LA COSTUMBRE DEL PODER: Ayotzinapa, el estigma de la traición llevado al segundo piso

GREGORIO ORTEGA MOLINA

*“Para nosotros, matar es una cuestión jurídica y moral, o una cuestión médica, un acto permitido o prohibido, un fenómeno limitado dentro de un sistema definido tanto desde un punto de vista jurídico como moral. Nosotros también matamos, pero lo hacemos de una forma más complicada: matamos según permite y prescribe la ley. Matamos en nombre de elevados ideales y en defensa de preciados bienes, matamos para salvaguardar el orden de la convivencia humana”

La piedra fundacional de la honestidad valiente de Andrés Manuel López Obrador fue destruida por él mismo. Imposible determinar el momento en que decidió hacerlo: ¿Al saber la verdad, al ser informado por Alejandro Encinas, al instante en que los jefes de las Fuerzas Armadas la “solicitaron” que cerrara el pico? A saber.

Ahora sabemos que, efectivamente, el ex presidente de la República pudo ser absolutamente honrado, pero después del modito tabasqueño del que se sirvió para resolver su relación con los padres de los #43, puede constatarse que es terriblemente deshonesto, que es amoral, y que está dispuesto a asumir la responsabilidad de una verdad histórica que no fue concebida por Jesús Murillo Karam ni por Enrique Peña Nieto, y hoy la habitante número uno de Palacio Nacional sabe las razones por las cuales ha de callarse la boca. A fin de cuentas, la responsabilidad del poder los hace iguales, sean del PRI, del PAN o de Morena.

En este asunto quien causa grima es Alejandro Encinas, siempre como amanuense idóneo para levantar los platos rotos de su amado jefe y obedecer, ser obsecuente, pues se trata de servir al poder, tal cual lo hizo al desempeñarse como su suplente en el gobierno de la Ciudad de México, y aguantar sin chistar y sin poner orden -porque era su deber- al bloqueo de Paseo de la Reforma. Así lo hace ahora, y la presidenta de la República, doctora Sheinbaum Pardo, le da un premio de consolación, por saber guardar secretos de Estado.

¿Quién o quiénes y cómo se lo comunicaron a Andrés Manuel López Obrador, primero, y después a su sucesora? Imposible saberlo, pero puede intuirse o deducirse con la lectura de El último encuentro, novela en la cual Sándor Márai describe, en intenso diálogo, el tamaño y el peso del poder:

“Para nosotros, matar es una cuestión jurídica y moral, o una cuestión médica, un acto permitido o prohibido, un fenómeno limitado dentro de un sistema definido tanto desde un punto de vista jurídico como moral. Nosotros también matamos, pero lo hacemos de una forma más complicada: matamos según permite y prescribe la ley. Matamos en nombre de elevados ideales y en defensa de preciados bienes, matamos para salvaguardar el orden de la convivencia humana”.

Supongo que hoy nadie en su sano juicio compra ese cuento de la verdad histórica, de idéntica manera que nadie alienta la esperanza de los padres de los #43 de saber cómo y por qué los ejecutaron y después cremaron. ¿Quiénes tomaron las decisiones? Andrés Manuel López Obrador y ahora su sucesora lo saben, pero permanecerá callado por lo que le resta de vida.

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