
México rompe el silencio financiero: cuando un aliado deja de financiar al hegemón
GLORIA ANALCO
Ahora que México ha liquidado bonos del Tesoro de Estados Unidos, el movimiento ya no puede leerse como una especulación de mercado ni como un ajuste técnico irrelevante. Para Jeffrey Sachs y Richard Wolff, dos de los economistas y analistas geopolíticos más acreditados del ámbito internacional, lo que México ha hecho no es de ninguna manera un gesto menor.
Y ahí radica la magnitud del movimiento: México no reaccionó al colapso, se adelantó a él.
Se trata de una señal de ruptura con la inercia financiera que durante décadas sostuvo la hegemonía del dólar, un acto de protección soberana ante la fragilidad estructural de la deuda estadounidense y, sobre todo, el inicio visible de un reacomodo geopolítico que trasciende por completo lo bilateral.
México no sólo vendió bonos: activó una señal que el sistema financiero global ya está decodificando con atención extrema, coinciden ambos especialistas.
Durante décadas, el Tesoro estadounidense funcionó como el refugio universal por excelencia. Países aliados, rivales y neutrales financiaron sin cuestionamientos el déficit crónico de Washington bajo una premisa aparentemente incuestionable: el dólar era indestructible.
Pero ese supuesto empieza a resquebrajarse cuando un país como México -socio estratégico, vecino inmediato, pilar de las cadenas productivas de América del Norte- decide desprenderse de esos bonos no por ideología, sino por gestión preventiva del riesgo.
Según el análisis de Sachs, la operación mexicana fue interpretada en Wall Street no como un problema de volumen, sino como un síntoma político-financiero.
Lo inquietante para él no fue cuánto vendió México, sino por qué lo hizo. Qué vio, qué calculó, qué riesgos anticipó. “Esas preguntas son dinamita en un sistema que vive de expectativas y de confianza”, señaló.
Richard Wolff es aún más directo: los países no liquidan reservas por impulsos emocionales. Lo hacen cuando concluyen que el terreno bajo sus pies ha cambiado estructuralmente.
México entendió que la previsibilidad política de Estados Unidos se erosionó, que su déficit fiscal es ya un problema sistémico, y que la deuda estadounidense dejó de ser un ancla incuestionable de estabilidad.
Estados Unidos vive financiándose de un modo que sería inviable para cualquier otra nación. Gasta más de lo que produce de manera permanente. Sostiene su aparato militar, sus programas sociales, su gigantesca burocracia y su proyección global porque otros países compran su deuda.
Pero ese respaldo ya no es automático. China comenzó a reducir su exposición hace años. Japón enfrenta límites internos. Arabia Saudita opera cada vez más fuera del esquema del petrodólar. Europa atraviesa sus propias crisis. Y ahora México rompe una inercia histórica.
La mecánica técnica de la liquidación es sencilla en apariencia: México rotó parte de sus reservas desde instrumentos del Tesoro hacia activos más diversificados. Pero sus efectos son complejos.
No se trató de una venta ruidosa ni de un desafío diplomático explícito. Según coinciden Wolff y Sachs, fue una maniobra silenciosa, gradual y estratégicamente temporizada, que revela una gran madurez del Gobierno de México.
México vendió cuando aún podía obtener precios razonables, antes de que el riesgo fuera evidente para el público general.
Es decir, actuó antes del deterioro visible.
En los mercados la señal fue inmediata. Los rendimientos de algunos bonos estadounidenses comenzaron a moverse. Fondos de inversión ajustaron modelos de riesgo. Se fortalecieron posiciones defensivas en oro, yenes y activos emergentes selectos.
En las mesas financieras de Nueva York empezó a circular una pregunta incómoda: ¿Qué sabe México que nosotros aún no sabemos?
El peso mexicano, lejos de debilitarse, mostró resiliencia. El mensaje fue inequívoco: no fue un acto de desesperación, sino una decisión soberana de protección financiera.
Para muchos analistas estadounidenses resultó desconcertante ver a México no como actor reactivo, sino como actor que marca el tiempo.
Pero el impacto va mucho más allá de México. Lo verdaderamente delicado para Washington es que esta venta no provino de un rival geopolítico, sino de un aliado crítico.
Fue un golpe simbólico de un vecino que pesa más que el de un adversario, porque revela pérdida de confianza estructural.
Si incluso un socio estratégico comienza a protegerse del Tesoro estadounidense, el mensaje al resto del mundo es devastador: Estados Unidos ya no ofrece garantías absolutas de estabilidad financiera.
Y como advierten Sachs y Wolff, una vez que esa vulnerabilidad se hace visible, el efecto dominó es inevitable. Brasil ya evalúa su exposición. India observa con creciente atención. Arabia Saudita avanza en acuerdos energéticos fuera del dólar. En Europa, los reguladores comenzaron a inquietarse. En Asia, Corea del Sur revisa escenarios.
No se trata de que todos vendan mañana. El sistema no funciona así. Pero lo que sí está ocurriendo es más profundo: la confianza comenzó a cambiar de dirección.
Antes nadie cuestionaba la deuda estadounidense. Hoy, muchos países empiezan a preguntarse si la verdadera seguridad está precisamente en la diversificación.
Aquí se toca el núcleo de la hegemonía norteamericana.
El poder del dólar no ha residido en la economía real, sino en la creencia colectiva de que es indestructible, cosa que hace tiempo no es así.
Esa creencia permitió a Estados Unidos financiar guerras, sanciones, déficits y megaproyectos sin pagar el precio que cualquier otra nación pagaría.
Pero la hegemonía no se sostiene con discursos: se sostiene con confianza. Y esa confianza acaba de recibir un golpe simbólico de enorme dimensión.
México demostró algo que hasta ahora parecía impensable: que se puede desafiar la hegemonía financiera estadounidense sin provocar un colapso diplomático inmediato.
Ese precedente altera la psicología del mercado global. Y cuando la psicología cambia, el orden económico empieza a moverse.
Por eso esta no es una nota más de mercados. Es una nota de reacomodo histórico. México no solo vendió bonos. México mostró que incluso un socio estratégico puede dejar de financiar al hegemón cuando su propio riesgo lo exige.
Y cuando un aliado deja de sostener al centro del sistema, ya no estamos ante una anécdota financiera: estamos ante el principio de una transformación del orden monetario internacional.
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