GREGORIO ORTEGA MOLINA
*¿Continuará siendo importante saber cuánto gana Loret, o es más necesario saber cómo resuelven su vida económica los vástagos presidenciales? No es un asunto de pesos y medidas, pues la ética y la moral no se pesan y tampoco se miden, sólo deben dar resultados. La realidad es que la democracia, el cambio de régimen, una auténtica transición nos elude, o la eludimos y se escurre de entre nuestros dedos, escapa a nuestros deseos, obnubila nuestra inteligencia
Sorprende la simplificación que los analistas políticos hacen de lo ocurrido el dos de junio último. El menos desacertado, hasta hoy, es Héctor Aguilar Camín, aunque elude calificarlo como lo que es: un retroceso, un regreso al peor de los pasados. Todos los artículos y columnas que con mi reducida capacidad he podido leer, le dan la vuelta al fondo del problema.
Decidieron destruir ese sentimiento que es la patria, el concepto de empatía y la solidaridad de la nación con los que cumplen con la ley, para hacer de Badiraguato el verdadero, auténtico santuario.
Confío más en las aportaciones analíticas de Sándor Márai que en las de mis colegas mexicanos: “El poder humano siempre conlleva un ligero desprecio, apenas perceptible, hacia aquellos a los que dominamos. Solamente somos capaces de ejercer el poder sobre las almas humanas si conocemos a quienes se ven obligados a someterse a nosotros, si los comprendemos y los despreciamos con muchísimo tacto”.
La observación resulta ineludible: quienes extorsionan, secuestran, desaparecen, asesinan, cobran derecho de piso o dan negativos mensajes cotidianos, lo hacen sin tacto y con exceso de desprecio. En Badiraguato está el punto de partida de la nueva moral, de la moderna ética revolucionaria y gubernamental.
¿Continuará siendo importante saber cuánto gana Loret, o es más necesario saber cómo resuelven su vida económica los vástagos presidenciales? No es un asunto de pesos y medidas, pues la ética y la moral no se pesan y tampoco se miden, sólo deben dar resultados.
Otra vez Márai: “Son muy pocas las personas cuyas palabras concuerdan con su existencia. Cuando eso sucede, se produce una de las maravillas más raras de la vida… Quiero decir que la gente acaba aprendiendo la verdad, adquiere experiencias, pero todo ello no sirve de nada, puesto que nadie puede cambiar de carácter. Quizá no se puede hacer nada más que esto en la vida: adaptar a la realidad, con inteligencia y atención, esa otra realidad irrevocable, el carácter personal. Esto es la único que podemos hacer. Y, sin embargo, así tampoco seremos más sabios, ni estaremos más resguardados frente a las adversidades”.
La realidad es que la democracia, el cambio de régimen, una auténtica transición nos elude, o la eludimos y se escurre de entre nuestros dedos, escapa a nuestros deseos, obnubila nuestra inteligencia.
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