ENTRESEMANA

Moy, hace un año…

MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN

La tarde del jueves 13 de mayo de 2021, mi amigo, cómplice, hermano, Moy mi hijo amado se desprendió de mi mano y emprendió el viaje para encontrarse con su hermana Yaz que, también de tarde, la del domingo 18 de diciembre de 2016, me dejó el recuerdo de su sonrisa y una amorosa plática preparatoria de la Navidad.

Déjeme compartirle este sentimiento que es nudo en la garganta, grito contenido por partida doble que he prometido airear públicamente sólo una vez por año; aunque a partir de éste será en mayo y diciembre.

¿Cuánto dura el duelo? Lo ignoro porque es un sentimiento que cada quien digiere gota a gota, en sorbitos o tragos inmensos para volver a eso que se llama normalidad de los sentimientos. Déjeme compartirle.

He pasado tardes, Moy, entretenido en busca de fotos tuyas.

Y me encuentro tu sonrisa en todas ellas, tu mirada de niño travieso, tu pelo lacio de fleco disperso que devino en casquete corto, la moda de estos días que en los míos de tu juventud eran imposición.

Hace un año, hijo, hace un año y la vida me ha sacudido con la experiencia de perder tu presencia, de extrañar la complicidad de esas noches de pláticas cuando volvías del trabajo y eras el pequeño de las anécdotas y el adolescente que me compartía sus experiencias y el adulto que me confiaba amarguras del alma, aunque siempre había amor en tus andares.

Pero…

Terminábamos riéndonos de las malas jugadas de la vida y entonces te sentía mi amigo, mi gran y único amigo que me había enseñado a ser mejor ser humano y padre. Mi maestro, como Yaz fue nuestra maestra, regañona y cómplice maestra de ti y de tus hermanos, de mí y de mis hermanos que aprendimos a amarla como te amamos desde siempre.

Hace un año, Moy.

Habías superado esa crisis de salud que te sorprendió años atrás y luego la maldita pandemia irrumpió atrapándote y, ¡mira cómo es el destino!, nos acercó y me permitió disfrutar de tu presencia más que en otros tiempos, saberte el niño al que admiré con tus habilidades de artista que se abrieron como abanico en la universidad que te reconoció sobresaliente, profesión que ejerciste rodeado de tus amigas y amigos cuya presencia, inevitable, se ha ido diluyendo.

¿Te acuerdas cuando te contrataron en Ecuador? ¡Ah!, cómo presumí, henchido de orgullo, el ascenso en tu carrera. Y tus hermanos, Carlitos, Daniel, Daniela, Yaz y Brenda, por supuesto que sí, hablaban maravillas del hermano diseñador que viajaba por todo el mundo.

Lo sabes, lo supiste en su momento y reías y decías, ¿recuerdas?, “¡Claro! Tienen que presumir a su hermano que es chingón!”

Y lo eras, lo fuiste reconocido en la empresa donde tus compañeras hablaban de tu jovialidad y la proclividad a hacer el bien común. Y las señoras que, con Sarita como chef, te preparaban el mole y el pastel en tu cumpleaños.

Se me escapan los nombres de todas ellas, hijo, y generalizo para no dejar fuera a ninguna. ¡Ah!, hay una a quien debo un libro; tú sabes quién es, como sin duda recordarás a esta amable amiga que te atendió en esos días complicados de tu salud menguada y me ofreció el apoyo del médico especialista.

Y debo decirte que Yaz Castillo te recuerda y siempre tiene palabras cariñosas para ti y te mandó a hacer un osito de tela, que me acompaña en la sala. Y tu amiga Karina que se la pasa viajando con su pareja pero siempre hace un alto para recordarte con un mensaje que me envía preguntando cómo estoy.

¿Cuánto dura el duelo, Moy?

No dudo que quienes sintieron tu partida, han asumido tu ausencia y te recuerdan con amor, cariño, aprecio…

Así es esto de las emociones y el duelo no me abandona, lo dosifico y tu ausencia me golpea en la soledad nocturna, la del trabajo de madrugada frente a la computadora, en la tecla. Te extraño, hijo, y aprendo a vivir sin ti y tu hermana. Huelga preguntar por qué su partida; es el destino, es la pauta que nos marca el Creador, cada quien sus tiempos, sus gozos, sus penas y aspiraciones, triunfos y derrotas.

Lo cierto es que tu ausencia como la de Yaz, acercó a la familia. Seguro y estuviste en esa reunión en Morelia y en casa de mi hermano mayor, en la recepción del Año Nuevo. Te sentimos, te recordamos; ahí estuviste, Moy, y bailaste como te gustaba y brindaste con tus hermanos y tus primos y tus tíos. Y conmigo.

¿Recuerdas cómo disfrutábamos de esas fiestas¿ ¿Recuerdas la primera Navidad sin Yaz pero con ella porque fuimos a su casa y nos emborrachamos a su salud?

Fíjate que hace unos días nos reunimos integrantes de ese grupo fundacional del Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Naucalpan. Y Jorge Cázares me entregó la taza que le pedí me hicieran para ti, en abril del año pasado, en la celebración de los 50 años del CCH, en el que también estudiaste. Te la guardo.

Me dijiste que la mejor etapa de tu vida estudiantil fue la del CCH. También lo fue para mí, Moy.

Sí, hijo, he pasado tardes entretenido en busca de fotos tuyas.

Y es que, en cada una de las que encuentro, me trae a la memoria ese momento. Hay una en la que estamos retratados en el puente de una hacienda del estado de Hidalgo, cuando fuimos invitados a la feria de Pachuca; otra más te retrata niño fastidiado y con sueño, esa noche no ocultaste tu molestia porque querías dormir y la fiesta no tenía fin.

Hay más, hijo. Una de los primeros días de esa batalla que libraríamos solitarios, hijo e hijas con papá que fue mamá y nos reíamos de esa peculiar calidad de “solteros”. ¿Te acuerdas, Moy?

Un año que se fue como suspiro. Aprendo a vivir tu ausencia y me alimento en positivo de ella, porque te encuentro en cada rincón de mi espacio, de mi hogar que sigue siendo tuyo como lo fue y es de Yaz, tu gemela astral.

Se cumplió tu presagio, aunque muy temprano. Sí, sí, lo dijiste: “si me voy, papá, he disfrutado mucho”. Pero insisto en que fue muy temprano.

Fue la tarde de un jueves que cumple un año la tarde de mañana viernes 13 de mayo y te espero en el templo de San Cayetano, hijo, a las siete de la noche para encontrarnos y orar y compartir, en voz baja, nuestras vivencias de estos doce meses que han corrido sin prisa.

¡Ah!, te debo tus taquitos. Disculpa no haber llegado el sábado con ellos. Te amo, hijo, te amo, y lo saben nuestros amigos e invitados visitantes de este espacio que leen hasta mis pensamientos. Digo.

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