GREGORIO ORTEGA MOLINA
*En términos de poder y conducción de naciones, las mujeres ven con claridad lo que los hombres somos incapaces de apreciar, o ni siquiera intuir. ¿Cómo nos explicamos el comportamiento de Diana Spencer durante su función de princesa, que era capaz de acercarse a los leprosos en su visita a Teresa de Calcuta, o abrazar a niños enfermos del síndrome de insuficiencia adquirida? Desde el pasado primero de octubre la sociedad debe adecuarse a otro ritmo, otras pausas, otras maneras de ver al mundo. Es el modo, no la forma ni los fines. Vamos a lo mismo, a otro ritmo
A riesgo de parecer irreverente con el feminismo, es necesario subrayar un hecho incontrovertible: si los hombres coparon la escena en el oficio de mandar, el único, el verdadero poder político, la auténtica fuerza moral que movió y mueve a las sociedades, es el que se desprende de la inteligencia y figura de las mujeres. Atrás, sí, pero siempre supieron de su responsabilidad y de lo que traían entre manos.
En mi vida profesional fui subordinado de dos mujeres. Idolina Moguel Contreras, maestra, escritora de un libro de español para educación primaria. Me desempeñé bajo sus órdenes como director de administración de la Dirección General de Mejoramiento Profesional del Magisterio. La aventura concluyó cuando Rosa Luz Alegría y Benjamín Hedding Galeana lograron influir en José López Portillo para defenestrar a Porfirio Muñoz Ledo.
Después Silvia Hernández, quien desapareció del escenario político tras un accidente de avión. Recuerdo nuestro último diálogo, que fue telefónico: “Gregorio, te espero a las siete de la mañana en tal hangar del aeropuerto, para que me acompañes a Querétaro”; “Gracias Silvia, a tu ciudad me voy por carretera, te espero en el aeropuerto de Querétaro”. Allá fui junto con Mario Palomera, para enterarnos de que la avioneta no logró levantar el vuelo.
Bajo su mando comencé a comprender cómo es que las mujeres ven al mundo. Después, las lecturas de historia, la actividad de los Césares y la dependencia de su equilibrio emocional y toma de decisiones tras haber escuchado a madres y esposas; la vida de Isabel I, de María Estuardo; la enjundia disciplinada de los faraones, la ríspida deferencia de los reyes franceses a sus queridas y esposas, los salones literarios, Marie Curie, Hortensia Bussi e Isabel Allende, Catalina la Grande. Angela Merkel, Margaret Thatcher, Indira Gandhi, Benazir Butho, Golda Meier… y la lista podría alargarse.
En términos de poder y conducción de naciones, las mujeres ven con claridad lo que los hombres somos incapaces de apreciar, o ni siquiera intuir. ¿Cómo nos explicamos el comportamiento de Diana Spencer durante su función de princesa, que era capaz de acercarse a los leprosos en su visita a Teresa de Calcuta, o abrazar a niños enfermos del síndrome de insuficiencia adquirida?
Desde el pasado primero de octubre la sociedad debe adecuarse a otro ritmo, otras pausas, otras maneras de ver al mundo. Es el modo, no la forma ni los fines. Vamos a lo mismo, a otro ritmo.
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