La palabra de AMLO ya no tiene valor * Enredada madeja de falsedades * Herida su obsesión compulsiva
FRANCISCO RODRÍGUEZ. Hannah Arendt, una de las figuras más importantes del pensamiento político del siglo XX, escribió que “la veracidad nunca se ha contado entre las virtudes políticas”. En tal tenor, Andrés Manuel López Obrador no es un virtuoso.
Ha mentido durante 18 años tras su búsqueda del poder presidencial. Cuando finalmente lo alcanzó, todas esas mentiras cayeron a tierra como si hubieran sido un castillo levantado con naipes. Nos había engañado con aquello de que lucharía contra la corrupción, acabaría con la violencia, regresaría al Ejército a los cuarteles, que sus políticas darían prioridad a los pobres y muchas otras falsas promesas más.
Las traicionó, nos traicionó y se traicionó a si mismo apenas tomó posesión del encargo que le dimos 30 millones, ingenuos, creídos, muchos de nosotros.
Porque la violencia no acabó, ahora es más feroz y cobra muchas más víctimas; sacó a la calle a muchos más elementos de las Fuerzas Armadas a realizar tareas que no le corresponden, desde albañilería hasta aduanales; cerró instituciones que atendían a los más necesitados, los dejó sin medicamentos, y sin apoyos a quienes perdieron sus empleos durante la pandemia. ¿Le sigo?
Con el tiempo el descrédito de su palabra también ha ido creciendo.
¿Cómo creerle a un individuo que, según las estadísticas, profirió 61 mil mentiras en sus “mañaneras” según un conteo que sólo tomó en cuenta desde el 2 de diciembre de 2018 hasta el último día de agosto del 2021. Un promedio de 80 falseades cada día.
Una madeja de mentiras que a medida que el tiempo transcurre se enreda más y más y más y…
Las “mañaneras” ya son las “mentideras”
Las “mañaneras” ya deberían ser rebautizadas como las “mentideras” o ya, de plano, las mentirosas.
Y es que al calor de su proverbial resentimiento en contra de quienes no comulgan con él o ya no caen en el embrujo de sus maravillosas mentiras, el coraje, la rabia, el capricho lo han hecho mentir, mentir y mentir.
Ya no se puede creer en nada, absolutamente en nada de lo que dice.
Así lleva ya casi tres semanas. Cada vez más enojado ha cruzado límites constitucionales, legales, morales. Nadie decente haría lo que él ha obligado a hacer a sus familiares, a sus colaboradores y hasta a sus amigos, que estoy cierto también ya han empezado a restarle valor a sus palabras de cada mañana.
La razón es más que obvia. El reportaje de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, presentado en redes por Carlos Loret de Mola, sobre la Casa Gris y la gris estancia de su primogénito en Houston, Texas, Estados Unidos.
Ha presentado imágenes comparativas de sus ingresos y los de su némesis que, ha hablado con sinceridad, ni él mismo sabe si son reales o falsas. Nos dijo que anónimamente le habían llegado a Palacio Nacional. Pero muchos dudamos también de ello, porque puede que hasta él mismo y algún otro analfabeta funcional las hayan inventado.
Todo esto le rompió el esquema. Dejó herida de muerte su compulsión obsesiva por la rigidez, el perfeccionismo, el dogmatismo, la rumiación, el moralismo, la inflexibilidad, la indecisión y el bloqueo emocional y cognitivo.
Aún sigue mintiendo.
Mentir, herencia paterna y contaminante
Y tenía que ser que los vástagos heredaran su capacidad de mentir.
Porque el sujeto de marras, el causante del affaire, con título de abogado –sabrá Dios si también tenga los conocimientos y la experiencia para la práctica del Derecho– no puede ejercer su carrera profesional en los Estados Unidos ya no sólo porque desconoce las legislaciones federal y estatal de su actual lugar de residencia, sobre todo porque no ha presentado el examen en la Barra de Abogados texana que, en el remoto caso de que fuese aprobado, le permitiría practicar sus ralos o vastos conocimientos como jurista a quien hoy es sólo un baquetón de quien aquí se ha dicho en repetidas ocasiones que su principal ocupación ha sido il dolce far niente o, en español, el dulce placer de la ociosidad.
Su padre ha hecho mentir a un empresario, Daniel Chávez, y a los hijos de éste para que su junior los use como fachada de la holgazanería en la que en realidad vive. Sin oficio, sin beneficio y sin ingresos que no sean los de la exitosa cabildera que es su esposa. “La del dinero es ella”, que al principio dijera AMLO, parece ser la única verdad oculta tras la enorme sarta de mentiras.
Porque aunque los Chávez no cobren salario alguno del erario, sí tienen una relación con el (mal) gobierno de la llamada 4T. El patriarca fue uno de los muy escogidos empresarios que acompañaron a López Obrador a su cena con Donald Trump en la Casa Blanca y no sólo es supervisor, también es beneficiario en la construcción del Tren Maya, amén de que se ha filtrado que ha sido quien, como concesionario, invertirá en las Islas Marías para reconvertirlas de penal a un resort de lujo, y es el concesionario del futuro aeropuerto internacional de Puerto Peñasco, Sonora.
Que hicieran mentir a los Chávez difundiendo en páginas fake que el junior es su empleado… ¡no tiene precio! Pero ya lo están cobrando y cobrarán todavía más en su momento.
Y ya verá usted que en la tan gustada sección de “Quién es quién en las mentiras de Palacio Nacional” –o algo así se llama la que está encargada a la señorita con graves problemas de ortolalia y un nerviosismo que no es capaz de controlar– volverá a la carga en contra de aquellos que, según El Señor de Palacio Nacional, mienten y lo desacreditan a él y a su familia…
… cuando en realidad quien ya perdió todo el crédito a su palabra es él.
¿Usted le cree a AMLO?, por citar a una clásica.
¡Yo tampoco!
Su palabrería, reitero, ya perdió todo valor.
¿No cree usted?