
GLORIA ANALCO
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, ofreció en Moscú una respuesta clara, directa y, sobre todo, condicionada, a una pregunta de un periodista sobre un eventual enfrentamiento con Europa. Sus palabras fueron pronunciadas en conferencia de prensa, ante medios nacionales y corresponsales extranjeros, en un momento particularmente sensible del conflicto en Ucrania y de las tensiones entre Rusia, la Unión Europea y la OTAN.
Lo significativo no fue únicamente lo que dijo el mandatario ruso, sino cómo fue presentado por buena parte de los medios mexicanos. La distorsión fue tan evidente que la Embajada de Rusia en México se vio obligada a emitir una aclaración pública, difundiendo íntegramente la respuesta de Putin.
Más allá de cualquier simpatía política, esto es grave para el ejercicio periodístico: una representación diplomática tuvo que salir a corregir a la prensa nacional para garantizar el derecho del público a estar bien informado.
Conviene subrayarlo: una buena parte de los grandes medios en México mantiene hoy una línea editorial alineada con la narrativa occidental y atlántica, la misma que emana de Washington, Bruselas y la OTAN.
En ese marco, Rusia no aparece como un actor geopolítico complejo, sino como un villano unidimensional. Cualquier frase suya es filtrada, recortada y titulada de modo que encaje en ese libreto. No es información: es construcción de enemigo.
A Rusia se le debe identificar como el agresor absoluto; la OTAN y Europa, como defensores del “mundo libre”; y Putin, como la figura demonizada.
Esto no surge de la nada. Responde a una dependencia de las agencias internacionales -salvo excepciones, todas occidentales-; a intereses empresariales vinculados al sistema financiero global, y a una presión directa o indirecta de la agenda diplomática de Estados Unidos.
Veamos lo que realmente dijo Putin, sin bisturí editorial:
“No tenemos ninguna intención de hacer guerra contra Europa, ya lo he dicho cien veces. Pero si Europa de pronto quiere hacer guerra contra nosotros y comienza a hacerlo, estamos listos ahora mismo. No puede haber ninguna duda al respecto. Esto no es Ucrania. Con Ucrania actuamos de manera quirúrgica, con precisión. Esto no es una guerra en el sentido directo y moderno de la palabra. Si Europa de pronto quiere empezar una guerra con nosotros y la inicia, entonces puede producirse muy rápidamente una situación en la que no tengamos con quién negociar.”
La primera parte de la declaración es clara y suele desaparecer de los titulares: “No tenemos ninguna intención de hacer guerra contra Europa”. Es una negación frontal de agresión, pero los medios la omiten sistemáticamente, destacando solo la amenaza implícita.
Lo que sí se destaca en muchos medios es la segunda parte: “estamos listos”, transformada sin pudor en amenaza. Aquí entra el juego clásico de la disuasión militar, que practican todas las potencias del mundo: si me atacas, responderé. No es un anuncio de ofensiva; es un mensaje defensivo. Pero presentado como alarma, cumple su función: queda convertida en amenaza.
Putin establece además una diferencia fundamental que casi nadie explica con claridad: Ucrania no es Europa. Según su visión, el conflicto ucraniano es una operación “quirúrgica”, limitada y estratégica, indirectamente cruzada por la OTAN. Una guerra directa con Europa, en cambio, significaría una confrontación abierta entre bloques, con consecuencias incalculables.
La frase final, la más dura, ha sido convertida en sinónimo de amenaza nuclear: “Puede producirse muy rápidamente una situación en la que no tengamos con quién negociar.”
Se omite la realidad de que Rusia cuenta con armas convencionales letales, suficientes para generar un efecto de disuasión contundente. En realidad, se trata de una advertencia diplomática extrema: una guerra directa rompería todos los canales de diálogo, sin mesa de negociación ni mediadores. Es una llamada al borde del abismo, no un salto hacia él.
Sin embargo, los titulares prefirieron la fórmula simple y rentable: “Putin amenaza a Europa”.
El contexto completo quedó sepultado.
Este episodio confirma algo que ya no debería sorprendernos: la cobertura mediática de los grandes conflictos internacionales está profundamente subordinada a intereses geopolíticos y financieros que no pasan por el derecho a la información de los pueblos.
Se informa para alinear, no para comprender. Se editorializa bajo la apariencia de noticia. Se construyen emociones -miedo, odio, rechazo- antes que análisis.
Lo más inquietante no es que Rusia defienda su narrativa. Eso lo hacen todos los Estados. Lo verdaderamente inquietante es que medios de comunicación mexicanos, que deberían responder al interés público nacional, reproduzcan sin matices la narrativa de potencias extranjeras, al grado de obligar a una embajada a salir a corregir lo publicado.
Cuando la diplomacia tiene que corregir al periodismo, no hablo de Rusia ni de Europa, ni de Putin. Me refiero a una crisis del oficio periodístico: la prisa, la consigna y los intereses pesan más que la verdad. Y en plena era tecnológica, esa verdad tarde o temprano encontrará su camino, terminando por desacreditar a los medios.
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