GREGORIO ORTEGA MOLINA
*Supongo que puede y debe hacerse, siempre y cuando logre establecerse una sutil diferencia: los cadáveres de Benjamín Netanyahu y Vladimir Putin, son los de aquellos que ellos ven como enemigos; por el contrario, los 200 mil muertos que heredará el presidente Andrés Manuel López Obrador son de sus gobernados. Ahí está el humanismo moral mexicano
Algunos gobernantes, debido a las condiciones, compromisos, toma de decisiones y métodos para hacerse con el poder, desde antes del inicio de sus mandatos sembraron los cadáveres que los acompañan en el sueño, más que en la vigilia. Los abrazan, se hacen presentes, adquieren espacio en la memoria personal y del registro histórico.
Gustavo Díaz Ordaz decidió asumir su responsabilidad en público, lo mismo que Felipe Calderón Hinojosa, quien lo hizo al declarar la guerra al narcotráfico. Debido a su catolicismo es que eligió cuidadosamente el término bélico, seguramente sustentada su elección en esa manera de justificar tanta muerte violenta como lo hicieron los jerarcas de su ámbito espiritual. Se cobijó en una “guerra justa”.
Los cadáveres sumados durante los sexenios 2006-2018 apenas si superan los despojos arrojados por las políticas públicas del AMLATO. Todo indica que el próximo 1° de octubre la doctora Claudia Sheinbaum Pardo asumirá su mandato constitucional con 200 mil gobernados menos, lo que nos indica el tamaño del daño moral que padecen los últimos tres presidentes, y quizá algunos de sus colaboradores, como es el caso de Hugo López-Gatell, quien sin el menor recato aseguró que Andrés Manuel López Obrador no se contagiaría, porque es un ser humano cuya moral lo hace inmune a todo daño físico.
López-Gatell, a cuya vesania nada puede añadirse, salvo que en gran medida la comparte con su lord protector tabasqueño.
Las consideraciones morales que se advierten en nuestros gobernantes, son observadas con mayor atención, debido a la lectura del ensayo-narración de Delphine Horvilleur, Vivir con nuestros muertos. Escribe para nosotros, sus lectores: “La biología me inculcó hasta qué punto la muerte forma parte de nuestras vidas. Mi profesión me muestra a diario que podemos hacer que lo contrario sea igualmente cierto: también en la muerte puede haber un lugar para los vivos. Para ello, es preciso que podamos contarlos, encontrar palabras que los preserven mejor que el formol. Cada vez que oficio en el cementerio trato de honrar y ampliar ese lugar mediante la fuerza de unas historias que dejan huellas indelebles dentro de nosotros, la prolongación de los muertos entre los vivos”.
Supongo que puede y debe hacerse, siempre y cuando logre establecerse una sutil diferencia: los cadáveres de Benjamín Netanyahu y Vladimir Putin, son los de aquellos que ellos ven como enemigos; por el contrario, los 200 mil muertos que heredará el presidente Andrés Manuel López Obrador son de sus gobernados. Ahí está el humanismo moral mexicano.
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