YANETH TAMAYO ÁVALOS
SemMéxico, Querétaro, Querétaro. La era digital ha transformado no solo la forma en la que se relacionan las personas en la sociedad, sino también, la manera en que se obtiene la información y se comunica. Esto ha generado que algunos aspectos de la vida como la educación, el trabajo, la política, la familia y otras tantas instituciones se desarrollen bajo prácticas emergentes justificadas en el “desarrollo tecnológico”. *
Esta dinámica ha encontrado auge en las nuevas generaciones, quienes al ser más receptivas han utilizado la tecnología digital de una forma diferente a como lo hicieron otras, caracterizándose por el desarrollo de reflejos vinculados a la innovación digital y la información, así como en comportamientos basados en lo emocional e imaginario.
Las tecnologías de la información y comunicación se han convertido en un espacio comunitario de acceso, obtención, adquisición y recibo de información, lo que ha permitido a la sociedad disponer de elementos y estrategias de desarrollo.
Además, han propiciado nuevas formas de comunicación y de resignificación de valores, símbolos y emociones. De ahí, el surgimiento de nuevas formas de pensar, hacer y sentir y, en consecuencia, nuevas prácticas organizacionales.
Sin embargo, estas transformaciones socioculturales y generacionales han proyectado una discordancia entre la realidad del mundo que habitamos y el que percibimos, lo que ha ocasionado una fragmentación cultural, social e individual.
Y esto, se debe en su mayoría a la calidad de información que se recibe, en especial, a las noticias falsas cuya circulación masiva y acelerada propagación, producen efectos que influyen en las percepciones, actitudes y comportamientos de las personas. Llegando a originar polarización entre los ciudadanos, así como el aumento en la radicalización y el extremismo político.**
Estas circunstancias son las que han sostenido al llamado fenómeno de “la posverdad”, definida por la Real Academia Española como “información o afirmaciones que no se basan en hechos objetivos, sino que apelan a las emociones, creencias o deseos del público”. Esta noción se relaciona estrechamente con la desinformación y conlleva consecuencias profundas en la manera en que percibimos la realidad.
Situación que han sabido usar agentes estatales, políticos e individuos que persiguen un beneficio social o colectivo, quienes a forma de estrategia difunden información manipulada para recurrir a las emociones en lugar de los hechos; esto es, de forma dolosa crean y replican contenidos de información que coincide con creencias y actuaciones preexistentes de grupos afines -lo que se conoce como sesgos cognitivos-, independientemente de si tienen o no una base fáctica y sensata.
Lo que implica, no solo la ignorancia o el menosprecio de la verdad objetiva, sino que también socava conceptos fundamentales como la imparcialidad, el contraste de información y el respeto a las evidencias científicas. Se relaciona estrechamente con fenómenos como la mentira, la ignorancia, la desinformación y el populismo, que caracterizan a las redes sociales, donde se propagan ideas falsas sobre temáticas importantes.***
Estas estrategias tienen como objetivo manipular la opinión pública y erosionar la estabilidad de los Estados y de sus instituciones, poniendo en riesgo no solo a las democracias sino también a los derechos humanos y las relaciones sociales.
Principalmente, cuando son utilizadas en conflictos políticos, ideológicos o militares, para quebrantar las respuestas a políticas públicas o amplificando las tensiones en tiempos de emergencia o conflicto armado, contribuyendo de forma decisiva a configurar acontecimientos sociales e históricos que de forma duradera impactan en el desarrollo social a nivel global.
Lo anterior, porque resulta más fácil para algunos normalizar la distorsión y manipulación de la información que indagar sobre los argumentos que se divulgan, de ahí que, un sector de la sociedad se encuentre limitado para discernir entre lo que es verdad y mentira.
Si bien, las emociones no invalidan los argumentos, tampoco prueban que sean falsos ni verdaderos. En tiempos de redes sociales, se ha confundido la fuerza emocional con la fuerza lógica; sentir no es lo mismo que razonar.
Una teoría práctica tiene que ser coherente con una base teórica, no un intento desesperado por construir un marco interpretativo que de voz a las disidencias, lo cual si bien es legítimo, no lo es, el hecho de transgredir o tergiversar los derechos de otras. Tratar de redefinir los derechos para adaptarlos a una realidad imposible, no solo limita la garantía y el acceso a los derechos humanos, sino que, invisibiliza la propia existencia de una diferencia.
Un buen argumento puede conmover, pero lo esencial es que se sostenga racionalmente.
*Prácticas emergentes significa nuevas innovaciones en la práctica clínica o administrativa que abordan necesidades críticas de un programa, población o sistema en particular, pero que aún no cuentan con evidencia científica o un amplio consenso de expertos.
** https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-252X2023000100418
*** https://www.un.org/es/countering-disinformation
**** https://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1012-25082005000100007