NOEMÍ MUÑOZ CANTÚ
SemMéxico, Toluca, Estado de México. El linchamiento social es una situación que crece cada día más. He comentado, innumerables veces, que las redes sociales se han convertido en un monstruo incontrolable. Lo mismo te puedo elevar al rango más alto, pero también te puede hundir en el peor de los infiernos.
Si a eso le agregamos que la información está sesgada y muchas veces sacada de contexto, tenemos una bomba de tiempo.
Hace aproximadamente un año, un joven fue linchado por la muchedumbre, lo quemaron vivo. Él estaba de visita en Huachinango, había ido a conocer el pueblo. Nunca imaginó que se iba a correr el rumor de que había intentado robar a un menor. Sin dudarlo, lo golpearon y después lo quemaron.
¿De dónde provino la información? De un chat de WhatsApp. Un audio que alertaba a la gente de cuidar a sus hijos, porque había gente desconocida robando niños. Eso bastó para que la vida de un abogado terminara de manera abrupta y dramática.
Fíjense en las publicaciones alarmistas que circulan por la red. Unas hablan de empresas, instituciones; otras son directas hacia personas que robaron, abusaron, etc. ¿Cómo sabemos que esa información es fidedigna? Revisen esas publicaciones y tiene más vistas que los eventos en línea del Fondo de Cultura Económica.
El poder de un rumor es devastador, como un ciclón. Arrasa con lo que tenga enfrente y cuando para la vorágine, es cuando nos damos cuenta a quién golpeó y cuantos daños colaterales tuvo.
De acuerdo con Christian Ascencio Martínez, secretario académico del Centro de Estudios Sociológicos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, las redes sociales son autónomas. Asegura que “hay dos grandes implicaciones sobre el rumor: Una infundada, sin base. Otra sustentada en hechos, que es más grande de lo que es”. Es decir, por un lado, no hay argumentos que lo sustenten, por el otro se exagera lo que paso para cumplir su función: alarmar, incendiar.
En la pandemia, bastó dar la noticia para que millones de personas se lanzaran por papel higiénico. ¿Para qué? No sabían, pero acabaron con él.
Los rumores surgidos del miedo son los peores. Ante la inseguridad y el vacío de poder, es más fácil creer lo que “parece” cierto, sobre todo si ofrece una respuesta que las autoridades no ofrecen.
Sin embargo, es un arma de dos filos, por un lado, el rumor nos pone alerta, por otro solo genera incertidumbre y no se basa en información fidedigna.
Vivimos en un contexto de lo inmediato, el rumor es perfecto para alimentar al monstruo de las redes sociales, que de inmediato replica a millones de kilómetros, lo que parece que ocurrió.
Además, confirma prejuicios, clasismos, fobias, racismos y una vez que se riega es como la pólvora.
Y vivimos en la era de la no verdad. Lo preocupante es que a nadie le importa que un rumor sea mentira, siempre y cuando sacie el hambre de linchamiento social, que caiga una cabeza, que se destroce a una institución, una secretaría, lo que sea.