
GLORIA ANALCO
En Venezuela convergen hoy las tres grandes potencias del siglo XXI, y no por casualidad. China llega con acuerdos económicos serios y de largo plazo; Rusia, con armamento y cooperación militar destinados a la disuasión; Estados Unidos, con amenazas, bloqueos y un cerco naval que remite al siglo XIX. Todo ocurre, además, en el espacio que Washington sigue considerando su traspatio histórico.
De ahí la furia “trumpiana”.
China no necesita gritar: le basta con cerrar una válvula.
La intimidación de Trump y la coincidencia estratégica
Trump busca intimidar y dar una demostración a Rusia y China, sin hacer un solo disparo, consciente de que los misiles supersónicos rusos en poder de Venezuela son demasiado riesgosos.
La historia parece de película: un presidente estadounidense desplegando su mayor armada en Sudamérica, rodeando a un país soberano, mientras las otras potencias observan y se preparan.
Esta coincidencia de las tres potencias reunidas en un mismo lugar no es casualidad; es la materialización de tensiones que venían gestándose desde hace años y que se aceleraron por la política agresiva de Washington hacia Caracas.
El contexto de la convergencia
No es casual que Estados Unidos, China y Rusia estén en un mismo escenario. Sanciones económicas, asfixia financiera, confiscación de activos, desconocimiento del gobierno, amenazas abiertas y, ahora, un bloqueo naval, empujaron al presidente Nicolás Maduro a pedir auxilio explícito a China y a Rusia.
No fueron potencias “metiches” que irrumpieron en el Caribe; fue un Estado cercado el que llamó a sus aliados.
China respondió con un tratado estratégico firmado en noviembre, serio y de largo plazo, que Estados Unidos había rechazado negociar.
Rusia, por su parte, no llegó de improviso: su presencia en Venezuela es conocida y sostenida, en materia de armamento, entrenamiento y cooperación militar, así como de respaldo político.
Ambos países forman parte de los BRICS, un bloque que ofrece a los países castigados por el orden financiero dominante una alternativa real de desarrollo, comercio y financiamiento, sin presiones ni condiciones.
En medio de semejante presión, fue hacia allí donde Caracas miró.
Choque adelantado y responsabilidad compartida
Ese movimiento, previsible en términos geopolíticos, ha adelantado un choque que se intuía para más adelante.
La reacción de Donald Trump -desproporcionada y con ecos del siglo XIX- no responde solo a Venezuela, sino a la consolidación de esa convergencia en lo que Washington sigue considerando su traspatio.
Con ello, Estados Unidos no solo eleva la tensión, sino que traslada una responsabilidad mayor a China y a Rusia: permitir que este precedente se normalice sería aceptar que el uso unilateral de la fuerza vuelva a regir las relaciones internacionales.
La llave maestra de China
Queda, sin embargo, una incógnita mayor. China no ha respondido con estridencia ni amenazas, pero posee una palanca que Estados Unidos conoce bien: el control de insumos estratégicos -como las tierras raras- indispensables para su industria tecnológica y militar, una llave maestra que expone el punto más vulnerable de la potencia estadounidense: la posibilidad de cancelar su envío.
Pekín no necesita anunciar nada para que el mensaje exista. La pregunta es si, ante una escalada de este calibre, optará por seguir observando o por accionar esa válvula silenciosa.
Acusaciones sin fundamento
A ello se suma una acusación grave y vaga. Trump habla de un supuesto “robo” de activos venezolanos a Estados Unidos sin precisar cuáles, cuándo ni bajo qué marco legal se habría producido.
La ausencia de fundamentos convierte la imputación en una proclama política más que en un argumento verificable, y abre interrogantes sobre el juicio desde el cual se toman decisiones de alcance global.
Legalidad y violación del derecho internacional
Conviene decirlo sin eufemismos ni ambigüedades: el bloqueo naval ordenado por Estados Unidos carece de todo fundamento legal internacional.
Un bloqueo sólo es lícito en caso de guerra declarada o con mandato explícito del Consejo de Seguridad de la ONU. No existe ni lo uno ni lo otro.
La designación unilateral del Gobierno venezolano como “organización terrorista” no crea legalidad fuera de la jurisdicción estadounidense, ni habilita el uso de la fuerza contra un Estado soberano.
Tampoco las sanciones unilaterales autorizan interdicciones marítimas o incautaciones en alta mar. Aquí no hay zona gris: hay una violación abierta del derecho internacional, presentada como acto administrativo.
Respuesta de Maduro y aliados
Mientras tanto, Maduro llamó a la clase obrera petrolera y a los armadores internacionales a organizar “una gran protesta mundial” permanente contra la pretensión de EE. UU. de controlar el comercio del petróleo venezolano. Reivindica la libertad de comercio y la paz del Caribe, recordando que Venezuela y aliados regionales como México siguen suministrando crudo y derivados a terceros países, desafiando la narrativa de Washington y mostrando que la región no es un tablero controlado unilateralmente.
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