GREGORIO ORTEGA MOLINA
*Acapulco no es Guerrero. Las consecuencias de OTIS no son la verdadera ni única tragedia que se cierne sobre los guerrerenses. Está esa terca realidad que ve como usos y costumbres la venta de hijas, y que así se extendió a ese odiado derecho de pernada ejercido por los verdaderos dueños de esa entidad federativa: los señores del narco
La cruenta violencia en Guerrero, antes y después de OTIS; las desapariciones, la huelga de transportistas en Acapulco, Taxco como pueblo fantasma, la muerte que baja de La Montaña y se asienta en Tierra Caliente con la extorsión, es responsabilidad histórica y política de Andrés Manuel López Obrador, porque decidió que era el momento de retribuir a Félix Salgado Macedonio, así de sencillo.
Sólo ellos dos saben de sus enjuagues, esos compromisos cuyo resultado se muestra en fotografías que quitan el sueño, porque en ellas aparecen niñas y niños, apenas adolescentes, armados y dispuestos a defender su vida y sus propiedades, porque el gobierno federal y el de esa entidad, decidieron que la pax narca es una solución que a quienes la encabezan, les permite dormir en santa paz.
Nadie tiene la menor idea de cómo sobreviven, en Taxco, los artesanos de la plata, los prestadores de servicios y sus empleados, y lo que ocurre con la comida que se pudre en las cocinas de hoteles y restaurantes. ¿Cómo adquieren sus víveres los residentes de esa ciudad, si a lo que se mueve se lo venadean? La conclusión es una: viven y se alimentan del miedo, porque el Estado dejó de hacerse presente.
Ni la más remota idea tenemos de lo que sucede allá donde nadie se atreve, y sólo unos cuantos padres de familia concientizan a sus hijos de que no se puede vivir en el terror, y las muchachas se “arman” y predisponen a morir, antes que ser violadas por los productores de amapola, inermes, en silencio, porque dejaron que se hiciera costumbre que los pobladores pagaran esa alcabala: la virtud de las hijas.
¿Dónde, entonces, está esa ofertada transformación moral de los mexicanos? Lo que sucede en Guerrero, ¿no es corrupción, y de la peor? ¿Dónde se inician y terminan las complicidades entre delincuentes y autoridades gubernamentales? ¿Suben hasta la cúspide? Todo indica que así es.
Acapulco no es Guerrero. Las consecuencias de OTIS no son la verdadera ni única tragedia que se cierne sobre los guerrerenses. Está esa terca realidad que ve como usos y costumbres la venta de hijas, y que así se extendió a ese odiado derecho de pernada ejercido por los verdaderos dueños de esa entidad federativa: los señores del narco.
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