GREGORIO ORTEGA MOLINA
*Acá, un presidente autoproclamado diferente, distinto, por ser ejemplo de honestidad, cuyo mantra es no mentir, no robar, no traicionar, está urgido de adueñarse de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Dejémonos de patrañas, no busca la reforma del Poder Judicial, lo que necesita es tener en un puño a los ministros que pueden declarar inconstitucionales los actos de su gobierno, sean sensatos o estúpidos. ¿Entraremos al ámbito de la república bolivariana, caeremos en el polígono de las dictaduras, del que tanto trabajo nos costó huir?
¿Cómo es que dos personas con culturas distintas, comportamientos desiguales, formación profesional desequilibrada, son almas gemelas? Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump (con autoatentado y sin él) anhelan lo mismo, proceden -para obtenerlo- de idéntica manera. El poder político es su fetiche y también urgente y necesario para quienes los respaldan.
En Estados Unidos -con un ejército de cabilderos armados de chequeras- son los fabricantes de armas, los propietarios de los laboratorios y de las empresas de comunicación (telefonía celular, Internet, Inteligencia Artificial) los que respaldan al Partido Republicano.
En México, a través de los tentáculos de Black Rock, o con el abierto apoyo de los barones del narcotráfico, porque en amplios territorios de la república construyeron los santuarios de sus operaciones, y desde esos lugares conquistan con las drogas sintéticas a los consumidores estadounidenses y europeos, en un tráfico de estupefacientes consentido y tolerado, como lo explicó hace muchos años Mario Puzo en un magnífico diálogo de El padrino. Es un asunto de control. Cuestan menos tirados en las calles que exigiendo empleos, comida, educación, salud, seguridad social. Es parte de “su” modelo de desarrollo. Acá es a través de los plásticos del bienestar que se doblegan las voluntades. El resultado es más humillante, porque lo hacen absolutamente despiertos.
Pues bien, ese Donald Trump, delincuente convicto sin sentencia, salvo la indemnización que debe retribuir a Stormy Daniels, logró el control de la Corte Suprema de Estados Unidos, que le concedió inmunidad (hasta para un atentado) para esos graves delitos que tienen que ver con su pasada gestión presidencial y el asalto al Congreso. Sí, ese Donald Trump es -por el momento- propietario de la administración de justicia y seguramente resultará electo presidente de su nación.
Acá, un presidente autoproclamado diferente, distinto, por ser ejemplo de honestidad, cuyo mantra es no mentir, no robar, no traicionar, está urgido de adueñarse de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Dejémonos de patrañas, no busca la reforma del Poder Judicial, lo que necesita es tener en un puño a los ministros que pueden declarar inconstitucionales los actos de su gobierno, sean sensatos o estúpidos. ¿Entraremos al ámbito de la república bolivariana, caeremos en el polígono de las dictaduras, del que tanto trabajo nos costó huir?
Este es el novedoso ámbito de las relaciones entre gobernantes y ciudadanos en los que se mueve el mundo. A los que corresponde obedecer doblan la cerviz y abjuran de todo lo que aprendieron de ética y moral.
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