ESCARAMUZAS POLÍTICAS

Cuba-Estados Unidos, Relaciones Irreconciliables

GLORIA ANALCO. Washington está muy herido y lastimado en su orgullo porque la Cuba de Fidel Castro logró desafiar a la propia Doctrina Monroy, y sobreponerse a ello parece que no va a ser tarea nada fácil para los estadounidenses.

Esperar un cambio de postura hacia Cuba en relación con su asistencia a la IX Cumbre de las Américas, es cuasi imposible si tenemos en cuenta que Estados Unidos no está dispuesto a darle ningún respiro a la isla, fuera de los históricos y tradicionales.

Su reciente anuncio de relajamiento de su política sobre Cuba en materia de visas, migración regular, vuelos a provincias, remesas y ajustes a las regulaciones para transacciones con el sector privado cubano en la isla, no modifica el bloqueo ni un ápice, el que verdaderamente impide a Cuba hacer intercambios regulares con otros países, sobre los cuales sigue pesando la amenaza de multas si realizan transacciones con la isla.

Hay que hacer hincapié en que cada vez que se inaugura una nueva administración, Estados Unidos se plantea qué política puede ser la más idónea para liquidar, de una vez por todas, a la Revolución Cubana, y dejar así patentizado que jamás permitirá el éxito económico de la Revolución Cubana.

Lo cierto es que los mandatarios estadounidenses han tenido por hábito “quitar y poner” restricciones a los cubano-americanos para que viajen o envíen remesas a Cuba, según estén soplando los vientos políticos.

El Presidente Jimmy Carter, por ejemplo, levantó las restricciones relativas a los viajes de cubano-americanos a la isla, en septiembre de 1978, que su predecesor Gerald Ford había impuesto; pero luego, en abril de 1982, Ronald Reagan las restableció; más tarde, en 1994, Bill Clinton impuso sanciones a los vuelos y restringió el envío de remesas, lo cual él mismo quitó después, pero que restableció, en mayo de 2004, con más severidad George W. Bush, y las cuales levantó Barack Obama, el 13 de abril de 2009, y luego Donald Trump las endureció todavía más.

Ahora tocó su turno a Joe Biden levantarlas, pero sin duda es un paso limitado, repetitivo y nada trascendente en dirección a poner fin al embargo, que no sólo es económico y comercial, sino sobre todo financiero.

No hay precedente histórico por medio del cual se pueda analizar, valorar o comparar el caso de Cuba -“la revolucionaria”-, confrontada con la nación más poderosa y su añeja mitología creada para la reproducción de su proyecto de dominación, que no obstante se topó con pared ante Fidel Castro, y no pudo acabar con su régimen, como ha sido su propósito desde 1959.

Esta realidad histórica, en la cual Estados Unidos, el país más poderoso de la Tierra, no pudo darse el lujo de poner fin a la Revolución Cubana, es una gran ofensa, algo que los estadounidenses no terminarán de perdonar y que quieren devolver con creces para ser compensados.

Para el momento en que se produce la Revolución Cubana, Estados Unidos ya había tomado la decisión de exterminar de modo definitivo cualquier expresión progresista, radical, y más todavía socialista y revolucionaria, que pretendiera encaminarse por un rumbo ajeno al establecido por el sistema de dominación bajo su control.

Todo el entramado diplomático, económico, militar y hasta psicológico de los Estados Unidos, está imbuido en la apelación del discurso basado en el ideario del Destino Manifiesto, el “excepcionalismo” estadounidense, la Doctrina Monroe y la promoción de sus intereses nacionales, desde su óptica muy particular.

Las propias agencias de inteligencia estadounidenses tienen organizado ese mismo pensamiento, que ha penetrado hasta la médula también a todos sus instrumentos de política exterior, y hasta interior.

En este contexto se produce el desdén del Gobierno de Joe Biden, anfitrión de la IX Cumbre de las Américas, hacia los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, a cuyos gobernantes no quiere invitar bajo ninguna circunstancia, apelando a una resignificación de conceptos tales como “transición democrática”, “cambio de régimen” y “Estados Fallidos” para seguir legitimando su injerencia imperial y hasta la restauración neoliberal, que es la que más se acomoda a su esquema de dominación.

Pero las cosas ya no le son tan fáciles a Estados Unidos como en otros tiempos, ya se percibe claramente el declive de su influencia en el mundo, el cual paulatinamente se ha venido dando con más velocidad desde la aparición en la Casa Blanca de Barack Obama.

Obama, desde que era candidato a la Presidencia de los Estados Unidos quiso hacer la diferencia con sus homólogos estadounidenses, con un aparente acercamiento con La Habana, el cual resolviera, de una vez por todas, el conflicto histórico que llevaba más de 50 años de existencia.

Sin embargo, Obama quería capitalizar este nuevo episodio en las relaciones Cuba-Estados Unidos, e intentar a su modo lograr poner fin a la Revolución Cubana, para lo cual empleó un doble discurso que le funcionaría sólo en un sentido: que ambos países restablecieran relaciones diplomáticas, pero el sistema socialista cubano continuó sin sufrir ningún cambio.

En momentos en que Obama había ganado la Presidencia de su país, y ya era candidato electo, en torno a Cuba comenzó a generarse una atmósfera muy favorable para que se concretara su inserción de nueva cuenta en América Latina, lo cual ocurrió en la reunión del Grupo de Río, celebrada en Brasil en diciembre de 2008, luego de que paulatinamente los países de la región fueron restableciendo relaciones diplomáticas con la Habana, las cuales se habían roto por la presión estadounidense cuando Cuba se hizo comunista.

Ese cambio, que denotaba la pérdida de influencia de Estados Unidos en América Latina, y que había logrado por décadas impedir que Cuba se reinsertara nuevamente, se produjo gracias a la alianza que establecieron Fidel Castro y Hugo Chávez, quienes se conocieron personalmente apenas dos días después de haber concluido la Primera Cumbre de la Américas, organizada por Bill Clinton en Miami.

Apenas cuatro meses atrás, en agosto de 1994, se había producido por primera vez una revuelta social en contra del régimen cubano, que derivaría en la llamada “crisis de los balseros”.

La propaganda difundida en el mundo entero hacía suponer que los días del régimen de Fidel Castro estaban contados.

El Presidente Bill Clinton organizó la Primera Cumbre de las Américas con el respaldo de la OEA, la cual tenía como finalidad buscar el consenso de América Latina y darle “la última estocada” a la Revolución Cubana, que ante los ojos del mundo parecía estarse desmoronando, como lo reflejaban los medios de comunicación occidentales.

El primer punto de la agenda planteada por Washington era la consolidación de la democracia, cuando Cuba era el único país donde no se había elegido a su Presidente por medio de elecciones, sino por una vía mucho más compleja.

El segundo tema era la protección de los derechos humanos, duramente cuestionados a Cuba por parte de Estados Unidos dentro de su tradicional política de asedio contra ese país.

En La Habana, apenas terminado el impresionante cónclave americano, con un despliegue apabullante de alta seguridad, helicópteros rondando sobre las cabezas de los 34 mandatarios –hoy ninguno de ellos en el poder- y una multitud impresionante de fotógrafos y camarógrafos, Hugo y Fidel se estrecharían en un abrazo en el Aeropuerto José Martí, y Fidel lo recibió con honores de Jefe de Estado, sin ser todavía Presidente de Venezuela.

En lo sucesivo, juntos y con el apoyo de otros mandatarios que posteriormente llegarían al poder, como Luiz Inácio Lula da Silva, Néstor Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa, establecieron un acuerdo que derivaría en una agenda ya dominada por ellos, lo cual permitió dar entrada a Cuba nuevamente en el contexto latinoamericano.

En ese ambiente de cordialidad y apertura hacia Cuba, que contrastaba con otras épocas, se produjo, en abril de 2009,  la V Cumbre de las Américas, en Puerto España, Trinidad y Tobago.

Sería la primera Cumbre a la que asistiría Barack Obama, recién estrenado Presidente de los Estados Unidos.

Fue apoteótico el evento, con innumerables mensajes previos a esa Cumbre, con un vaivén de acontecimientos inusitados, ya que Obama se había presentado a sí mismo durante su campaña electoral como el “Presidente del Cambio”.

Su “Yes we can”, al estilo de “I have a dream” de Martin Luther King, con parecidas habilidades de oratoria, hicieron pensar que él transformaría la política exterior estadounidense, que la seguridad mundial quedaría a salvo con su insistente pronunciamiento “ya no más guerras” y que las amenazas y los desafíos serían enfrentados de otra manera, diferente al aplicado por su antecesor George W. Bush.

Esa proyección suya movilizó a buena parte de los mandatarios de América Latina que, en vísperas del cónclave en Puerto España, planearon ejercer presión sobre Obama para que Estados Unidos quitara el embargo a Cuba, que había sido establecido el 7 de febrero de 1962 por John F. Kennedy.

La mayoría de los líderes políticos latinoamericanos respaldaron la iniciativa de demandar al Gobierno de Obama que quitara el embargo, y para patentizarlo de mejor manera cada uno de ellos visitaría la isla por separado, y ahí mismo harían un llamado al Gobierno de Obama en ese sentido.

Se trataba de ejercer verdadera presión, con alcance internacional, para que Estados Unidos tomara la histórica medida, pero los medios occidentales no dieron mucho vuelo a ese esfuerzo.

A partir de la primera semana de enero, de 2009, se inició un desfile de mandatarios a La Habana, y el primero en llegar fue el panameño Martín Torrijos, a quien siguieron el ecuatoriano Rafael Correa y la argentina Cristina Fernández, al mismo tiempo.

En febrero visitaron la isla la Chilena Michelle Bachelet, el guatemalteco Álvaro Colom y el venezolano Hugo Chávez, y en marzo el hondureño Manuel Zelaya y el dominicano Leonel Fernández.

Todos, desde luego, se tomaron la fotografía con el Comandante Fidel Castro e hicieron declaraciones en el sentido de que ya había llegado la hora de levantar el embargo.

Ese ha sido hasta ahora el mayor esfuerzo de presión realizado en la historia del Continente Americano para que el Gobierno de los Estados Unidos levantara el Bloqueo a Cuba.

Otros mandatario no llegaron a la isla por esos días porque ya lo habían hecho a finales de  2008, como fueron los casos del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el boliviano Evo Morales.

Lula da Silva se entrevistó con Barack Obama en Washington, en una visita de Estado que realizó en marzo de 2009, y a su regreso a Brasil declaró: “Obama tiene condiciones para dar un vuelco a las relaciones con América Latina, especialmente en lo que se refiere al bloqueo a Cuba, el cual no tiene ninguna justificación”.

Los líderes latinoamericanos habían hecho todo ese despliegue previo para aprovechar el primer encuentro que tendrían con Obama en la V Cumbre de las Américas, que se celebraría del 17 al 19 de abril, en Puerto España, capital de Trinidad y Tobago, apenas tres meses después de haber tomado posesión como Presidente de los Estados Unidos.

Obama sabía que los líderes políticos de las 32 naciones latinoamericanas y caribeñas iban a solicitarle, de manera unánime, que levantara el embargo a Cuba.

De manera hábil, antes de presentarse en la Cumbre, Obama publicó un artículo en los principales diarios del mundo, en fecha previa a su asistencia al cónclave.

En su artículo, él quiso dejar bien sentada su posición al respecto y al mismo tiempo señalar a los líderes latinoamericanos y caribeños cuáles eran los valores que debían predominar desde la perspectiva estadounidense, fijando el tono que en el futuro sería el dominante en sus relaciones con América Latina, en la esfera política.

Como sabía que iban a solicitarle que Estados Unidos levantara el embargo a Cuba, y que eso no era compatible con la política tradicional de su país hacia la isla, la cual no iba a sufrir ningún cambio trascendental, Obama escribió:

La cumbre “da a cada líder de las Américas democráticamente electo la oportunidad de reafirmar nuestros valores… y así como los Estados Unidos buscan alcanzar esa meta acercándose al pueblo de Cuba, esperamos que todos nuestros amigos en el hemisferio se unan para apoyar la libertad, la igualdad y los derechos humanos para todos los cubanos”.

Antes de iniciar siquiera la Cumbre, Obama les echó ese balde de agua fría a los líderes americanos, al plantear con claridad que Estados Unidos no reconocería a ningún gobierno que no fuera “democráticamente electo”, claro, desde su perspectiva acompañada de intereses.

Además puntualizó que el interés de Estados Unidos era acercarse al pueblo cubano, no al régimen que lo gobernaba, al cual seguiría castigando hasta que su propio pueblo lo echara del poder, harto de tantas privaciones, de las que se encargaba Estados Unidos para que atravesaran por ellas.

Y el colmo, que esperaba que los demás países de la región hicieran lo mismo, porque eran los valores que deberían predominar.

Todavía no comenzaba la cumbre y ya estaban duros los catorrazos.

Ante ya el pedido formal para que se le quitara el embargo a Cuba, Obama dijo:

“Una relación bilateral que ha estado congelada por 50 años no se descongelará de un día para otro”.

Ese mismo día, 16 de abril, en Cumaná (este de Venezuela), donde se celebraba una reunión muy importante del grupo de países que conforman Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), Raúl Castro se mostró dispuesto a un diálogo abierto con Estados Unidos.

Raúl Castro tenía conocimiento de que en la Cumbre de las Américas los mandatarios de la región iban a presionar a Obama para que suspendiera el embargo a Cuba.

Su ofrecimiento de estar abierto al diálogo parecía ser su contribución a esos esfuerzos que estaban realizando los líderes políticos latinoamericanos y caribeños.

Hay que advertir que el presidente cubano estaba respondiendo “a un supuesto gesto de Obama, que ofrecía conversar con Cuba sobre democracia y derechos humanos”, según reveló Fidel Castro, en sus Reflexiones del 23 de abril, que tituló: Poncio Pilatos se lavó las manos, en fecha posterior a la clausura de la cumbre.

Fidel escribió que la respuesta del presidente cubano al pedido de Obama fue positiva, y que Raúl Castro se había mostrado dispuesto a discutir cualquier tema con Obama, “sobre la base del más absoluto respeto a la igualdad y la soberanía de ambos países”.

He aquí el meollo del asunto: En todas las etapas de Estados Unidos desde su Destino Manifiesto, siempre sostendrá una elevada retórica agresiva, aunque le baje el tono a veces por conveniencia, consecuente con los designios ya establecidos por el Imperio, que es como se ven a sí mismos todo el tiempo, y parece muy difícil que puedan sacudírselo de encima, hasta que desaparezca el imperio o el mundo. Imposible que acepten algún trato de igualdad o respeto a la soberanía de otros.

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