supo o sabe y todavía aprende de la conducta humana y la manera en que han de conducirse los integrantes de la familia, para que el negocio florezca?

De alguna manera esas escenas se replican en cientos, miles de hogares mexicanos, porque así fueron educados en el respeto a sus padres. En muchas películas del siglo de oro del cine mexicano, vivimos esas escenas y escuchamos esos diálogos durante los cuales la madre, o el padre, sin imponerse, logra que se haga lo que ha de hacerse.

Es posible que todavía se repita lo mismo en las casas urbanas. El destinatario del cuento cambia, y en no pocas ocasiones los oídos que sustituyen a los de las abuelas y madres, son los de la esposa, que paciente se sienta con el marido para escuchar su día a día. ¿Cuántas ocasiones hemos descargado las angustias en la paciencia de nuestras compañeras? ¿Cuántas más, por sí o por no, procedemos como ellas siguieren?

No dudemos, entonces, de la verdadera personalidad y de la auténtica función de María del Consuelo Loera Pérez. ¿Será lo que parece que no es? Quizá en comportarse como siempre reside su habilidad. Es una madre mexicana.

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