*Las otras dos opciones no son nada halagüeñas: o más de lo mismo, con un hiper presidencialismo exacerbado, idéntica corrupción y más impunidad, o un gobierno militar, no necesariamente peor a lo que ya tenemos, pero con altas posibilidades de que se muestre ajeno a la democracia. Así es que ya lo saben
GREGORIO ORTEGA MOLINA. Imposible saber con anticipación lo que el señor de la Madrid Cordero entiende como un cambio, obvio para bien. Ya en alguna de sus presentaciones públicas para hablar de lo que trae en la cabeza, propuso el gobierno de coalición -que en 2011 el inteligente Manlio Fabio Beltrones ofertó como pieza clave de sus aspiraciones, y le tuvieron miedo, por eso no llegó ni a primera base-, pero ese cambio, de haberse realizado en 2012 nos hubiera evitado lo de hoy; actualmente es un inicio de lo que realmente se requiere para tener futuro.
Necesita ir más allá del quehacer de Adolfo Suárez, con idéntico o peor riesgo, perfectamente narrado por Javier Cercas en Anatomía de un instante. Ninguna nación con aspiraciones democráticas está exenta del golpismo o, al menos, del intento de golpe de Estado, cuando los cambios son profundos y afectan a todos.
Para conjurarlo, los afectados -barones del dinero, lideres sociales, intelectuales, lo que queda de las organizaciones sindicales- deben adquirir pleno conocimiento de lo que se les avecina si no se hace la verdadera reforma del Estado, si no hay un cambio constitucional de fondo al modelo político y la institucional presidencial adquiere la dimensión de una jefatura de Estado, para que el jefe de gobierno sea un primer ministro, y gobernar con un presidencialismo parlamentario. Obvio, quien lo intente de pronto se sentirá disminuido, pero con autoridad, inteligencia y cumplimiento del mandato constitucional, cerrará o angostará la fuente de impunidad, y del placebo de la alternancia, transitaremos a una profunda y verdadera transición.
La alternancia se aceptó y negoció, con el propósito de conservar intocado el presidencialismo. Ahora atestiguamos a dónde nos coloca el haber pospuesto la tan necesaria y urgente transición, desde la cual nunca hubiésemos pasado el azoro y la vergüenza de ver al jefe de las instituciones aguardar la llegada de María Consuelo Loera Pérez para obtener, con su venia, un beneplácito para la política de abrazos, no balazos.
Las otras dos opciones no son nada halagüeñas: o más de lo mismo, con un hiper presidencialismo exacerbado, idéntica corrupción y más impunidad, o un gobierno militar, no necesariamente peor a lo que ya tenemos, pero con altas posibilidades de que se muestre ajeno a la democracia. Así es que ya lo saben.
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