Ricardo Burgos Orozco
Ciudad de México, 09 de mayo (entresemana.mx). El 17 de abril pasado se cumplieron dos años que se hizo obligatorio el uso de cubrebocas en el Metro. Recuerdo que al principio fue muy difícil para los usuarios porque muchas mujeres – y no pocos hombres — decían que sentían sofocarse y se negaban a usar el aditamento, aunque en las entradas la vigilancia te impedía el acceso en caso de no traerlo. La gente se lo quitaba regularmente a la salida.
Conforme pasó el tiempo nos fuimos acostumbrando. Un usuario me dijo casi cuando empezó la pandemia que él compró decenas de tapabocas de distintos colores para usar uno diario. A las afueras de la mayoría de las estaciones se instalaron puestos especialmente para vender el aditamento de distintos materiales, tipos y calidades. Todos compraban.
El cubrebocas KN95, que recomendaban los especialistas como el más efectivo para evitar contagios, tenía precios más altos que los aditamentos “ordinarios” y no lo encontrabas tan fácilmente al principio; pocas semanas después hasta los vagoneros lo ofrecían en cualquier ruta de las 12 líneas.
Para fomentar su uso, el gobierno anunció el regalo de un millón de cubrebocas en líneas A y 9, aunque eran muy sencillos para usarlos una vez y tirarlos. Cuando empezó la pandemia, además de los tapabocas también había personal contratado especialmente para ofrecer gel sanitizante en las entradas de estaciones como Insurgentes, Centro Médico, Pantitlán, Tacubaya. Uno de esos chavos me lo encontré varias ocasiones en Observatorio ya con su frasco de gel vacío y de broma le decía ¡Otra vez no alcancé!
En aquel tiempo la jefa de gobierno se rehusó a aplicar sanciones para la gente en el Metro que no usara cubrebocas; algunas personas se quejaban de los costos de estar usando el accesorio todos los días. Claudia Sheinbaum sugirió entonces que quienes no tuvieran para comprar tapabocas, usaran pañuelos de tela.
Otra restricción que acompañó al uso obligatorio de cubrebocas en el Metro fue permanecer en silencio la mayor parte del tiempo para evitar la secreción de saliva y los posibles contagios. Lo que nunca se ha fomentado es la sana distancia, ni siquiera se ha intentado, aunque pusieron unos pegotes en los pisos de los andenes con esa sugerencia que poco ha servido.
Han pasado más de dos años y la gente ya se acostumbró al uso del cubrebocas. Me dijo una señora hace unos días que ahora llega a su casa y se le olvida que lo trae. Se vende por todas partes y cada vez más barato, las empresas lo regalan a sus empleados y hay modelos que ni siquiera nos podemos imaginar. Es una moda que ya no incomoda.