FLORENCIO SALAZAR ADAME
Todos bailan el dengue/ se baila con sabrosura/ se mueve la cintura/ vamos a bailar. Pérez Prado
SemMéxico, Ciudad de México. Un domingo casero vi un mosco en el piso. Lo aplasté y dejó, para su tamaño, un gran charco de sangre.
Yo no tenía ardor ni piquete visible, entonces no fui su víctima. Cuatro días después, sigo mi rutina de leer antes de dormir. El libro del buró tiene esa finalidad. Disfruté los cuentos de Los amores ridículos de Kundera, cargados de humor y enredos.
A las 8:30 del siguiente día, me despertaron los ladridos de la pequeña compañía. Al bajar las escaleras sentí un ligero mareo, me sujeté al pasa manos y tomé los cazos de los perros. Abrí con dificultad la puerta de la cocina y llamé a los mejores amigos del hombre. Mi voz era cavernosa y no tenía fuerza en las manos. Se fue al piso la comida y luego caí yo.
Quise levantarme y fue imposible. El sol me quemaba la cara. Los perros no reconocían mi voz y no se acercaron a la comida. Después de varios intentos, me pude levantar. Tambaleándome, me dirigí a quitar el cerrojo de la puerta; a los lejos advertí -cosa rara- que la noche anterior no lo puse. Como pude volví a la recámara y llamé a mi hijo Florencio. Oyó mi voz tartajosa. Él habló con Renata, su hija médica de la Naval, quien dijo que tenían que internarme inmediatamente porque podía ser un infarto cerebral.
En el lapso de esa dos horas, entre el evento, la llegada de la ambulancia y mi alojamiento en el hospital Anáhuac, pensé en las causas posibles de lo ocurrido. Temblaba, mis manos se movían uniformes en compás con velocidad ingobernable. Supuse que habían colapsado las cervicales por algún esfuerzo realizado como cargar algo pesado, que no debo hacer y a veces olvido.
Mis pensamientos fueron insistentes en las posibles causas. Pensé en la fragilidad que somos y que insensatos nos sometemos a prueba. Inevitablemente, aparece el yo, que significa mirarte en los espejos de un salón. Diferentes ángulos, y la búsqueda de la respuesta a la postración. La sudoración, los escalofríos, los nervios de un reloj acelerado, por fortuna no ocupan el espacio del pensamiento.
¿Qué pensaba? En lo absurdo de decisiones que conducen al inconsciente, pues se asumen sin medir consecuencias. Acomodé objetos, algunos muebles, y ahí estaban los resultados. En la proximidad de los 75 años, desde hace dos que me retiré de la política, decidí aligerar la carga, hacer lo más disfrutable el tiempo y dejar fuera pasiones insanas.
Sabemos que el tiempo es un recurso no renovable. Y entre más corto es más veloz. ¿Cómo se quiere el descenso? ¿En la agitación que pueda producir una caída vertical? ¿O con la serenidad de saber que toda fiesta se acaba y que lo mejor es llevar el ritmo que corresponde a nuestra edad? De estos pensamientos me sacó el Dr. Patricio Aparicio, quien dispuso análisis de sangre con el resultado de tener dengue.
¡Dengue! Distinto al que recordaba, aquel ritmo de Perez Prado (1964), con el que trató de superarse a sí mismo siendo derrotado por su indomable mambo. Entonces recordé al mosco sanguinario, vuela rasante y agrede sin escándalo y que provocó que bajaran mis plaquetas a 25 mil y estuve en la raya de pasar al dengue hemorrágico.
Alejandra y Florencio estuvieron todo el tiempo conmigo; mis nietas, familiares, amigos, con sus discretas visitas, sus mensajes. Mi esposa Martha Ofelia, como una guerrera tomó el autobús Colima-GDL, avión a CDMX y autobús a Chilpancingo. En unas horas estuvo conmigo y sigue pendiente en la liturgia del enfermo. El hospital Anahuac tiene un servicio de calidad médica, enfermería, laboratorios. Profesionales con sentido humano. No pude tener mejor atención ni estar en mejores manos.
Pero lo que se refiere al seguro de gastos médicos mayores es una fatalidad. Metlife es un absurdo.
Cuando Martha Ofelia habló para pedir la cobertura, le preguntaron porqué no presentó un informe previo a ser internado; luego le dijeron que el hospital no estaba en sus redes; y al final trámites y papeles, pero de pagar, nada. (A una de mis hijas la internaron, el seguro pagó dos años después y solo el diez por ciento de lo cubierto). Al final hay que pagar porque la aseguradora, como dijo el chinito, nomás milando.
Pienso en los miles de contagios de dengue después del Otis, de los sistemas de salud colapsados y de cuántas personas habrán fallecido porque contagiados- hayan tenido que salir a buscar el ingreso, quedando solos con sus escalofríos y el mortal dengue hemorrágico. Desgracia de la pobreza, de la desigualdad. De ignorar lo que debiera importar, de ser sensibles ante el sufrimiento de quienes tienen que enfrentar la vida.
¿Se entenderá que este dengue no es para bailar sino para temer?