ESCARAMUZAS POLÍTICAS/ Para no intensificar la guerra, Trump hace teatro

GLORIA ANALCO

El Estado Profundo y las élites europeas, furiosos por la última jugada de Donald Trump, activaron su maquinaria mediática para castigar su atrevimiento de no escalar la guerra en Ucrania.

Trump volvió a cometer su mayor pecado: no querer una guerra total en Ucrania. Y como el Estado Profundo no perdona semejante herejía, The Washington Post y Financial Times salieron al rescate para enderezar la narrativa.

Ambos medios filtraron en las últimas horas “versiones” que buscaban instalar en la mente del votante la imagen de un Trump peligrosamente belicoso: uno que preguntó a Zelenski si podía atacar a Moscú, y otro que su círculo más cercano discutió atacar Moscú y San Petersburgo.

Por si fuera poco, días antes se filtró otra “joya” mediática -cortesía de CNN-, donde el propio Trump presumía que alguna vez amenazó con bombardear a Xi Jinping y a Putin, como si lanzar bromas pesadas fuera lo mismo que pulsar un botón nuclear.

Todo para los medios era útil, justo cuando parte de su base MAGA andaba quemando gorras “America First” por considerarlo demasiado blando en Ucrania. Conveniente, ¿verdad?

Porque la verdadera historia -que nadie pone en primera plana- es que Trump, con su característico teatro, desactivó la bomba que el Estado Profundo y Bruselas soñaban detonar con urgencia: que Estados Unidos se involucrara ferozmente en el conflicto ucraniano.

Les volteó la jugada: anunció el envío de armas a Ucrania, sí, pero con letra pequeña y factura adjunta. Los europeos pagarán hasta el último dron y el último proyectil.

Estados Unidos, mientras tanto, se lava las manos: Ucrania recibirá armamento, pero sin capacidad real de cambiar el tablero: no son misiles de largo alcance -Trump dice que lo pensará-, no hay ofensiva garantizada y, para colmo, Rusia dispone ahora de 50 días de oro para cerrar la guerra en su favor.

Ni siquiera Linsey Graham, con su amenaza de 500 % de aranceles, para exprimir a China, logró imponer la ruta dura: Trump la bajó a 100 % y se fue silbando.

Y Mark Rutte, secretario general de la OTAN, quien ingresó a la Casa Blanca este lunes lleno de entusiasmo, se volvió a Europa -cabizbajo- cargando la misión de rascarle los bolsillos a los aliados de la OTAN para financiar la guerra que ya no es problema de Washington. Y mientras tanto, Moscú, tranquilo, se fuma un puro.

Un día después, la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Kaja Kalla, descontenta con el plan de Trump, clamaba: “Nos gustaría que EE.UU. compartiera la carga”.

“Si prometes entregar las armas, pero dices que las debe pagar otro, en realidad no las estás entregando, ¿verdad?”, se lamentaba.

Ese es el pecado imperdonable: Trump juega con amenazas y desplantes, pero no da la guerra que desde el Estado Profundo le exigen. Hace show para no pelear. Le monta el circo a Irán para frenar una escalada. Deja que Europa se endeude con Ucrania, mientras él queda libre de polvo y paja, al endosarles el conflicto.

¿El castigo? Filtraciones, titulares alarmistas, montajes calculados para erosionar lo único que a Trump le duele: su reputación de líder fuerte y antiestablishment.

Pero al final, el verdadero espectáculo es otro: ver a los halcones llorar por la falta de sangre para sus planes mientras Trump, desde su butaca, disfruta del show que él mismo dirige.

Para descifrar bien a Trump hay que responder cómo habría actuado Joe Biden en esas mismas circunstancias.

Sin duda, habría respondido de manera mucho más agresiva y alineada con la postura tradicional del “Estado Profundo” y de la OTAN, es decir, impulsando un apoyo militar más contundente a Ucrania y buscando endurecer las sanciones a Rusia, sin tanteos teatrales ni plazos conciliadores.

En este contexto, Trump actúa como un disruptor, un político que busca evitar la escalada bélica abierta, incluso si eso significa incomodar a sus propios aliados occidentales y a los halcones del Congreso.

Biden, sin show ni rodeos, habría puesto a Estados Unidos de lleno en la escalada, sin transferirle el costo a Europa ni regalarle a Moscú sus 50 días para ganar la guerra.

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