HISTORIAS EN EL METRO/ El onceavo mandamiento

Ricardo Burgos Orozco

Ciudad de México, 11 de diciembre (entresemana.mx). Prácticamente toda mi vida he viajado en el Metro de la Ciudad de México. Viajar en este transporte es una aventura muchas veces incómoda, y más en la actualidad, porque las 12 líneas se han sobresaturado; ya no hay ninguna ruta que puedas decir está tranquila; tiene mucho que ver que cada vez somos más.

Se hacen mucho más difíciles los viajes cuando no cooperamos como usuarios para hacer más llevaderos los recorridos. Lo primero que debemos tomar en cuenta es el respeto hacia los demás y lo vemos cuando no dejamos salir antes de entrar o cuando nos empujamos entre nosotros como me ocurrió recientemente que un joven descaradamente me aventaba con su brazo para ganar el espacio en las escaleras eléctricas en Mixcoac.

Es intolerante la gente que se coloca a los lados de las puertas de salida obstruyendo a los demás pasajeros. Seguramente ustedes han visto que, aunque el vagón vaya vacío, mucha gente se coloca en esa posición y no hay poder que los mueva. Lo peor es que también hay usuarios que se colocan en medio de la salida y parece que lo hacen adrede para molestar.

Hace unos días entre semana en la Línea 7, que va de Barranca del Muerto a El Rosario, en la noche, cuando se sobresatura el Metro, me tenía que bajar en Tacubaya y venía un hombre vestido de negro a la mitad de la puerta. Cuando entré al vagón le pedí que me permitiera pasar al pasillo del tren, pero nunca se hizo a un lado y tuve que empujarlo un poco para abrirme paso. Ni así se movió. Me bajé en mi estación y el personaje seguía ahí mismo, estático.

En otra ocasión en la Línea 12 me subí en Zapata hacia Mixcoac y estaba un sujeto con un cuerpo muy voluminoso, gordito pues, y más alto que yo, parado a un lado de la puerta, pero de frente, por lo que obstaculizaba a quienes salían y a quienes entraban. Yo muy amablemente le comenté que no nos dejaba acomodarnos lo mejor posible. Volteó a verme como si le hablara en chino, pero no se inmutó.

De regreso de Mixcoac a Zapata, un viernes en la noche, la gente prefería colocarse en las entradas que en los pasillos del vagón y eso impedía el ingreso de la gente en las siguientes estaciones. Tal parece que todas esas personas que se colocan en las puertas disfrutan con estorbar, la mayoría son hombres, aunque no faltan señoras y además ellas se molestan si de alguna manera las empujas al salir o al entrar.

Una ocasión reciente en San Juan de Letrán, de la Línea 8, que va de Garibaldi a Constitución de 1917,  una mujer veía con sus dos hijos de alrededor de ocho o nueve años de edad, estaban parados en la puerta y la gente los empujaba, pero no se movían de su sitio. Con una voz paciente y sonriendo, le dije a la mamá: señora, acuérdese del onceavo mandamiento, no estorbar ¿Por qué no se coloca en los pasillos del vagón para que sus niños viajen más cómodos? Ya vamos a bajar, señor, gracias, me contestó molesta.

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