GANANDO ESPACIOS/ Oscuridades de la Maternidad

NOEMÍ MUÑOZ (SemMéxico, Toluca, Estado de México). Ser madre no es cosa fácil, mucho menos cuando todo el mundo juzga lo que haces o no haces. En las últimas películas, que incluso están nominadas al Oscar, se pone en tela de juicio la maternidad enlazada a la ternura, al amor incondicional y al sacrificio a toda hora.

“La hija oscura” de Elena Ferrante, dirigida por Maggie Gyllenhaal es quizá una muestra fiel de la carga tan pesada que es ser madre.

Esa película muestra a una mujer, investigadora, profesionista, pasando unas vacaciones deliciosas al lado del mar, mientras sus demonios la persiguen todo el tiempo. Esa culpa es no haber sido la madre que todos esperaban, ni la esposa, ya que ella le da prioridad al ser mujer, amante, etc.

En un ambiente lleno de frustración, también está el silencio de no ser comprendida, pero todo lo mira desde otra perspectiva en la playa.

Pensé de inmediato, ¿cómo sería en nuestro entorno? ¿cómo sería la misma situación sin el escape a la playa o a la educación?

Exacto, es la historia de millones de mujeres latinoamericanas. Ser mujer trae consigo una serie de peticiones que nos anclan a una casa, a un trabajo, a una rutina. Pienso en mí, que en este momento me arrastro a la cama con el deseo de desfallecer de sueño, pero no, hay que teclear y teclear. Al mismo tiempo tengo que servir cena, revisar los pendientes y poner las cosas en orden para mañana, hacer gelatina, sacar la verdura y un sinfín de etcéteras.

Y es que la pandemia no se ha acabado, pero la realidad viene a pasos agigantados, nos lleva de corbata. Llevar a la escuela a los niños, regresar al trabajo, permanecer horas en la oficina, restaurar una normalidad que no tiene nada de normal. Ser nosotras de nuevo, correr a todos lados y al mismo tiempo ser mamás de tiempo completo. Eso conlleva un desgaste emocional bárbaro. Mi madre dice que es un “sacrificio de amor” y es eso lo que nos mueve ¿no?

Pienso en las otras mujeres que he conocido. Mujeres que no se sientan a comer hasta que todos hayan comido, que siguen lavando la ropa del marido y planchándola.  Que son juzgadas porque su comida está salada o fría.

Incluso las que marchan, las que protestan, tienen que regresar a casa, dejar la armadura y su lucha a un lado y servir un plato de sopa, curar una herida, hacer tareas. No hay un mar, no hay minutos de silencio. En algunos casos ni siquiera hay un lugar para llorar.

La lucha feminista no se acaba el 8M cuando oscurece. Hay tantos trechos que siguen desiguales, hay tanta carga sobre muchas mujeres que siguen dejando sus sueños atrás, su hambre, sus pasiones, porque tienen arraigado lo que debe ser una mujer. Sin pensarlo, nosotras no pedimos ayuda y si estamos en desacuerdo con cuidar a nuestros hijos o ser las últimas que nos dormimos no lo decimos. Y si ellos nos necesitan seremos las primeras en salir corriendo. El amor no está en duda, pero por qué seguimos caminando solas, porque esta carga amorosa no es compartida.

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