
“Yo sin ti no volveré a sonreír como antes…” Arturo Castro Muñoz
MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Hace nueve años fue domingo el 18 de diciembre. Tarde fresca y soleada sobre la Ciudad de México; por teléfono platicamos breve, reímos y concretamos la cita para cenar en tu casa, en la Navidad.
Ayer intercambié mensajes con Marco Antonio Reyes, joven amistad forjada en los días del Canal Once.
Y se me vino encima el recuerdo, Yaz, la película de esas horas nocturnas dominicales, en las que Marco me acompañó por ese laberinto inédito que enfrenté cuando salí en busca de que todo fuera una mala pasada del destino.
También ayer, ¿será porque la nostalgia me vuelve impertinente el alma con los recuerdos?, me encontré con esas fotos de la cena navideña en casa de mi compadre Alfredo Camacho y otra vez el nudo en la garganta. Porque, sin duda te enteraste en ese tu espacio ignoto donde imagino al tiempo contado sin tránsito agobiante, mi compadre perdió la batalla y, bueno, falleció el 5 de mayo último.
¡Caray, Yaz!, nueve años con todos sus sábados de no tenerte en mi departamento, sí, tu presencia, visita de madre adoptiva a falta de Doña Hilaria que me dejó huérfano a los cinco años, pero en el breve tiempo que caminé asido a su mano aprendí mucho para ser amigo tuyo, de tus hermanos, mis hijos admirados. Más allá de lo que se entiende ser padre.
En las horas recientes le daba vueltas a este texto. Y me preguntaba cómo iniciar esta plática contigo, cómo enlistar prioridad de los temas a compartir contigo, porque es una enorme verdad saber que, por aquí andas, sobre todo en las noches de mi dedicada búsqueda de la inspiración para escribir.
Y, mira, cada día te extraño más, sobre todo cuando los avatares me oprimen el alma y me ahoga la ausencia de tu aliento para no amainar el paso.
Sí, Yaz, tú y Moy, que ha cumplido cuatro años de ausencia mundana, eran mis cómplices, maestros, hermanos. Y, entonces, hurgo en el recuerdo en busca de una lección, ¿será que quiero orientarme con esa infinita experiencia que les dio el tiempo de sus juventudes tempranas?
Volteó a la pared en la que tú y Moy me observan sonrientes y de pronto me ganan las preguntas que ya no suelo hacerme: ¿por qué a mí?, ¿qué hice para enfrentar su ausencia? La respuesta he aprendido a tenerla presente en esas noches de insomnio y los días de melancolía; se llama destino, y la asumo en lección de párvulo.
¿Sabes, Yaz?, tus hermanas, Brenda Crystal y Astrid Daniela, y tus hermanos Carlitos Alfonso y Eduardo Daniel, son ejemplo de fortaleza frente a esta sinrazón de no tenerlos más físicamente. Y siguen de frente.
Daniela volvió a independizarse, no es más mi roomie; Brenda reemprende el camino, se recupera del infarto cerebral, es fuerte y supera las previsiones médicas. Daniel, en Morelia, cursa la especialidad y finalmente vive con Samantha, mi médica favorita y él mi médico de cabecera; Carlitos ejerce la ingeniería y aún vive en Querétaro.
Son tus niños, Yaz, Danito y Carlitos; tus pequeños que parecían tus guarros. Debes estar orgullosa de ellos que siguieron tus lecciones y son jóvenes de bien. Y conste que eso no lo imaginamos cuando, tú adolescente y Moy un niño, nos fuimos a pasar el Año Nuevo a Guayabitos.
Lo he platicado, Yaz. He presumido de ese viaje que disfrutamos los tres porque Brenda se fue con sus abuelos maternos; juramos no separarnos y seguimos unidos. ¡Ah!, cómo los disfruté, con cuanto orgullo te acompañé a tu graduación, como licenciada en periodismo y luego maestra en periodismo político.
Y Moy, el Chavo Ibero, como lo llamaba tu tío Cesar porque se graduó licenciado en Diseño Textil en la Ibero. ¡Vaya horas en las que bromeábamos con Anel y César Aarón, chavito, chavito, ahijado de Moy!
¿Te acuerdas, Yaz?
Sí, lo admito, me gana el dolor por tu ausencia. Y más cuando se aproxima la fecha de tu partida; conservo tu reloj negro sin números y de maquinaria desnuda, como para recordarme que el tiempo es implacable pero no agota ni desgasta al amor que te profeso y en el que Moy está siempre partícipe.
Hoy fue un día interesante. Fui a la Cámara de Diputados, a la sala de prensa que bien conociste, sobre todo porque en esos días sin huella que de pronto me pillaban con wiski en la mano, ibas por mí para llevarme a mi casa. Y me botaneaste cuando caí en “El Torito”.
¡Ja! Yaz, luego, por la tarde, bajo la lluvia y bien abrigado para enfrentar este frío invernal, fui a la iglesia de San Cayetano, para apartar la misa colectiva que, pasado mañana, 20 de diciembre, se oficiará a las siete de la noche en recuerdo de tu noveno aniversario luctuoso y el cuarto de Moy.
¿Sabes, Yaz? No espero mucha compañía porque, indudable, el duelo perenne sólo es mío; el luto lo llevan un rato los amigos, los parientes cercanos. Así es esto, hija de mi corazón de pollo. Mira, aprendí a llorar a mi madre en solitario, a preguntar por ella en esos días cuando iba a la escuela primaria y en el festival del Día de las Madres era el único del salón que no la tenía en primera fila.
Quizá por ello me gustaba participar en los bailables, como un regalo en su memoria. Y tu y Moy me tenían en el doble papel en sus festivales. ¡Es que eres a toda madre, papá!, me decías y reías con esa risa que traigo en la memoria.
Sí, Yaz, platiqué con Marco y recordé la Navidad en casa de mi compadre Camacho. Sí, hija, son de esas amistades que se presumen, pocos como ellos, solidarios, leales y críticos como debe ser.
¡Caray!, no me hago preguntas ni mucho menos hilo conjeturas. Todo pasa porque no somos dueños de eso que se llama destino, por eso cuando llegan los sábados te imagino en la llamada telefónica tempranera anunciando que me visitarás y llevarás fruta y mis jícamas con chile y limón.
Es de madrugada y hace frío. Sí, se me escapa una lágrima; me voy a dormir, te amo, Yaz, te extraño, pero sé que por aquí andas y, junto con Moy, estarás el sábado a las siete de la noche en San Cayetano, colonia Lindavista, a un costado de la estación Instituto Politécnico del Metrobús, para más señas.
Si ustedes, señoras y señores, gustan acompañarnos a esta misa de aniversario luctuoso, ahí les esperamos. ¿A poco no, Yaz y Moy? Conste.
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