GREGORIO ORTEGA MOLINA
*El deber cumplido para el presidente de la República está más allá de un campo de golf, aunque más acá de cerrar los ojos a lo ocurrido en la L-12 y el tren maya y el presupuesto excesivo en Dos Bocas, y los adeudos de la nueva Mexicana de Aviación, porque necesita asegurarse de que seguirá mangoneando la voluntad de los electores mexicanos con los plásticos del bienestar
Desconozco cómo sucede en otras naciones, pero imagino que el comportamiento de políticos y administradores públicos es similar, y se les llena la boca cuando a sus gobernados, en entrevistas o declaraciones de banqueta, aseguran cumplir con su deber, aunque los resultados los desmientan, porque la realidad no puede ocultarse debajo de los otros datos.
Puede sostenerse que el caso mexicano es emblemático, porque en este país la institución presidencial es alfa y omega en materia de administración pública, de inversión privada, de libertad sindical, de procuración y administración de justica. El presidente de la República en funciones lo es todo, y quien lo experimenta, quien lo vive y lo siente, se niega a perder la posibilidad de continuar su vida sin ese vigor anímico que le da el poder.
De alguna manera esa facultad metaconstitucional de decidir quiénes sí y quiénes no gozan de impunidad, había menguado, pero hete aquí que decidieron revivir ese presidencialismo omnisciente y omnímodo que determina vida y milagros en el territorio nacional, aunque actualmente Manuel Andrés López Obrador se muestre incómodo porque él también paga derecho de piso a los barones del narco. De alguna manera descubrieron que son simbióticos.
Este asunto de la impunidad como fuente de omnímodo poder de la presidencia de la República, debe quedarnos claro, porque ahí está el origen de todo el daño hecho al proyecto de nación y es luz inequívoca de la conculcación constitucional y lápida de la Revolución. Al conceder esa gracia a quienes la buscan, el presidente de México se autovacuna y consigue ser impune de por vida.
El daño causado carece de importancia, como lo reconocen en esa conversación telefónica en la que ríen se su “travesura” y advierten que cuando el tren maya descarrile será otro pedo, y no de ellos, porque Manuel Andrés López Obrador está obligado a cubrirlos, a permitir que se vayan impunes.
Es un asunto entre padre e hijos. La familia revolucionaria cedió su lugar a la familia presidencial, y nadie se pregunta a cuánto ascendieron los cañonazos de cincuenta mil pesos. Habrá que preguntar a Romo, a Slim, a Larrea, a Salinas Pliego.
El deber cumplido para el presidente de la República está más allá de un campo de golf, aunque más acá de cerrar los ojos a lo ocurrido en la L-12 y el tren maya y el presupuesto excesivo en Dos Bocas, y los adeudos de la nueva Mexicana de Aviación, porque necesita asegurarse de que seguirá mangoneando la voluntad de los electores mexicanos con los plásticos del bienestar.
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