*Hemos de entender que “civilizarse” es ceder facultades físicas, primero, e intelectuales después; la entrada a los paraísos artificiales de Baudelaire es sustituida por el acceso rápido y mortal del fentanilo. Nada de artificio, duro y directo a la confrontación con la realidad
GREGORIO ORTEGA MOLINA. Suscita inquietudes el maridaje de dos conceptos distantes: inteligencia y artificial. Si es lo primero, difícilmente puede ser lo segundo, y si es lo último, imposible ser inteligente.
María Moliner lo puntualizó. Vamos a la entrada, referirlo todo requiere varios artículos. “Inteligencia. Facultad espiritual con la que se captan, se relacionan y se forman las ideas”.
Los “ordenadores” son programados y alimentados por seres humanos inteligentes. Crean algoritmos y anticipan respuestas, incluso los facultan con cierta autonomía de reacción. Nada hay de artificial.
Experimenté dos interacciones distintas, pero coincidentes, con la palabra artificial. Leía a Charles Baudelaire y sus Paraísos artificiales, y al mismo tiempo surgió el boom del intento del cambio de paradigma en los sistemas de control, como consecuencia del mayo del 68 y la irrupción del LSD, la música de los Beatles y su canción Lucy in the Sky with Diamonds. La mejor explicación de lo ocurrido o por suceder durante esos diez o quince años, la encontramos en Eros y civilización, texto en el cual Herbert Marcuse explica los mecanismos de control de la energía sobrante. Se destapó la liberalidad sexual. Se guardó el asombro de los abuelos en el clóset.
¿Qué se requiere para ver o percibir lo artificial en el mundo que vivimos y en la propuesta que nos hacen? ¿Tenemos idea de las consecuencias de aceptar, a ojos cerrados, la sustitución de nuestras decisiones por otras anticipadas o prefiguradas o diseñadas por quién sabe quién?
Lo primero que se anula es la facultad de reflexión. Lo que no se usa, se atrofia. La IA ofrecerá opciones, pero también elegirá la mejor, de acuerdo a lo programado.
Hemos de entender que “civilizarse” es ceder facultades físicas, primero, e intelectuales después. El precioso instrumento humano que son las manos, lo mismo para cultivar que edificar o sanar, ha visto reducidas sus tareas. Sólo médicos y, especialmente los cirujanos, conservan el poder de sus manos. Los agricultores dejan atrás el contacto físico con la tierra. Unos más, otros menos, de acuerdo a la economía de las naciones donde siembran.
La entrada a los paraísos artificiales de Baudelaire es sustituida por el acceso rápido y mortal del fentanilo. Nada de artificio, duro y directo a la confrontación con la realidad.
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