FRANCISCO RODRÍGUEZ
Si algo le faltaba a Andrés Manuel López Obrador para emular a Plutarco Elías Calles era el impulsar la carrera política de uno de sus vástagos. Ya lo consiguió.
Si el fundador de lo que hoy conocemos como PRI y creador de sólidas instituciones, como el Banco de México, por ejemplo, impulsó al mayor de sus nueve hijos para que hiciera carrera política, el inventor de Morena, destructor de instituciones, como el INAI, lleva de la mano a su hijo Andrés Manuel López Beltrán para que, ya abiertamente, se inicie en las lides electorales.
Rodolfo Elías Calles Chacón fue banquero, agricultor, empresario y político. Se desempeñó como gobernador de Sonora de 1931 a 1934 y como secretario de Comunicaciones y Obras Públicas de 1934 a 1935 durante la presidencia de Lázaro Cárdenas.
Andy, mote con el que se conoce al homónimo de su padre, ha sido chocolatero en apariencia, traficante de influencias y, principalmente, asesor palaciego de las descabelladas ideas que López Obrador ha puesto en práctica. Un real poder tras el trono.
De bajo perfil, tanto que en la internet sólo hay apenas un puñado de fotografías con su imagen –la clásica es en la que aparece con una playera a rayas, cual si fuera uno de “los chicos malos” que asuelan al Pato Donald y que ilustra hoy este espacio–, López Beltrán será formalmente el segundo de a bordo del Movimiento de Regeneración Nacional. En la práctica será el tomador de las decisiones y correa de transmisión de las instrucciones que le envié su padre desde “La Chingada”. La presidente de Morena, Luisa María Alcalde, seguirá desempeñando el papel de “florero”, cual una Daisy, tal y como lo ha hecho hasta ahora en la Secretaría de Gobernación.
Por fortuna, en lo que AMLO no se asemeja a Calles en el asesinato de su sucesor. En este caso, sucesora.
Y eso dio pie a lo que históricamente se conoce como maximato callista.
Hoy, por fortuna sin atentado de por medio, está en ciernes el maximato lopista.
Al recibir la noticia del atentado, el candidato que había perdido la elección presidencial del 17 de noviembre de 1929, José Vasconcelos, comentó: «Es una lástima que hayan querido matar a (Pascual) Ortiz Rubio, él no es más que un pelele de Calles».
El PNR, primer antecedente del PRI, coronaba una de sus obras maestras. Ungir a El Nopalito, que venía de ser ¡embajador de México en Brasil!
El 5 de febrero de 1930, supuestamente limpio de polvo y paja, protestó como Presidente de la República.
La campaña vasconcelista había levantado mucho polvo. Se habían agitado demasiadas inconformidades para que la imposición resultara tersa. Empezaba a cambiar la época de la indiferencia ante el caprichato de los caudillos.
Un grupo grande de universitarios se había dado a la tarea de agitar de nuevo las banderas contra el reeleccionismo y la imposición. Arriba de los templetes, Alejandro Gómez Arias, Adolfo López Mateos, José Muñoz Cota, Miguel Palacios Macedo, Enrique Ramírez y Ramírez y Manuel Gómez Morín, entre otros, encendieron el cotarro.
Por eso, cuando El Nopalito salía de Palacio Nacional, después del acto masivo en el Estadio Nacional de la colonia Roma, se apareció empistolado el potosino Daniel Flores, resentido vasconcelista que protestaba por el fraude electoral. Sólo uno de los disparos dio en la mandíbula de Pascual Ortiz Rubio.
Pero en el curso del dilatado proceso que se siguió al potosino, nunca pudieron los fiscales establecer los móviles del atentado. El 23 de abril de 1932, Daniel Flores fue hallado muerto en su celda, víctima de una pulmonía, según se dijo, al siguiente día de sentenciársele a 19 años de prisión y al «pago de 500 pesos por reparación del daño…».
En opinión de varios analistas del momento, el daño no podría jamás ser reparado, ni con todo el dinero del mundo. Porque don Pascual cogió desde ese día del atentado un miedo espantoso que casi lo volvió catatónico.
“…El que manda vive enfrente”
Pero si las motivaciones reales del atentado del 5 de febrero nunca se definieron, en cambio la masacre perpetrada en las personas de varios vasconcelistas sí tuvo gran publicidad, pues las víctimas del 14 de febrero siguiente aparecieron tiradas en Topilejo. Un perro lamió el brazo de un cadáver y de ahí se descubrieron 20 más.
¿Quién fue el autor de la carnicería? El cargo se le hizo al gobierno, y el gobierno fue sin duda responsable. Pero el gobierno se encontraba en la colonia Anzures, en la casona de Mariano Escobedo esquina con Tolstoi, o en Cuernavaca, domicilios habituales del hombre fuerte: Plutarco Elías Calles. Nunca en el castillo de Chapultepec, residencia formal de El Nopalito, ni en el Palacio Nacional.
Desde octubre, todo así lo indica, las indicaciones provendrán de la finca en Palenque que AMLO adquirió con los dineros que le daba Carlos Salinas, a través de Manuel Camacho y de Marcelo Ebrard, para que desalojara sus plantones del Zócalo.
La familia de la transformación
Los cuatro gobiernos del llamado maximato, que comprende el interregno que va del final del gobierno de Plutarco Elías Calles al inicio del de Lázaro Cárdenas, se integraron, igual que la “familia revolucionaria”, al cobijo del caudillo.
Hoy ya sufrimos a la “familia de la transformación”, donde el nepotismo en los cargos públicos es la constante.
Cada uno de los tres sucesores de Calles –impuestos por él–, al tomar posesión de su cargo, daba gracias al cielo por poder seguir contando con el auxilio, protección y orientación política del profesor de Guaymas, cuyas virtudes “reconocía la Patria agradecida”.
Y así fue como la obra más vistosa y publicitada de El Nopalito fue el pasaje subterráneo de peatones en el cruce de las avenidas 16 de septiembre y San Juan de Letrán –hoy Eje Central Lázaro Cárdenas–, aparte de la construcción de la “isla de los monos”, en el zoológico de Chapultepec, en la ciudad de México.
Aparte de estas “descomunales” obras, como Nicolás Maduro, Ortiz Rubio redactó una iniciativa para sustituir a los Santos Reyes por Quetzalcóatl en las celebraciones populares del 6 de enero.
El poder del caudillo era tal que, después de declararle a Ortiz Rubio “una crisis ministerial” en pleno rostro descompuesto –al mes de que tomara posesión–, Calles hizo traer a su domicilio al líder del PNR, Manuel Pérez Treviño a dirigirle palabras patrióticas.
“Todo el país lo reconoce como Jefe Máximo de la Revolución, por eso venimos a poner de su conocimiento las renuncias del comité ejecutivo del Partido”, le dijo Pérez Treviño. A lo que, lapidario, Elías Calles contestó: “Todos tenemos que colocarnos en un plano de desinterés y sacrificio… todos debemos unificarnos y disciplinarnos… Antes que nada, disciplinarnos…”.
Ortiz Rubio no tuvo de otra y renunció.
Con Calles nace el totalitarismo
Calles nombró sucesor a Abelardo L. Rodríguez, impulsor de las inversiones de la mafia siciliana en casinos de Tijuana. El 20 de julio de 1934, Calles pronunció el famoso discurso de Guadalajara, emulando al fascismo y al nazismo en boga que inauguraba el Estado totalitario “a la mexicana”.
«Debemos entrar y apoderarnos de las conciencias: de la conciencia de la niñez; de la conciencia de la juventud, porque la juventud y la niñez pertenecen a la Revolución».
Como un Marx Arriaga cualquiera, Calles reformó el artículo 3o. constitucional, de acuerdo con el cual los profesores de escuelas primarias mexicanas contrajeron la responsabilidad de proporcionar a los niños «una versión racional y exacta del universo».
Los Camisas Rojas de Tomás Garrido Canabal disparaban contra los fieles de la iglesia de Coyoacán. Calles llamó a Garrido Canabal «portaestandarte de la Revolución». Pero el chiapaneco ex gobernador de Tabasco tuvo que abandonar el país, en virtud de los aireados reclamos populares contra la feria de asesinatos del fanatismo.
Las críticas de Calles a las huelgas que estaban dañando al país «están jugando con la economía del país, sin corresponder a la generosidad y definición obrerista del Presidente».
«¡Fuera Calles!» gritaron los manifestantes en el Zócalo… y Cárdenas aprovechó el acto para llamarlo «delincuente» y «tránsfuga» de la Revolución.
La noche del 9 de abril de 1934 cayeron en su casa los militares y lo llevaron al aeropuerto, junto con Luis L. León, Luis N. Morones, Melchor Ortega y otros más. Al destierro.
Tal es el final de los caudillos en nuestro país.
¿Se atreverá Claudia Sheinbaum?
O es que ¿acaso Andy López es el seguro de vida política que adquirió López Obrador?
Con AMLO renace el totalitarismo.
Indicios
Fiel a su ya inveterada costumbre de repetir lo que en sus matinés dice su caudillo, la presidente electa reaccionó a la posibilidad de que el hijo de AMLO contienda por un cargo en Morena: “Tienen derecho a participar políticamente”. Eso, tras recibir cuestionamientos respecto a la situación de Andrés Manuel López Beltrán, envuelto en escándalos de corrupción. * * * Agradezco su lectura de este texto. Le deseo, como siempre, ¡buenas gracias y muchos, muchos días!