ESCARAMUZAS POLÍTICAS/ Irán, de blanco fácil a titán temido

GLORIA ANALCO

“No sé qué tan inteligente, porque francamente estoy un poco asombrado y sorprendido por lo que sucedió. Se suponía que habría otra ronda de negociaciones entre Estados Unidos e Irán este fin de semana sobre los temas nucleares. En cambio, Israel, claramente junto con Estados Unidos, abrió de antemano una guerra contra Irán, a pesar de las negociaciones en curso. No hay diplomacia en nuestro mundo hoy. Solo hay guerra y fuerza.”

Así habló Jeffrey Sachs, economista y académico de renombre internacional, dando voz al desconcierto y la frustración que muchos sentimos ante el escenario que hoy enfrenta el mundo.

Repentinamente, Donald Trump, de presidente por la paz, se convirtió en presidente de la guerra: “Ahora tenemos el control total y absoluto de los cielos de Irán”, declaró con la arrogancia que lo caracteriza, como si pudiera imponer su voluntad sobre un país milenario sin consecuencias.

Detrás de esas palabras no solo está el deseo de dominación sobre Irán, sino un mensaje directo y desafiante a Vladimir Putin: “Tu acuerdo estratégico con Irán no vale nada.”

Sin embargo, circulan informes -en medios no alineados con Occidente y entre analistas militares internacionales- que Rusia y China han estado proveyendo a Irán armamento avanzado, sistemas de defensa y misiles de precisión.

Lo han hecho de manera discreta, pero constante y decisiva, siendo clave para la respuesta que ha demostrado Irán.

Nada de esto fue anticipado por los servicios de inteligencia estadounidenses ni israelíes. O si lo fue, la soberbia los cegó y no quisieron aceptarlo.

Y ahora el golpe es brutal: el eje euroasiático Teherán-Moscú-Pekín se les vino encima.

A comienzos de este año, Rusia e Irán firmaron un acuerdo de cooperación de largo alcance, que apuntaba no solo a reforzar su alianza política y militar, sino a consolidar un eje de poder alternativo al bloque occidental.

Pero ahora, en medio del fuego cruzado, Occidente actúa como si ese acuerdo no existiera. Se comporta como si pudiera meterse en la casa de su rival, incendiarla y sentarse a ver cómo reacciona Rusia.

La ofensiva contra Irán no fue un arranque improvisado. Fue preparada meticulosamente, como parte de la estrategia de Estados Unidos de usar guerras por encargo y conflictos inducidos para sostener su hegemonía global.

Esta vez, el escenario elegido fue el corazón del mundo islámico chiíta. La táctica: aparentar negociación mientras se prepara el golpe.

Trump fingía estar en diálogo con Irán. Incluso, el domingo pasado estaba prevista otra ronda de negociaciones.

Mientras tanto, Israel hacía creer a los iraníes que esperaría los resultados de esas conversaciones.

Pero la madrugada del viernes, Tel Aviv lanza su ataque.

Un uno-dos entre Washington y Tel Aviv para tomar desprevenidos a los iraníes.

La idea era simple: asestar un golpe fulminante, hacer caer al gobierno y cambiar el régimen rápido, sin mayor resistencia.

El cinismo fue absoluto. Netanyahu, después del ataque, se dirigió directamente al pueblo iraní, llamándolos a derrocar a su “gobierno miserable”.

La guerra como espectáculo y la propaganda como herramienta de demolición.

Todo valía con tal de reducir a Irán al estado de un “insecto”, como si Occidente pudiera aplastarlo sin consecuencias.

Los occidentales creyeron que Irán sería un blanco fácil. Pero ahora que el país ha respondido con altura y nivel bélico, todo el bloque occidental clama porque EE.UU. intervenga, como si les sorprendiera que un pueblo con dignidad se defienda.

En medio de este caos, se difundió un video que muestra un tenso intercambio entre Itamar Ben Gvir y Amir Bar-Lev, dos figuras prominentes de la élite israelí.

En la grabación, Ben Gvir acusaba a Bar-Lev: “¿Por qué provocaron a Irán?” y Bar-Lev respondía con cierta desesperación: “No nos dimos cuenta del poder de los misiles iraníes.”

Parece que ni Estados Unidos ni Israel sospechaban la verdadera fuerza iraní. ¿Fallaron sus servicios de inteligencia o fue la soberbia de no investigar siquiera?

Tulsi Gabbard, directora de Seguridad Nacional de Estados Unidos, anunció que renunciaría si el presidente decidiera ingresar a una guerra directa contra Irán.

Su advertencia refleja el temor que existe incluso dentro de círculos cercanos a la Casa Blanca sobre las consecuencias de escalar el conflicto.

El analista geopolítico ruso Alexander Dugin lanzó un comentario sarcástico en redes sociales:

“¿Quizás el verdadero Trump fue secuestrado por el Estado Profundo y retenido como rehén?”

Un guiño a la idea de que el presidente ha adoptado un papel de guerrero agresivo, contradictorio con su imagen previa.

Trump no ha escatimado en amenazas. Afirmó públicamente que “ya saben dónde está” el líder iraní y que irían por él si fuera necesario.

Además, vociferó con soberbia que “los cielos de Irán están cubiertos de la aviación estadounidense”, tratando de humillar a un país milenario que no merece tal menosprecio.

El jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas de Irán llamó a los residentes de Tel Aviv y Haifa a abandonar sus ciudades, un gesto que indica que Irán podría estar preparando un nuevo armamento de alta capacidad.

Nadie había imaginado que Irán, vilipendiado, minimizado y menospreciado por Israel y sus aliados, llegaría a este nivel de poder y respuesta.

Washington Post informó que Irán atacaba Israel mientras Trump evaluaba la participación directa de Estados Unidos en el conflicto.

Las imágenes muestran la llegada incesante de misiles a Tel Aviv, pero los medios occidentales optan por hacer maroma y circo para ocultar o minimizar esta información.

Irán es hoy el epicentro de un pulso mayor: el intento de Estados Unidos de mantener su hegemonía a través de guerras indirectas, manipulación informativa y el uso de aliados como Israel para hacer el trabajo sucio.

Pero esta vez, el tablero es más complejo, y los jugadores más experimentados. Las apuestas están sobre la mesa.

Irán, vilipendiado y subestimado, se ha convertido en un titán de la guerra, demostrando que quien menosprecia a un pueblo milenario lo hace bajo su propio riesgo.

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