*Seamos sensatos y veamos lo que tenemos enfrente. No es la honestidad valiente ni un “amlito”; vivimos en una opereta en la que el actor principal es la encarnación de Epifanio Vargas, ¿o no?
GREGORIO ORTEGA MOLINA. Imposible tolerar que nos sigan dorando la píldora. ¿Cuál de nuestros primeros mandatarios predicó con el ejemplo? El torbellino del poder y los aduladores, desde que se iniciaron como políticos de a pie, les obnubila y los hace olvidar lo que fueron sus buenos propósitos, lo que creyeron que podían hacer.
Pepe Mujica fue presidente de Uruguay. Para desempeñar el cargo no necesitó salir de su casa, ni cambiar de coche o hábitos de vestir. Decidió vivir como siempre lo hizo, y empeñarse en realizar lo que de inmediato supo que podía hacerse, a pesar de las resistencias, de los intereses lesionados, de las desviaciones administrativas convertidas en hábitos por los funcionarios públicos.
Los sueños de Andrés Manuel fueron y son otros. Salir de Macuspana -a pesar de ser ya propietario de “La Chingada”, adquirido como premio a su tesón-, dejar atrás su departamento, su ropa, sus zapatos. Denostar la vida de sus antecesores en Los Pinos, porque el anhelo, el secreto deseo, siempre fue adueñarse de Palacio Nacional, poseer y disfrutar más allá de lo que lo hicieron los Virreyes y Porfirio Díaz. Necesitaba disponer de la silla del águila en su sede original.
Ni que las Ajaracas ni que nada. ¿Cómo vivir en Los Pinos, si hiede a prianismo? La autoridad total, absoluta, está en la Plaza de Armas, el zócalo, y viceversa, ese lugar es el centro de su poder. Logró ese propósito de convertirse en el hálito del país que gobierna, en el temor de los mexicanos “decentes”, en el lord protector de esos pobres que a ciegas le entregan su confianza y su voto, en el defensor a ultranza de los derechos humanos de la delincuencia organizada, a base de abrazos, sin preocuparse un ápice de las víctimas de los crímenes de odio, de los deudos de los desaparecidos… lo suyo, lo suyo es batear y medirse en el diamante con lo mejor de lo mejor, dice él.
¿Cuánto cuesta una de las guayaberas de Andrés Manuel, y cuánto una de las que usa Pepe Mujica? Es la diferencia entre ser congruente, y dar rienda suelta a la envidia, el odio y la vanidad. Palacio Nacional es su casa.
Seamos sensatos y veamos lo que tenemos enfrente. No es la honestidad valiente ni un “amlito”; vivimos en una opereta en la que el actor principal es la encarnación de Epifanio Vargas, ¿o no?
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