JUEGO DE PALABRAS/ El eterno monólogo presidencial

YANETH TAMAYO ÁVALOS

SemMéxico, Querétaro, Querétaro. En un régimen democrático, el diálogo es una virtud que fomenta la coexistencia entre el consenso y el disenso, al permitir que el intercambio de opiniones sea la base para la toma de decisiones colectivas.

Esto es, a través del diálogo, dos puntos de vista diferentes pueden relacionarse entre sí y establecer la posibilidad de un acuerdo que beneficie a un bien común.

Si bien, en la democracia las decisiones se adoptan bajo la regla de la mayoría, siempre se debe tener cuidado de no vulnerar los derechos de las minorías.

De ahí que, el diálogo sea determinante dentro de una democracia, pues este contribuye a equilibrar las diferentes posiciones y evita la ruptura de la confianza entre la ciudadanía y el Estado.

En este sentido, cuando existe la disposición de dialogar los interlocutores admiten y se reconocen en un mismo plano de igualdad en dignidad y derechos, de tal forma que el otro y el diferente desarrollan un intercambio de ideas desde la comprensión recíproca y concilian de manera flexible ambas posiciones.

Sin embargo, cuando no existe esa voluntad, el diálogo se transforma en un monólogo que excluye a la disidencia, convirtiendo a los adversarios en enemigos irreconciliables a quienes políticamente se pretende eliminar.

Ejemplo de lo anterior, se da todas las mañanas en Palacio Nacional, cada que los medios de comunicación y la sociedad civil cuestionan el manejo del poder y los resultados de la gestión presidencial de Andrés Manuel López Obrador, sin olvidar la eterna campaña electoral mediante la cual desacredita a los partidos políticos para justificar sus actos.

El presidente está convencido que comunica apertura y disposición para escuchar y dialogar; sin embargo, lo único que hace es hablar para sí mismo y sus colaboradores, emite una especie de monólogo, en donde desacredita y excluye a todo aquel que lo interpela.

La negación y la indiferencia que muestra hacia las opiniones e ideas son la base de su intolerancia. No existe una garantía para expresarse libremente ni mucho menos para adoptar acuerdos que fortalezcan la pluralidad democrática.

Mediante sus discursos mañaneros, busca erigirse como la única representación política y social posible, cuya ideología “nacionalista y moral” es autosuficiente. Sus expresiones se caracterizan por la pretensión del monopolio de la “verdad”, así como la transmutación del diálogo en una exposición difamatoria que descalifica al resto de los contendientes.

La imposición de sus postulados políticos no solo ha excluido a los disidentes que buscan entablar un diálogo o generar un compromiso, sino que mediáticamente han padecido la coerción institucional.

La falta de diálogo ha generado una dinámica polarizadora que ha reforzado los estereotipos, la existencia de diversas violencias (física, verbal, psicológica, de género, xenofóbica, racista y otras) y los actos hostiles hacia quienes no simpatizan con su causa, fracturando con ello el tejido social y atentando directamente contra la democracia.

Lo anterior evidencia la crisis ideológica y política por la que México transita. La polarización ha disminuido la autonomía de la democracia y la ha transformado en una antena transmisora de narrativas y discursos extremistas que han resquebrajado gradualmente el interés por el diálogo y el intercambio de opiniones, haciendo imposible la adopción de acuerdos.

Si bien en una democracia no todos pueden estar de acuerdo en todo, resulta absurdo tratar de legitimar un sistema político fundado en un consenso unánime, el solo considerarlo atenta contra libertad.

En definitiva, si se desea una democracia moderna, la ciudadanía debe poder manifestar libremente sus inconformidades y debe contar con un gobierno capaz de escuchar, dialogar y de acordar beneficios mutuos.

El respeto a las opiniones diferentes siempre será una herramienta útil y práctica para la convivencia democrática, pues a través de esta se puede lograr un equilibrio entre una mayoría en el poder y el resto que es la minoría.

El diálogo debe fundarse en la disposición hacia los otros; de lo contario, solo se evidenciará la arrogancia y la prepotencia.

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