LA COSTUMBRE DEL PODER/ Cuaresma política y económica I/II

GREGORIO ORTEGA MOLINA

*Aparterse del discurso, de las filípicas, valorar lo que enseñan el silencio y el retiro oportuno al desierto, para una introspección de lo logrado hasta entonces, ayudaría a la mandamás ya sus gobernados, pero no lo hará, porque la que manda nunca se equivoca

Ahora recuerdo que cuando Luis Echeverría concluyó su gira proselitista, ganó las elecciones y tomó posesión, los mexicanos nos quejamos del exceso del uso de la palabra presidencial. Sólo tengo en la memoria el título de uno de mis primeros textos editoriales: Las filípicas de Echeverría.

Hoy los integrantes del México bueno y sabio y los analistas del comportamiento humano y del quehacer político, apuran en ayunas las palabras presidenciales, como si fuera el sure que necesitan para estar alertas. Todos hemos olvidado el beneficio que el silencio trae consigo. El ruido cotidiano desde el Salón de la Tesorería o desde cualquier tribuna considerada buena para dejarnos la verdad revelada de la voz presidencial.

Nadie osó hacer a Andrés Manuel López Obrador algún comentario sobre el beneficio de la reflexión en silencio, en soledad, pues las decisiones tomadas por un presidente de la República modifican -para bien o para mal- el destino de millones de mexicanos, muchas veces de manera irreversible. Obsequiar dinero a los padres de los niños fallecidos por cáncer, no modifica su presente y en nada resuelve su futuro.

Hoy nadie se atreverá a conversar con la doctora Sheinbaum Pardo sobre lo útil y necesario que son los espacios y tiempos de reflexión en silencio. Los políticos que sí supieron de las exigencias del poder para convertirse en estadistas lo llamaron la travesía del desierto. Un retiro, un vacío, un necesario mutismo para escuchar las necesidades y el dolor de los gobernados, para oírse a ellos mismos y determinar qué y cómo es lo que hay que cambiar para transformarse en conductores de hombres.

Cristo se retiró al desierto 40 días con sus noches, para preparar su jornada de tres años; antaño a las parturientas se les ponía en cuarentena. ¿De qué creen estar hechos los seres humanos que únicamente se sienten vivos durante su ejercicio del poder, que se muestran incapaces de hacer una pausa para hundirse en el silencio, la reflexión y explorar con honestidad el camino recorrido hasta ese momento?

Apartarse del discurso, de las filípicas, valorar lo que enseñan el silencio y el retiro oportuno al desierto, para una introspección de lo logrado hasta entonces, ayudaría a la mandamás ya sus gobernados, pero no lo hará, porque la que manda nunca se equivoca.

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