*La reedición contemporánea del infierno consiste en que los civiles sufran mucho antes de fallecer, porque los soldados caerán en el campo de batalla. Estamos lejos de las pesadillas de Francisco de Goya, más cerca de Hiroshima, a la vuelta de la esquina de Nagasaki, por aquello de que no es la tropa la que cae en defensa de la patria, sino los civiles que mueren por vivir en paz
GREGORIO ORTEGA MOLINA. La barbarie es el infierno temido. Todo lo abarca, es la desgracia amplificada y llevada a expresiones que nos negamos a aceptar. Evoco las imágenes infernales de los pintores y dibujantes de la Edad Media. No las queremos en nuestra vida cotidiana.
Después de los libros nos llegaron las fotografías y los documentales de la II Guerra Mundial. Ciertamente son impactantes los testimonios de los campos de exterminio, los rastros dejados tras las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, pero a mi parecer lo que más duele, lo que más daña, lo que más afecta la razón son los cuerpos de los soldados abandonados en las trincheras y liquidados por el frío. Congelados, con babas de hielo en las barbas o colgando del barbiquejo para casco.
¿Cuántas horas o días se necesitan para morir de frío, para que el torrente sanguíneo alcance el punto de congelación, la humedad de los ojos se convierta en hielo y los riñones se transformen en trozos de carne congelada? Ahí están las imágenes de las Ardennes, los cuerpos retorcidos de los soldados que fallecieron en defensa de Stalingrado, o buscando hacerse con esa población soviética. Debió haber hambre, sed… debieron existir deseos de suicidio o de matar al vecino, o de abjurar de la fe, religión y creencia en la patria y el destino de la humanidad.
Toca a la puerta el invierno en Ucrania, con una enorme diferencia, la mayoría de asesinados serán civiles; morirán por las disposiciones militares y políticas del gobierno ruso para, a fin de cuentas, ocupar esa nación que no es suya y en espíritu nunca lo fue.
Cortan el gas y los sistemas eléctricos tradicionales y de energía nuclear; deja de haber alimentos, se vive en la precariedad, pero supongo que poseen un concepto muy arraigado de nación, de pertenencia a una patria, y ante la necesidad de no ceder al invasor prefieren dejarse morir de frío.
Insisto, el regreso a la barbarie, la reedición contemporánea del infierno, consiste en que los civiles sufran mucho antes de fallecer, porque los soldados caerán en el campo de batalla. Estamos lejos de las pesadillas de Francisco de Goya, más cerca de Hiroshima, a la vuelta de la esquina de Nagasaki, por aquello de que no es la tropa la que cae en defensa de la patria, sino los civiles que mueren por vivir en paz.
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