GREGORIO ORTEGA MOLINA
*Dejar de ser lo que muy pronto ya no encarnarás, es el inicio de empezar a perder: afectos, respeto, apoyo, seguridad en ti mismo, el halago de todos los días, los honores militares, aunque sí conservarás quien te tienda la cama y, quizá, sólo quizá, quien te prepare la mortaja digna del ser que una vez fuiste, y perdiste para siempre un primero de octubre.
El dolor de dejar de ser lo que no fuiste, porque no lograste la estatura humana y moral para serlo, te carcomerá por dentro al darte cuenta de que perdiste la oportunidad de entrar al panteón de los héroes de la patria, pero todavía no sabes lo que eso significa
Perder tiene un significado distinto a perderse, lo mismo que morir no equivale a dejar de ser. Estás vivo y, de pronto, ya no eres ni representas ni volverás a encarnar esa imagen de ti mismo que adorabas más que al personaje real, al de carne y hueso.
Encarnarse en el poder absoluto, supremo, te obligó a equipararte a una deidad, a tu dios, a significar para los tuyos y tus adoradores y lambiscones y ventajistas que te rodearon, la oportunidad de vivir más allá de las pequeñas molestias de la realidad, de esos escollos que el México bueno y sabio debe sortear a diario, lo mismo para alimentarse, para no morir, para amar y ser amado.
¿Tienes la mínima idea de lo que percibirás y sentirás y perderás el primero de octubre, en cuanto la doctora Sheinbaum Pardo se cruce la banda presidencial que, efectivamente, te convirtió en presidente legítimo? En ese instante dejarás de ser, no podrás disfrutar jamás de esa supuesta o real sensación que, a ti en especial, te confería el baño de pueblo, la solicitud de mercedes, la posibilidad de indultar o no; nunca más volverás a ser lo que experimentaste cuando por una decisión tuya, soberana, por encima de la legalidad y la constitución, determinaste que jamás serías un florero y cancelaste el AICM en Texcoco. ¿Alguna vez te detuviste a hacer el balance de lo que obtuviste y lo que perdieron tus gobernados?
En este México nuestro dejar de ser la autoridad máxima e incuestionable, ya no tener la banda presidencial, equivale a perderlo todo, a irse mudo y sin resistencia anímica alguna a “La Chingada”, allá en la selva, a esa propiedad que nadie sabe cómo te hiciste de ella, porque en esos días no tenías en que caerte muerto.
Dejar de ser lo que muy pronto ya no encarnarás, es el inicio de empezar a perder: afectos, respeto, apoyo, seguridad en ti mismo, el halago de todos los días, los honores militares, aunque sí conservarás quien te tienda la cama y, quizá, sólo quizá, quien te prepare la mortaja digna del ser que una vez fuiste, y perdiste para siempre un primero de octubre.
El dolor de dejar de ser lo que no fuiste, porque no lograste la estatura humana y moral para serlo, te carcomerá por dentro al darte cuenta de que perdiste la oportunidad de entrar al panteón de los héroes de la patria, pero todavía no sabes lo que eso significa.
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