ROCÍO FIALLEGA (SemMéxico, Ciudad de México). Me preguntaste sobre mi infancia y supiste que era un algodón de azúcar de color rosa con sabor a moneda de cobre. Los instantes de incertidumbre y las lágrimas bajo la colcha eran la constante; sin embargo, flotaba en el aire la ternura, esa que se desliza y se compadece de los cielos violetas.
Me dijiste que las montañas de tierra del parque eran el mejor ejemplo de llegar a la cima para creer que eso era una victoria, pero yo prefería jugar béisbol, mi éxito era ver cómo podía ayudar a que se lograra una carrera.
Me enseñaste una foto en blanco y negro en la que mis ojos sonreían, era todo mi cuerpo alegría, todavía no puedo recuperarla, por más que me miro en el espejo; llegará un día en que vaya de la mano con esa niña al encuentro de la felicidad.
Me preguntaste sobre la esquina cerca de casa de mis padres, había una cabina telefónica en la que encontré mi voz propia bajo la lluvia; la primera vez que sentí algo verdadero. Esa esquina se convirtió en un espacio sagrado, hasta que ya no había teléfono y volví a perder mi voz.
Me mostraste los aretes de oro que perdí alguna vez y recordé las voces fuera de control, el vaso cayendo como en cámara lenta, los trozos de vidrio que se quedaron en el suelo, con su filo inerte pero acechante; nadie pensaba que pudieran hacer daño antes de dejar de ser uno con el todo.
Me trajiste una máquina de escribir y recordé que la mía era mi tabla de salvación, ya no importaba el naufragio si se quedaba el testimonio de la existencia en una hoja de papel, así aprendí a sobrevivir.
Me contaste que me viste llorar afuera de una iglesia, es que yo no sabía que a las cinco estaba cerrada; lo único que necesitaba era postrarme para obtener una respuesta del hombre en el crucifijo, para ver si esta vez elegía no callar, pero ni siquiera las puertas estaban abiertas y nunca supe si podía responder.
Me diste una moneda para jugar águila o sol, ya no apuesto ni hago listas de ventajas o desventajas, hay un nuevo fuego que me impulsa.
Me miraste buscando ese algodón de azúcar, hoy es plomo con su propia alquimia.