MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN. Señoras y señores, en tratándose de reconocer y agradecer a la vida, lo primero es lo primero.
Y Su Alteza Serenísima puede pasar a segundo término como tema cotidiano, por más que al despertar en La Chingada el primer domingo de 2023 lo hiciera con renovado ánimo de joder a México.
Porque, y dígame si miento, primero agradecer a usted reciba mi columna entresemana y me haga el favor de leerla y comentarla. Bienvenida la crítica, ¡por supuesto!
Y en ese mismo nivel de prioridad manifestar mi solidaridad con Ricardo del Valle por el deceso de su señor padre; y con Rita Magaña cuyo hermano falleció en estas fechas cuando la maledicencia debiera esperar en otra sala.
Y extender este abrazo a deudos de colegas como Francisco Salinas y Rubén Pasquel y otros y otras colegas periodistas que simplemente se nos adelantaron.
Así que, dígame usted, cómo explicar un abrazo de buenaventura y desear felicidad cuando en el alma se nos atora el gemido de dolor por las ausencias.
¡Ah!, cómo duele.
Pero, pero…
¡Caray!
Hay que darnos espacio para sonreír a la vida y abrazar a los amigos, a los compadres, a las amigas y comadres, a los amores que rumian ausencias, incluso dedicar tiempo al recuerdo de quienes debieron partir porque así lo quiso el destino.
Por eso mi solidaridad con usted, con ustedes. Por eso las ganas de desearle éxito y salud en este periplo que recién comienza.
Por eso le convoco afine la garganta y pase el trago amargo que se atora con el sentimiento cursi de los días idos.
Y abrace a quien quiera abrazar y sonría a quien sea que se encuentre de frente y le desee buen día y le comparta las ganas de vivir porque, ¡caray!, se lo comento con conocimiento de causa: cómo extraño a esas dos personas que me alegraban la vida junto con mis otros cuatro hijos.
No, no cansa ni cansará nunca a nadie el sentimiento que se lleva en el alma por las ausencias de quienes reían al unísono familiar o de amistad, precisamente en estas fechas recién festejadas con alimento navideño y la nostalgia de un año más vivido.
A usted, a ustedes comparto estas líneas con el abrazo fraterno y amoroso de quien frente al teclado busca tejer historias porque al final toda actividad humana es historia.
Y es probable que de pronto no cobije mis ideas y opiniones aunque no me insulte, como lo hacen mis acérrimos críticos y enemigos gratuitos, ganados a pulso porque no soy parte del coro de Palacio ni mucho aplaudidor de un personaje que, investido presidente (con minúsculas), se adueñó del poder y, finalmente converso en oligarca de mascarada cree que México es suyo.
Pretendí, me quemaba el tema relacionado con la elección de la Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, porque Su Alteza Serenísima rabiaba en la mañanera de inicio de semana y mal comienza el día quien lo hace enojado, cuando avistaba la derrota de su alfil, la ministra Yasmín Esquivel.
Pero más pudo el ánimo de agradecer a usted, a ustedes mis 15 lectores, el favor de su atención por lo menos dos días por semana.
Y usted me disculpará si no cito nombres de quienes han sido y son fortaleza en mi tarea del ejercicio periodístico.
Pero, bueno, ahí están mis hijos, Astrid, Brenda, Daniel y Carlitos, de la mano con el recuerdo de Yaz y Moy, en sociedad con mi sobrino César Aarón y mis hermanos y mi hermana y…
Dicen que es suicida escribir cuando hay fiesta en la casa, porque se corre el riesgo de pasar anónimo.
Hoy no fui a mi pueblo a visitar a mi mamá y a mi papá.
Hasta hace unos años era elemental acudir al viejo cementerio de San Lorenzo Chiautzingo, allá en las faldas del Iztaccíhuatl, territorio poblano donde la energía eléctrica llegó tarde pero nos permitió transitar la niñez alrededor de la fogata, con mis primos y primas, en las noches invernales cuando nos contaban historias de nahuales.
Acaso por eso, en esta madrugada cuando escribo esta entrega de entresemana, le agradezco su lectura y le quito un poco el tiempo para desearle salud y éxito, armonía y felicidad, me gana la nostalgia y suspiro por los tiempos idos.
Y luego deambulo por esos años cuando con mi compadre Abelardo Martín y mi amigo Arturo de Aquino paseábamos por Central Park después de haber acudido a oír misa en la Catedral de San Patricio, en la meritita Quinta Avenida de Nueva York, el 12 de diciembre Día de la Virgen de Guadalupe.
O los días recientes en la reunión de fin de año con mi compadre Alfredo Camacho, Lalo Arvizu Marín, Roberto Vizcaíno, Ricardo del Valle, Rodolfo Mondragón, Evaristo Corona, René Ortega y Víctor Noguez.
Y ni qué decir de esa otra reunión en casa de Sara Lovera con la asistencia de Paco Rodríguez y la más reciente víspera de Navidad con las colegas feministas y sus pláticas aleccionadoras.
Que Su Alteza Serenísima espere y se haga bolas con los tiempos y su historia patria y su idea de irse a La Chingada lueguito y concluya su casi sexenio, este invento de la llamada 4T.
Hoy, insisto, quise dedicar este espacio a usted, a ustedes, a mis amigos y amigas, colegas de la fuente legislativa con quienes he compartido más de dos décadas de permanencia, si usted quiere con algunas ausencias de mi parte para atender otras tareas que me permiten ganarme la chuleta, pero al fin permanencia.
Por cierto, ¿a dónde se fueron esas reuniones de fin de año convocadas por los grupos parlamentarios?
¡Ah! Y como que hace falta un encuentro con los cecehacheros de Naucalpan. ¿O no, Jorge Cázares, Vicky, Maru Álvarez, Maru Gómez Ríos, Ana María Sánchez Lujano, Alfredo Pantoja, Óscar Segura, Paco Canalizo y señora, Papaya y et al?
En fin, gracias por su lectura. Gracias a usted, a usted, a ustedes, a ti y a ti que, aunque lo niegues, me lees. Digo.
[email protected] www.entresemana.mx @msanchezlimon @sanchezlimon1