ESCARAMUZAS POLÍTICAS/ La ilusión del ataque fulminante contra Rusia

GLORIA ANALCO

Estados Unidos, desde la sombra, ha prometido a Europa el gran golpe: un decapitation strike -ataque relámpago- para borrar de un plumazo al Kremlin, asesinar a Putin y repartirse los despojos.

Así lo dejan entrever algunos analistas geopolíticos, escandalizados ante lo que EE. UU. vende como la jugada maestra: una operación quirúrgica para derribar a Rusia y balcanizarla como si fuera un país cualquiera del Tercer Mundo.

Esto explica la euforia de los burócratas de Bruselas -esa tecnocracia sin rostro- y de las élites bancarias, primas hermanas de Wall Street y la City de Londres, que no cesan de amenazar a Rusia utilizando a sus alfiles políticos, confiados en que un decapitation strike será un éxito rotundo.

Pero lo que Europa no ha considerado -quizá por ingenuidad o soberbia- es que Rusia es impenetrable a un golpe de esa naturaleza.

En cierto modo ya lo ensayaron, aunque tímidamente, con drones que rasguñaron la tríada nuclear rusa. El rumor es que fue un simulacro y que la próxima vez -juran entre susurros- irá en serio.

En los últimos días se han escenificado movimientos inquietantes: Lituania, Letonia y Estonia acaban de anunciar su retiro de la Convención de Ottawa sobre minas antipersona. No es un gesto inocuo: es un paso hacia la construcción de líneas defensivas -y ofensivas- incluso con armas nucleares junto a la frontera rusa.

Finlandia y Polonia también han abandonado convenios que prohíben ciertos tipos de armamento, abriendo la puerta a sistemas defensivos y potencialmente nucleares, reforzando así el cerco militar contra Rusia.

Europa, seducida por la promesa estadounidense de protección y prosperidad, paga con fábricas cerradas, protestas sociales y la pérdida de su soberanía. No es obra del gobierno de Donald Trump ni de ningún presidente en turno, sino del Estado Profundo que gobierna EE. UU. desde la penumbra.

Seguirle el paso a Washington, incluso desde antes de la Operación Militar Especial de Rusia en Ucrania, le ha costado a Europa una factura muy alta, que la élite considera “un precio insignificante” frente a lo que obtendrán una vez doblegada Rusia.

Así, Europa quedó convertida en feudo de intereses ajenos: sin gas barato ruso, sin autonomía política y sin voz propia.

Rusia, por su parte, ha leído muy bien este momento y está en alerta total.

El canciller Serguéi Lavrov lo expresó sin tapujos el pasado 29 de junio: calificó de “pérdida total del sentido común” las acciones del presidente francés Emmanuel Macron y del canciller alemán Friedrich Merz, acusándolos de pretender revivir los delirios de conquista de Napoleón y Hitler.

Cuando Lavrov mencionó a Napoleón, evocó la invasión de 1812, cuando tras conquistar gran parte de Europa, Bonaparte decidió invadir el vasto Imperio ruso. La campaña acabó en desastre: la feroz resistencia rusa, que arrasó sus propios recursos para impedir el abastecimiento francés, devoró al ejército napoleónico.

También recordó la devastadora Operación Barbarroja de 1941, cuando la Alemania nazi invadió la Unión Soviética para imponer su hegemonía en Europa del Este. Fue una guerra total, con millones de muertos y una resistencia heroica que condujo a la derrota alemana.

Lavrov advierte que Macron y Merz parecen dispuestos a resucitar esos instintos imperialistas, olvidando que la historia ya juzgó y condenó esos hechos.

Esa memoria histórica es clave para entender la postura rusa: la idea de nunca ser sometidos está tatuada en su ADN. Ni Napoleón ni Hitler lograron doblegarlos; cualquier nuevo intento enfrentará la misma resistencia implacable.

Esa psicología de supervivencia explica por qué un decapitation strike no solo es técnicamente inviable, sino que chocaría contra una estructura de defensa diseñada para responder incluso si su liderazgo político fuera eliminado.

Desde la Guerra Fría, Moscú diseñó su doctrina nuclear bajo la premisa de que, si la cabeza cae, el cuerpo golpea igual.

Su famoso sistema de respuesta automática -conocido como Perímetro o “Mano Muerta”- está disperso a lo largo del territorio. Si detecta un ataque nuclear masivo y la destrucción del mando político, autoriza por sí solo el lanzamiento de misiles desde silos, trenes blindados y submarinos indetectables, sin que nadie deba apretar un botón.

Además, su escudo antimisiles, radares y defensa aeroespacial representan una pesadilla para cualquier ofensiva.

Por si fuera poco, su nueva generación de armas hipersónicas -como el Avangard y el Kinzhal– vuela a velocidades y con maniobras imposibles de interceptar para la OTAN.

En pocas palabras: no existe escenario realista en que un decapitation strike funcione. Un ataque fulminante contra el Kremlin activaría un mecanismo que desataría el infierno nuclear, garantizando que Moscú no caiga solo.

Expertos advierten que Europa debe despertar y entender que no es jugador en este tablero, sino un peón prescindible arrastrado por intereses de élites globalistas y sus aliados financieros. Cuando la mentira se revele, será demasiado tarde para lamentarse.

Cada misil que se acerque demasiado a Moscú no es una amenaza para Putin: es una condena para todos.

www.entresemana.mx

Check Also

ESCARAMUZAS POLÍTICAS/ El plan que nunca durmió

GLORIA ANALCO Estados Unidos ya tenía guardado en la gaveta -desde hace más de 15 …