FRANCISCO RODRÍGUEZ
Falso que el país esté “feliz, feliz, feliz”. La polarización alimentada por Andrés Manuel López Obrador tiene enojados, y mucho, a quienes defienden la sobrerrepresentación del oficialismo en el Congreso y, por ende, la aprobación del llamado Plan C con el que pretenden destruir a la democracia. También hay enojo de quienes se oponen a ambas medidas autoritarias.
Los seguidores de López Obrador no argumentan. Insultan. Se enojan. Y, enojados, pierden las discusiones.
Nada se compara, en cambio, con el encabronamiento de AMLO que se manifiesta en insultos –“paleros”, “achichincles”– a quienes inútilmente pretenden frenar sus venganzas, sus caprichos.
Ya lo escribí una vez: Poco falta para que veamos a López Obrador lanzando espumosa baba por la boca en cualquiera de sus próximas matinés palaciegas. Cada vez está peor.
El tapanco sobre el que se trepa se ha convertido en un lugar de furioso enojo constante, de ira descontrolada, de desprecio al que piensa diferente, de castigo brutal incluso a alguno de los suyos que manifiesta alguna disidencia. Es el caso del aparentemente ya perdonado Ricardo Monreal, por ejemplo, quien durante 15 minutos tuvo que aguantar terrible reprimenda cuando fue llamado a Palacio Nacional hace ya algunos meses.
El líder enojado, feroz, se identifica más con el autoritarismo que con la democracia.
Es el líder temible, no el que busca aprobación, sino el que pretende que las disidencias no se vean expuestas porque la comparación lo perjudica.
Por eso persigue, denuesta. El que piensa distinto debe ser perseguido, castigado y fundamentalmente acallado y ridiculizado si es posible.
Él ejerce el liderazgo de ceño fruncido, jamás retrocede ni admite errores.
Lo peor es que ese linchamiento que a diario practica desde Palacio Nacional y con todos los reflectores y la atención de los medios de comunicación pone en riesgo la seguridad e integridad física de aquellos a quienes coloca como objeto de su rabia incontenible.
En la AMLOlandia que existe en la cabecita loca de quien aún es Presidente de la República sólo su palabra es la ley.
La Constitución, las leyes que de ella emanan y que juró respetar al tomar posesión del cargo le valen media corneta.
Por eso reacciona con esa furia rabiosa que le comentaba líneas arriba.
¿Nadie entiende que la única ley vigente desde 2018 es lo que AMLO ordena para que ni siquiera lo interpreten, para que no se atreva nadie a cambiarle ni una coma?
Sufre sus incapacidades
Cada vez más encabronado porque sus deseos no se cumplen al dedillo, por las protestas de trabajadores y también ya de jueces y ministros del Poder Judicial de la Federación, AMLO tampoco está “feliz, feliz, feliz”.
“El poder y el amor no se comparten; se disfrutan”, dijo en alguna ocasión don José López Portillo y la frase quedó como apotegma.
Y el inquilino de Palacio ya no los disfruta. Los sufre.
Tampoco lo disfrutaron la mayoría de sus sucesores, excepción hecha del toluquita Enrique Peña Nieto quien, en voz de un jerarca militar, “sólo llegó a la Presidencia para robar, coger y vengarse”.
Y es que a AMLO nada le resulta. Todo está a medias. Su Tren Maya. Su refinería Olmeca. Su Transístmico. Su parque ecológico en lo que iba a ser el NAIM. ¡Todo!
Y hay mucho que ya no sirve. Que, si no son las cada vez más frecuentes explosiones en Pemex, son las constantes fallas en el Metro de la capital nacional, o los miles de millones casi diarios que exige su paisano Octavio Oropeza para la refinería de nunca acabar…
Y de pilón los fifís, adversarios y conservadores encuentran las deficiencias, inconsistencias y muchas pendejadas en sus iniciativas para reformar a modo de la 4T a la Constitución, muy en especial la que atañe al Poder Judicial.
¡Pobre! ¡Sufre sus propias incapacidades! ¡Y son muchas!
¡Pobre Presidente! ¡Pobre México!
Él sufre y el país sufre más. Antes, lo confieso, me inspiraba esperanza.
Deposité en él la confianza de que tenía las ideas y el método para combatir la corrupción, para conseguir la pacificación del país, para traer progreso, para elevar la calidad de vida de todos los mexicanos sin excepción.
Y no, nada de eso hizo. Lo único que le escucho es acusar, insultar y hasta lloriquear. Porque, en serio, ¡como lloriquea!
En su mente todo lo que se dice o hace es en su contra. Se victimiza. e tira al piso. ¡Pobre hombre!
Hoy sólo me da pena. Me provoca hasta lástima. Por eso es por lo que hasta me atrevo a “pobretearlo”. ¡Pobre Presidente! ¡Pobre México!
“Los de antes” —Felipe Calderón sobre todo– aún parecen tenerlo atado a una de las patas de la silla presidencial. No lo dejaron hacer nada, nada, nada. Por eso es por lo que no ha hecho nada, nada, nada. ¡Absolutamente nada!
Sufre. Ya no aguanta. Por eso su cada vez más escasa tolerancia. Ya por eso dejé de ver las “mañaneras”. No me gusta ver cómo es que AMLO padece el cargo por el que tanto luchó desde hace más de dos décadas. Todo ¿para qué? Sólo para sufrirlo.
Da pena ver como sufre López Obrador. Duele más ver como sufre el país.
México ya lo volvió agrio. Cualquier cosa que lo contradiga lo saca de sus casillas. Peor, si la realidad es la que no se amolda a sus sueños que para todos los demás son pesadillas.
Cada vez más el señor López Obrador evidencia que no es el líder que sepa controlar sus emociones. Éstas lo rebasan. Trasciende que da puñetazos sobre la mesa, al tiempo que llama la atención a quienes emplea en cargos públicos.
Trata de imponer su voluntad –sin conseguirlo– con admoniciones tormentosas: “¡llueve, truene o relampaguee!”, sólo por citar una reciente.
Amenaza con desdén y valemadrismo. Se exaspera. Y miente a la menor provocación. ¡Ah, cómo miente!
Y manipula.
Enojado, encabronado casi siempre, AMLO ya enojó a todo México.
Indicios
Para contraponerse al posicionamiento del Consejo Coordinador Empresarial en torno a la sobrerrepresentación máxima de Morena y partidos satélites en la Cámara Baja, AMLO pidió la opinión que pudieran tener al respecto cinco de los principales magnates mexicanos, porque “son escuchados, respetados, y queremos que ayuden a que vivamos en un país con un auténtico Estado de Derecho”. Y los nominados fueron: Carlos Slim Helú y familia: Presidente de América Móvil, con una fortuna estimada en 102 mil millones de dólares. Germán Larrea Mota Velasco y familia: Líder de Grupo México, con una fortuna de 27 mil 900 millones de dólares. Ricardo Salinas Pliego: Dueño de Grupo Salinas, con una fortuna de 13 mil 400 millones de dólares. Alejandro Baillères y familia: Propietario de Grupo Bal, con una fortuna de 8 mil 100 millones de dólares. Y María Asunción Aramburuzabala y familia: Líder de Tresalia, con una fortuna de 6 mil 300 millones de dólares. * * * Por hoy es todo. Reciba mi reconocimiento por haber leído este texto. Como siempre, además, mis mejores deseos de que tenga ¡buenas gracias y muchos, muchos días!